Cataluña. Nueva oportunidad

Los independentistas catalanes han iniciado una ofensiva contra el Estado y la Corona. Esperarán que debilitar las instituciones centrales les lleva a mejorar su posición, sobre todo ahora que el Gobierno carece de apoyo parlamentario, como no sea el que le proporcionan esos mismos independentistas con sus aliados nacionalistas vascos. Será un mal negocio, porque dejarán en evidencia a un gobierno que, si bien depende de ellos, también les está ofreciendo, al poner el reloj unos cuantos años atrás, una oportunidad extraordinaria.

Una forma de ver el “procés” es añadir al coctel bien conocido de falta de autoridad por parte del Estado y ausencia de criterio en los nacionalistas, otro derivado de la crisis económica. Pero no como se suele pensar, como un empobrecimiento de las clases medias y populares que lleva al miedo y a la regresión identitaria, sino como una contracción de la elite ante el reto de la globalización.

En contra de lo que se repite una y otra vez, cansinamente, la sociedad catalana es una sociedad cerrada, como corresponde a su naturaleza mediterránea. Reacia, por tanto, a la transparencia y a la racionalidad. Las elites catalanas se mueven en circuito cerrado y no han sacado las consecuencias de lo ocurrido en el mundo, como sí lo han hecho, con mayor o menor acierto, el conjunto de las elites españolas. Muchas empresas –ahí está el triste ejemplo de lo ocurrido con Freixenet y Codorníu– han sido incapaces de dar el salto para competir en el escenario global, al tiempo que la relación privilegiada con Madrid se degradaba y dejaban de funcionar los antiguos pactos entre la clase política y la clase empresarial.

La puesta en marcha del finiquitado “procés” responde, en parte sustancial, a esta crisis de una elite con dificultades para modernizarse y globalizarse. La nueva actitud del gobierno proporciona la oportunidad de encauzar las cosas. Proseguir la estrategia de debilitamiento del Estado y de la Corona, que es como debilitarnos a todos, crispará aún más una sociedad sobre la que esas elites descargan la responsabilidad propia.

La Razón, 17-07-18