Los patriotas

Que Pablo iglesias proclame su amor a una Cataluña “lliure y sobirana” precisamente por considerarse un patriota español es una de esas expresiones dignas de figurar en una antología de frases políticas, casi tanto al menos como aquella de Indalecio Prieto cuando se declaró “socialista a fuer de liberal”. Prieto partía del descrédito del liberalismo ocurrido a principios del siglo pasado e insinuaba una posición propia ante la República –desmentida luego por su conducta golpista en el año 34-, de integración leal del PSOE en el nuevo régimen.

El oxímoron de Iglesias es aún más enrevesado porque se deduce de una consideración particular acerca del patriotismo, una idea de raíz nacionalista –del nacionalismo latinoamericano, más exactamente- para reivindicar, más aún que proponer, una España nueva. Bajo la apariencia de diversidad, esta España constituiría un conglomerado de “naciones” estancas donde no caben quienes no comparten esa idea de “patria”. Más que patria, se trata de identidad, con todo lo que eso significa. En resumidas cuentas, en esa nueva España caben todos menos los españoles.

La idea no es nueva. Prolonga y lleva hasta sus últimas consecuencias el fondo de la ideología oficial de estos cuarenta años, siempre favorable a los nacionalismos no españoles. Le añade un matiz, referido a la posición de Pablo Iglesias en el tablero político. Iglesias ya no se contenta con los nacionalistas hasta ahora llamados moderados. Todos, en particular los radicales, están llamados a una alianza que cumpla ahora lo que, previsiblemente, va a ser muy difícil conseguir en las urnas, como es sacar al PP del gobierno.

También le ofrece a Pedro Sánchez una ocasión que juzga irresistible para este último, y que habrá de concretarse pasado el 1-O en una nueva moción de censura. En el cálculo entra la convicción de que una proclamación atrevida y sicalíptica, como la de la “Cataluña sobirana”, le ganará el voto de la izquierda definitivamente reconciliada con el nacionalismo gracias al líder de Podemos. Le toca a Pedro Sánchez calibrar si esa alianza le resultará provechosa en el corto plazo y, en el largo, si no será mucho más beneficiosa, para todos, una izquierda no nacionalista o que haya dejado atrás por fin –ya va siendo hora…- su fascinación por el nacionalismo.

La Razón, 14-09-17