El legado de Rajoy

La moción de censura de los socialistas trae a la memoria la forma en la que terminaron las otras dos etapas de gobierno del centro derecha bajo la Monarquía parlamentaria instaurada en 1978. También trae a la memoria la forma en la que se acabó con el intento democratizador de Antonio Maura, en 1909, con la culminación de la campaña del ¡Maura, no!, aunque eso nos llevaría demasiado lejos. En el caso de la UCD y Adolfo Suárez, asistimos a un suicidio del centro derecha, que decidió desaparecer de la escena política. En el caso de Aznar (porque lo que se jugó allí fue su obra y su legado, más que la candidatura de Rajoy) lo que acabó con aquel proyecto fue la embestida de acoso y derribo que tuvo lugar después de los atentados del 11-M. Ahora ha vuelto la campaña de acoso, aunque revestida de protestas éticas y actitudes regeneracionistas.

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El legado de Rajoy no es menos positivo que el de los dos últimos. El centro del legado es sin duda la superación de la crisis económica, empeorada por las erróneas políticas económicas del Gobierno de Rodríguez Zapatero, al menos hasta mayo de 2011. Desde que se inició el cambio de ciclo, en 2013, año y medio después de llegar al gobierno el PP, España ha venido creciendo a una media de en torno al 3% al año desde 2014, habiéndose convertido en una de las economías de mayor éxito entre los países desarrollados. Este nuevo “milagro español” se produjo además después de que Rajoy –y este es otro de los grandes legados de estos años- se negara a aceptar el rescate por las instituciones europeas, como había ocurrido en Grecia, Italia y Portugal.

Sobre este gesto de lo que hoy se llamaría patriotismo, casi heroico en su momento por la confianza que revelaba en el país en un momento de depresión tan profunda, destacaron dos prioridades estratégicas. Una de ellas fue la salvaguarda del Estado de bienestar, con el acento puesto en las pensiones, que en los años de gobierno de Rajoy no han perdido prácticamente poder adquisitivo. Otra fue el empleo. Hay modelos de crecimiento sin empleo, como el de los gobiernos de Felipe González. Y hay otros que priorizan el trabajo, como los del PP, bajo cuyo gobierno se están creando 480.900 de media anual en los últimos cuatro años. Rajoy y el equipo del Ministerio de Empleo se concentraron en una reforma histórica del mercado laboral, que ha sido una auténtica revolución silenciosa en los usos, la mentalidad y la estructura social de nuestro país. Al mismo tiempo, se llevó a cabo una profunda reforma del sistema financiero, lastrado por malas costumbres y pésimas prácticas, y la reducción del déficit y del tamaño del Estado. Los agentes económicos comprendieron la oportunidad y en estos años se ha operado otra revolución, la muy deseada del modelo productivo, que podría culminar en poco tiempo de recuperarse la estabilidad política. Mayor productividad, reducción del endeudamiento, exportación e innovación son las claves de la nueva situación, que queda como legado de estos años.

Todo esto parece ahora olvidado, como si lo natural fuera la nueva situación económica. Es al revés, y bastarán unos cuantos gestos, muy tentadores en la oleada de populismo que barre nuestro país y buena parte de Europa, para dar al traste con ella. La tentación es tanto más sorprendente cuanto que los presupuestos de 2018, que rubrican el final de la crisis, son los más sociales de la historia de España. Será difícil superar el compromiso social del Gobierno del PP. El intento de hacerlo, si se llega a poner en marcha, tendrá todos los visos de un suicidio, a menos que ocurra lo que ya ha sucedido antes, con Felipe González y con Rodríguez Zapatero, y es que el PSOE haga lo contrario de lo que dice que va a hacer.

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También en el legado del Gobierno de Rajoy entra la recuperación del prestigio de España, que parecía irrecuperable durante la crisis. La estabilidad y la gestión de la crisis han sido un ejemplo, en particular en América Latina, y han apuntalado la categoría de socio fiable y consistente con Estados Unidos, tanto con Obama como con Trump. En la Unión Europea, España ha salido del grupo de malos estudiantes (es decir, de parásitos), para convertirse, aprovechando el europeísmo apenas erosionado de los españoles, en un puntal de la Unión, con una hábil política de buena amistad con Alemania y con Francia. Gracias a eso, el Brexit, que ha requerido un presupuesto más ajustado, apenas nos ha afectado. Y el independentismo catalán no ha obtenido apoyos gubernamentales fuera. Lo importante sería ahora de esta realidad, no volver atrás.

El nuevo planteamiento de la cuestión catalana está también entre los elementos cruciales del legado de Rajoy. Vale la pena recordar que el rechazo del rescate ha sido un elemento clave, también en esto, por la estabilidad que hizo posible. Tampoco, por primera vez en la historia de la democracia, se han producido más transferencias de competencias. Por primera vez se aplicó el artículo 155 de la Constitución y se intervino una Comunidad Autónoma, asunto tabú hasta el 27 de octubre de 2017. Tan importante o más que el 155 fue la forma de aplicarlo, a partir del establecimiento de un acuerdo con las demás fuerzas políticas nacionales.

El gesto fue precedido de lo que se llamó la “Operación Diálogo”. Consistió en labúsqueda de interlocutores en la propia sociedad catalana, y muy en particular entre la opinión nacionalista: un intento de evitar la confrontación. Su fracaso llevó al 155, aunque en este caso la estrategia de unión sí que obtuvo un éxito considerable con el respaldo de Ciudadanos y del PSOE, reticentes durante mucho tiempo a un gesto que consideraban suicida.

La aplicación consensuada del 155 no obtuvo todos los resultados que se podía esperar, probablemente porque no contaba con la resistencia que estaban dispuestos a oponer los nacionalistas. Los partidos nacionales siempre han medido mal, o se han engañado ante el adversario nacionalista. En cualquier caso, la búsqueda de acuerdos responde a otra de las características de estos años de gobierno de Rajoy.

Esa fue la propuesta desde las elecciones de 2015: la de pactar un gran acuerdo de gobierno para consolidar la salida de la crisis económica y, sobre todo, ante el proceso desencadenado por el nacionalismo catalán. La gran novedad de Rajoy, y parte fundamental de su legado, será esa invitación, una y otra vez sustanciada -incluso ayer mismo, al hablar de la corrupción, en las Cortes y en la institución parlamentaria- de alcanzar grandes pactos nacionales o de Estado: en educación, en empleo, en seguridad y terrorismo, ante el problema nacionalista. Y la misma actitud, impecablemente democrática, se revela en la aceptación del legado recibido, como ha ocurrido con la ley de Memoria Histórica y en el final de la ETA.

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La contrapartida de esta actitud es la alergia de Rajoy, y de su círculo en la Presidencia, a presentar una posición propia, como si esta pusiera en peligro la posibilidad de cualquier acuerdo, y en vez de facilitar la acción de gobierno, la pusiera en dificultades. La táctica, como ha demostrado la actitud del PSOE en estos años, no ha servido para desactivar la pulsión demoledora de los socialistas, en particular de su actual secretario. El nuevo ensayo de civilizar la izquierda ha resultado infructuoso y deja un legado de desconcierto en las filas del PP. La desmovilización, efectivamente, ha sido particularmente intensa en el terreno de las ideas, donde el PP se ha enajenado a los jóvenes. El PP sigue teniendo excelentes cuadros y afiliados y militantes bien formados personal, pero ha quedado en la irrelevancia ideológica, sin portavoces creíbles porque se le ha sustraído la capacidad de intervenir en el debate público. También ha ignorado a sus amigos y a sus aliados, y ha aceptado, como es tradicional en el centro derecha español, que la autoridad última la tenga la izquierda.

La renovación realizada en las filas del PP en estos años pero ha sido particularmente eficaz en el terreno de la lucha contra la corrupción. Es otro de los grandes legados de Rajoy, por mucho que hoy no lo parezca. No ha ocurrido así en otros aspectos. Quizás porque Rajoy, gran parlamentario y gran pragmático, no ha sido capaz de comprender el cambio ocurrido bajo su mandato. Los requerimientos de la sociedad salida de la crisis, pluralista, contradictoria, globalizada y participativa, plantean retos nuevos en comunicación, en posicionamiento, en estrategias. Requieren, antes que nada, una nueva forma de hacer política. Queda, para ponerse al día, todo lo anterior, que es mucho.

La Razón, 01-06-18