El ¡Maura no! y el nacimiento de la izquierda española moderna (1)

En tres entregas, repasaremos el desafío que planteó el terrorismo anarquista en la España de principios del siglo XX, la Semana Trágica, la formación del Bloque de Izquierdas y la estrategia del ¡Maura, no! Lo que vino luego la caída de Antonio Maura y el final del proyecto democratizador del régimen constitucional español. Fue el nacimiento de la izquierda moderna de nuestro país. De La política pura. Vida de Antonio Maura, Gota a Gota, Madrid, 2013.

 

El terrorismo anarquista

Cuando Joaquín Artal le clavó un cuchillo en el pecho, en Barcelona, el 12 de abril de 1904, Maura se sacó el arma de la herida y entró a pie a la Diputación donde el médico del Rey le curó. Antes de eso, encargó que pusieran al tanto a José Sánchez Guerra en Madrid, para que este le transmitiera la noticia a Constanza Gamazo.[1] El atentado de 1904 continuaba el del anarquista Angiolillo contra Cánovas. Quienes estuvieron detrás del asesinato de Cánovas buscaban una acción que acabara con la autoridad de España en Cuba y provocara la crisis de la Monarquía constitucional. El primer atentado contra Maura, por su parte, parece haber sido fruto de una frustración personal. Artal quería ser artista.[2] Aun así, pudo haber servido para bloquear la evolución de la Monarquía constitucional a otra parlamentaria. Desaparecido Maura, se habría desvanecido, al menos por el momento, la posibilidad de una transición ordenada. El 26 de abril, Maura volvió a sufrir otro atentado, esta vez en Alicante.[3]

 

Maura sabía a lo que se enfrentaba al plantarle cara al terrorismo: “La represión de los delitos anarquistas engendra la represalia, engendra el odio, renueva el delito; de modo que el terrorista es el ministro de la Gobernación, y el imprudente, el Gobierno.” Esta inversión de los papeles, con la que tantas veces han tenido que lidiar los gobiernos democráticos en la lucha contra el terrorismo, no le impediría, sin embargo, enfrentarse al terror. “El Poder público –dijo en el mismo discurso de 1908- no puede pedir permiso a los delincuentes para existir, y si surgen represalias o peligra la vida es igual. El que no tiene hecho el holocausto de su vida en aras del deber podrá ser súbdito y manejar la rueca o la pluma, pero es indigno de ejercer autoridad.”[4]

La primera gran oleada de terrorismo fue protagonizada por los nihilistas rusos entre 1870 y 1885. Fue por entonces cuando algunos anarquistas hicieron suya la teoría de la “propaganda por el hecho”. Postulaba que la mejor forma de suscitar el levantamiento del pueblo no eran las ideas. La mejor forma de movilización era la acción violenta.[5] La idea tardó algún tiempo en prender, pero la lanzó un criminal francés, de sobrenombre Ravachol, que hizo estallar varias bombas y denunciar así la represión del Estado. El ciclo que inició Ravachol culminó con el asesinato del presidente francés Sidi Carnot por un anarquista italiano, Sante Caserio, en 1894. (El atentado de Artal contra Maura fue un calco del de Caserio contra Carnot.)

El anarquismo se ensañaba en España, y muy en particular en Andalucía, desde los años ochenta. Los atentados en Barcelona empezaron en 1892, con un muerto por bomba en la Plaza Real. Vino luego el atentado de Paulino Pallás contra el general Martínez Campos, en el que cayó asesinado un policía. Para vengar la ejecución de Pallás, que había actuado con el apoyo de una red internacional, un amigo suyo, Santiago Salvador, lanzó dos bombas sobre el patio de butacas del Teatro del Liceo. En total, Salvador mató a 22 personas e hirió a más de cincuenta. Nunca se había cometido un atentado tan bestial y la repercusión en todo el mundo galvanizó a algunos círculos anarquistas, que olvidaron el mínimo resto de humanidad que tal vez les quedaba todavía. La deriva –del atentado personal a la violencia indiscriminada- quedó confirmada con el atentado de la calle Cambios Nuevos (Canvis Nous), cuando estalló otra bomba al paso de la procesión del Corpus Christi. Causó la muerte a doce personas, con otras 60 heridas.

La policía, desconcertada y poco preparada, detuvo a centenares de personas que fueron encerrados en el Castillo de Montjuic. Muchos de ellos sufrieron torturas que dieron lugar a campañas de denuncia y sirvieron de pretexto a más violencia, en particular al asesinato de Cánovas, a quien los anarquistas consideraban responsable de los crímenes de Montjuic, el auténtico “terrorista” como diría Maura después. Sagasta, en 1894, había promulgado una ley de represión. Establecía la pena de muerte para los atentados con explosivos que resultaran en muertes o lesiones, y disolución de las asociaciones que facilitaran la comisión de atentados, por ejemplo. La crueldad del atentado de la calle Cambios Nuevos llevó a Cánovas, en 1896, a rectificar esta ley. Los delitos terroristas pasaban a jurisdicción militar y el gobierno se atribuía la competencia de cerrar periódicos, centros anarquistas de movilización, reunión y propaganda. También podría expulsar de España a quienes difundieran ideas anarquistas o formaran parte de grupos que facilitaran los atentados.[6] La ley tenía plazo de caducidad, hasta 1899, aunque las Cortes la prorrogaron un año más.

Entre tanto, y seguramente a consecuencia tanto del horror que causaron los propios atentados como del miedo a la represión, la violencia anarquista parecía haber desaparecido. No fue así. Hubo tres atentados con bomba en 1903, ocho en 1904 (primer gobierno Maura), cuatro en 1905, doce en 1906 y 16 en 1907 (inicio del segundo gobierno Maura).[7] La policía de Barcelona, la ciudad en la que se cebaron los terroristas, no estaba preparada para reprimir ni prevenir aquella oleada. Los gobiernos, sin embargo, no reaccionaron como las medidas de la década anterior tal vez dejaban esperar. Al contrario. Las torturas se habían acabado después del descrédito que había traído el proceso de Montjuic. En 1904, el gobierno Maura indultó a los presos por los crímenes de Alcalá del Valle. Estaba claro -para quien quisiera verlo- que Maura se inclinaba por un tratamiento humano y compasivo en la lucha contra el terrorismo. El indulto no evitó que Alfonso XIII fuera atacado en París. Luego vino el atentado contra la comitiva de la boda de los Reyes en Madrid. Tras haber asesinado a 23 personas, Morral se suicidó, pero Francisco Ferrer Guardia, que había colaborado con el asesino, fue absuelto por el gobierno liberal y quienes habían ayudado a Morral a huir fueron absueltos, a su vez, en 1908, por el nuevo gobierno de Maura.

Crecía, sin embargo, la sensación de que la nueva ofensiva terrorista requería respuestas que la atajaran. La reunión de Cartagena, en 1907, se organizó en las aguas del puerto murciano para evitar que el rey Eduardo VII pudiera sufrir algún atentado en suelo español. El 1 de febrero de 1908 fueron asesinados en Lisboa don Carlos I, Rey de Portugal, y su hijo el infante Luis Felipe, de 21 años. Ante estos hechos y la situación en Barcelona -donde estallaron dos bombas en marzo de ese mismo año, con ocasión de la visita de Alfonso XIII a la escuadra austríaca atracada en el puerto- el gobierno Maura suspendió las garantías constitucionales en la capital catalana, un recurso bastante común en la época. No resultaba satisfactorio porque era una medida limitada en el tiempo y, sobre todo, porque constituía una confesión de impotencia por parte del gobierno, justo cuando los nacionalistas, que Maura quería atraerse a su proyecto, demandaban medidas consistentes. Maura debía demostrar que el gobierno central no había abandonado Barcelona al terror.[8]

 

La legislación contra el terrorismo

 

La siguiente línea de actuación –descartada la tortura y la presión sobre los tribunales, como ha señalado Joaquín Romero Maura- era profesionalizar, modernizar y reforzar la policía en Cataluña, algo de lo que se ocupó Juan de la Cierva en colaboración con Ángel Ossorio y Gallardo, que fue nombrado gobernador de Barcelona.[9] Aquella tarea requería unos plazos demasiado largos. Por eso en mayo el gobierno presentó ante el Senado un proyecto de ley para la represión del terrorismo que retomaba algunos aspectos de la ley de 1896. No se volvía a la jurisdicción militar, pero sí a la posibilidad de censurar las manifestaciones anarquistas y expulsar a los activistas. El texto, de hecho, podía ser interpretado como una amenaza contra cualquier partido revolucionario o ajeno al sistema, como el socialista o –en teoría al menos- los republicanos. En la tramitación de la ley en el Senado se agravaron los términos: el Gobierno podría prohibir la publicación de noticias sobre terrorismo y podía establecer juntas territoriales autorizadas para cerrar centros, periódicos e incluso expulsar a personas del país.[10] Para enfrentarse al terrorismo, dar satisfacción al nacionalismo y no caer en las arbitrariedades policiales o judiciales, el gobierno se reservaba un margen amplio de discrecionalidad.[11] Era un proyecto arriesgado, en el que Maura se jugaba su credibilidad.

En vista de la gravedad de la situación, Maura esperaba que las oposiciones dinásticas adoptaran con este proyecto una actitud similar a la que él había mantenido ante la Ley de Jurisdicciones del gobierno liberal de Moret. No le parecía bien, pero la había respaldado por sentido de la responsabilidad. Maura, por otra parte, pensaba que el terrorismo anarquista constituía una novedad por cuanto que sus ideas constituían de por sí una incitación a la violencia: entre la formulación del concepto y la violencia política no había nada. Esta idea intentaba justificar la dureza de la ley.

La oposición de republicanos y socialistas estaba asegurada: Pablo Iglesias, que –como ha explicado Juan Avilés- encontró en la ley un pretexto para equiparar la Monarquía constitucional española a la autocracia rusa, dijo: “Seremos terroristas”.[12] Sobre todo, se opuso buena parte de la prensa, que vio en la Ley un instrumento para imponer la censura previa y obligarle a limitarse a publicar la versión oficial de la actualidad. El 4 de mayo la sede de El Liberal, en Madrid, acogió una reunión en la que los directores de casi todos los diarios madrileños –incluidos los de ABC y La Correspondencia de España mostraron su posición en contra y formaron un “comité de defensa”. A partir de ahí iniciaron una campaña de oposición al proyecto.[13]

El enfrentamiento venía de lejos. Rafael Gasset, que se había integrado en el primer gobierno de Silvela, no había encontrado su sitio en el proyecto de reconstrucción del conservadurismo. Gasset se aproximó al Partido Liberal y su periódico, El Imparcial, fue tomando posiciones de izquierdas. Por su parte, Maura, cuando fue ministro de Gobernación en el gobierno Silvela de 1902, se había negado a subvencionar a la prensa con lo que se llamó el “fondo de reptiles” a disposición de la autoridad gubernativa. Maura siempre pareció despreciar la prensa, como si fuera más una forma de manipulación de la opinión pública que el espacio de debate donde se da forma, se instruye y se refleja la opinión pública.

La prensa de izquierdas le correspondió siempre con una animadversión implacable. El caso Nozaleda aclaró las posiciones respectivas. Miguel Moya, director de El Liberal –de Madrid- y presidente de una sociedad que agrupaba a otras cuatro cabeceras del Liberal en otras tantas capitales, fue de los que más se distinguió en la campaña contra la decisión de Maura. En 1906, Moya y su sociedad editora decidieron ampliar su empresa y asociarse con los diarios nacionales de Madrid. Se trataba de abaratar costes, en particular del papel, y también de aumentar la influencia política. A El Liberal se unió El Imparcial, de la familia Gasset. Moya compró El Heraldo de Madrid a Canalejas gracias a un millón y medio de pesetas que consiguió por intermedio de Juan de la Cierva.[14] El grupo, llamado Sociedad Editorial de España (SEDE) se constituyó en mayo de 1906. Quedaron fuera ABC, fundado hacía poco tiempo, y La Correspondencia de España, que publicó durante varios años en la primera plana una frase que alcanzó gran popularidad: “Este periódico no pertenece al Trust”.[15]

El Trust, como fue conocido, lanzó su primera campaña contra Maura a comienzos de 1907.[16] En un momento en que los periódicos estaban en pleno cambio, precisamente por la democratización de los sistemas políticos y los adelantos técnicos que permitían tiradas hasta ahí impensables, el enfrentamiento con Maura garantizaba un gran espectáculo. El proyecto de evitar la promulgación de la Ley antiterrorista fue asumido como un objetivo irrenunciable. Fue en este círculo donde nació el slogan de ¡Maura, no!

El ¡Maura, no! plasmaba el sentido de una campaña que, aunque fuera con dureza inédita hasta ahí, podía haberse limitado a una cuestión general, de orden político. El slogan centraba el objetivo de la campaña, pero no en la simple oposición a una ley, o incluso a un gobierno, sino en un nombre, el del presidente del Gobierno, al que se convertía en una caricatura. Maura se convertía definitivamente en el figurón reaccionario, ultramontano, clerical, represor hasta la brutalidad…también corrupto, con ocasión de los escándalos promovidos con ocasión del episodio del Canal de Isabel II y las concesiones hechas a las empresas encargadas de las construcciones previstas en la Ley de la Escuadra. No había límites con tal de conseguir los objetivos de la campaña.

Más allá de la retirada de la ley, el ¡Maura, no! ofrecía la oportunidad de simplificar los mensajes y conseguir la penetración comercial en la opinión pública. También empezó pronto a tener efectos políticos. Las campañas del trust contra Maura consiguieron, efectivamente, unir a una oposición de izquierdas desconcertada por la consistencia de las fuerzas políticas que apoyaban al gobierno conservador. Desde la Institución Libre de Enseñanza, donde se consideraba al gobierno de Maura la encarnación de “la pedantería, la procacidad y la ignorancia”, presionaron sin tregua a Moret para que acabara con Maura, sin para por las urnas, como así acabó ocurriendo.

El 9 de mayo de 1908 la Ley antiterrorista fue aprobada en el Senado. El Trust contestó el 28, con la organización en el Teatro de la Princesa, en Madrid, de una asamblea en la que intervinieron los republicanos Sol y Ortega, Azcárate y Melquíades Álvarez, además de dos liberales monárquicos, Moret y Canalejas. En las Cortes, Maura comentó con sarcasmo el acto de unidad de los liberales monárquicos, herederos del Partido Liberal Fusionista de Sagasta, con los republicanos: “Es un éxito –dijo- para los monárquicos que ciertas minorías tengan un punto de mira común y se unan para constituir un organismo robusto, gobernante futuro. Esto, sin contar con la buena disposición que a todo monárquico ha de producirle que elementos radicales se presenten a colaborar a la obra de esas minorías, dentro, por su puesto, de este régimen.”[17] Es probable que ni el tono ni el lugar fuesen los adecuados para contrarrestar una campaña que se estaba desarrollando en la prensa y en la calle.

Viendo que se echaba encima el verano y la ley de Administración Local –el gran proyecto de su legislatura- se atascaba en el Congreso, Maura, por fin, decidió retirar la ley contra el terrorismo. (También parece haber intervenido el Rey, que no era partidario de la nueva legislación, tal vez por creerla contraproducente.[18]) El trust celebró su victoria con un banquete en homenaje a Moya. Según escribió Carlos Seco Serrano, este acto puede ser considerado el punto de partida del Bloque de Izquierdas.[19]

 

El ¡Maura no! y el nacimiento de la izquierda española moderna (2)

El ¡Maura no! y el nacimiento de la izquierda española moderna (3)

 

De La política pura. Vida de Antonio Maura, Gota a Gota, Madrid, 2013

 

[1] Silió, César (1934): 95-96. El relato del propio Maura, en Maura, G. y Fernández Almagro, M. (1999): 62-63.

[2] Romero Maura, J. (2000): 22.

[3] Romero Maura, J. (2000): 22.

[4] Las dos citas, en Sevilla Andrés, D. (1954): 338. También, Maura, A. (1953a) 397.

[5] Avilés Farré, J. (2006): 21.

[6] Avilés Farré, J., en Pendás, B. (2009): 144.

[7] Avilés Farré, J., en Pendás, B. (2009): 145.

[8] Romero Maura, J. (2000): 61-62.

[9] Romero Maura, J. (2000): 64-66.

[10] Avilés Farré, J., en Pendás, B. (2009): 151-152.

[11] Romero Maura, J. (2000): 76.

[12] Avilés Farré, J., en Pendás, B. (2009): 154-155.

[13] Seco Serrano, C. (1995): I-136.

[14] Cierva, J. de la (1955): 76.

[15] Seco Serrano, C. (1995): I-136 y Gómez Aparicio, P. (1974): 243.

[16] Márquez Padorno, M. (2011): 694.

[17] Sevilla Andrés, D. (1954): 341.

[18] Avilés Farré, J., en Pendás, B. (2009): 157.

[19] Seco Serrano, C. (1995): I-136.