El caso Barreiro

La senadora y ex alcaldesa de Cartagena acaba de ser exonerada por el Tribunal Supremo de los cargos que pesaban contra ella en relación con una presunta participación en la trama Gürtel. La causa había sido archivada en 2015 pero fue reabierta tras un recurso presentado por la acusación particular, de la que formaban parte el PSOE e Izquierda Unida. Para agravar más aún el asunto, Ciudadanos forzó a Pilar Barreiro a dejar el grupo Popular para aprobar los presupuestos generales.

El asunto pone en cuestión una vez más la acusación particular, esa forma de trasladar la política a la justicia y manipular esta en favor de intereses que nada tienen que ver con la ley. La acusación particular, reliquia de la ideología progresista, está inscrita en las costumbres de nuestro país. A falta de suprimirla, que es lo que habría que hacer, sería urgente articular formas de limitación que impidieran abusos inmorales, como los chantajes de Manos Limpias, o inmorales y descaradamente políticos, como los que han afectado al buen hombre y a la carrera de Pilar Barreiro. Resulta inconcebible que los partidos y las organizaciones políticas, por ejemplo, puedan ejercer la acusación “particular”. O bien habría que cambiar el nombre y llamarla “acusación partidista”.

La presión ejercida por Ciudadanos merece comentario aparte. En nombre de la regeneración y la nueva política, Ciudadanos, con Albert Rivera a la cabeza, no dudó en dar por juzgados y sentenciados unos hechos extremadamente dudosos. Eso se llama, lisa y llanamente, corrupción. Y corrupción de la peor especie, la que desvela hasta qué punto está un político dispuesto a anteponer sus intereses a cualquier hecho, incluida la reputación y la honorabilidad de una persona. Para que el discurso regenerativo volviera a tener alguna credibilidad, los responsables de Ciudadanos deberían pedir perdón a Barreiro y empezar a pensar en formas de combatir la corrupción que no conlleven una corrupción aún peor, por el descrédito sembrado sobre el sistema. No ha habido exceso. Ha habido cinismo y degradación voluntaria.

La Razón, 06-11-18