Una dulce violencia benéfica

La Exposición de Motivos del Anteproyecto de Ley de Memoria Democrática preconiza el reconocimiento de “la dignidad de las víctimas de toda forma de violencia intolerante y fanática”. Hay por tanto violencia “intolerante y fanática” y otra que no lo es o, más precisamente, que es “tolerante y ecuánime”. El error puede ser atribuido a un lapsus, fruto a su vez del completo desconocimiento del español que muestran los redactores de la Exposición de Motivos, que, dicho sea de paso, y solo por su longitud, encaja mejor en el género del ensayo o del panfleto que en cualquier otro de índole legislativa. Bien es verdad que el contenido de la Exposición corrobora la sorpresa primera. En cuanto a la “memoria” que se pretende cultivar, resulta sumamente selectiva. Tan solo habla de la violencia ejercida por quienes no estaban en el campo de la izquierda. Y eso no solo en cuanto a nuestro país. La referencia temprana -y bienvenida- al Holocausto, no se acompaña de ninguna otra referencia al exterminio en masa practicado por los regímenes comunistas…

En otras palabras, sea lapsus o no, lo cierto es que para quienes han redactado y se disponen a respaldar con sus votos la Ley de Memoria Democrática, hay dos violencias: una buena y otra detestable. Superada la fase de negación, entramos en la afirmación positiva. Es cierto que la izquierda -por así decirlo- ha ejercido la violencia, pero lo ha hecho de modo dulce y benéfico. ¿De qué otra manera debemos comprender esa violencia tolerante y ecuánime? Como es natural, las víctimas de esta violencia dulce no lo son en verdad. Más bien están en la obligación de agradecerla. Al fin y al cabo, se trataba de inculcarles valores tan nobles como la tolerancia y la ecuanimidad, que a todas luces desconocían. De la afirmación deducimos también que los generosos autores de este proyecto de Ley están dispuestos a seguir aplicando la misma pedagogía en años venideros. El proyecto, como es bien sabido, cuenta con el apoyo de quienes no condenan la violencia nacionalista, modelo de tolerancia y ecuanimidad. Y levanta toda una batería de medidas, disposiciones y departamentos de nueva creación, centinelas insomnes -héroes auténticos- encargados de que esa misma violencia siga ejerciéndose en el futuro.

El proyecto de ley, por tanto, no se dispone solo a blanquear la violencia ejercida por la izquierda española en su larga historia, algo que al fin y al cabo solo esa misma izquierda, o los alucinados que se consideren sus herederos, puede tomarse en serio. También dicta lo que las futuras generaciones de españoles habrán de pensar acerca de su presente y su futuro. Por eso el proyecto va mucho más allá de la cuestión de la “memoria” y afecta de pleno a la cuestión de la identidad, de la identidad del país, que es a lo que se dirigen siempre estas normas. De la larga y fecunda historia constitucional española, por ejemplo, sólo se tienen en cuenta tres textos, además del del 78 (que el propio proyecto se encarga de desacreditar una y otra vez). Todo lo demás, incluidas las dos constituciones de consenso liberal de 1837 y 1876, se merece la violencia dulcísima, esa violencia tolerante y ecuánime que está configurando la España plurinacional y republicana de Sánchez y sus amigos populistas y nacionalistas. Gracias, gracias…

La Razón, 21-07-22