¿Qué se vota en Cataluña?
Una parte de la opinión pública catalana viene manifestándose ajena a las opciones políticas que concurren a las elecciones autonómicas. Se sienten cansados y aburridos ante lo que parece ser la necesidad de elegir entre Cataluña y España, que son los términos en los que los nacionalistas han planteado la cuestión. Descontado un cierto señoritismo, se comprende bien este estado de espíritu y no resulta difícil simpatizar con él, por la repetición de los argumentos, la vuelta de las mismas obsesiones, el eterno retorno de una discusión sin salida.
Otra forma de abordar el problema es esforzarse por entender que lo que está en juego no es una opción entre dos fuerzas simétricas y similares, condenadas al choque. En realidad, se trata más bien de escoger entre una opción dispuesta a construir una comunidad que tendrá que practicar la exclusión, y cuya primera exigencia será forzar la elección entre ser catalán y ser español, y otra en la que el dilema identitario está superado y en la que la relación entre Cataluña y el resto de España no es cuestión de esencias irreductibles, sino de transacciones y negociaciones encuadradas en una comunidad política. En esta siempre hay que tener en cuenta perspectivas, intereses, problemas muy diversos. Y los responsables políticos no se pueden permitir el lujo de gobernar sólo para los suyos. En cuanto caen en la tentación de hacerlo, quedan descalificados ante el conjunto del electorado. En política nunca ha habido unanimidades. Cada vez resultan más sospechosas.
Cierto es que la elección del 27-S tiene algo de metafísico. Se trata de escoger entre una propuesta que plantea la elección como clave primera, y otras (en plural) que dan por superada esta –desde la nación política refundada en la Constitución de 1978- y están intentando volver a un debate en el que dialoguen opciones que ofrecen perspectivas diversas sobre la cosa pública, no la necesidad de refundar esta de nuevas. Se echa en falta, casi dolorosamente, esa idea integradora y liberal de nuestro país que tan denodados esfuerzos se ha hecho por impedir en estos años de democracia. Ahí está una de las causas por las que tanta gente se siente abocada a una elección disparatada entre dos entidades igualmente abstractas y que tienen algo de parodia esperpéntica de los ídolos antiguos, necesitados de sacrificios –humanos, llegado el caso. Si la actual crisis permitiera cambiar este estado de cosas, algo habremos adelantado.
La Razón, 16-09-15