El liberalismo no tiene alternativa. Entrevista de Gonzalo Altozano

Nueva Revista, octubre 2015

Gonzalo Altozano

Su último libro, Sueño y destrucción de España, es un recorrido crítico por la historia del regeneracionismo, que Marco conceptúa como la manera española de ser nacionalista, o en una formulación negativa -más negativa aún, si cabe-, como la negación del liberalismo. El libro puede leerse también como el álbum de familia de los regeneracionistas españoles, tipos que se tomaban tan a pecho la Historia y a sí mismos -sobre todo a sí mismos- que es inevitable imaginarlos con la mirada perdida en un punto lejano del horizonte, hablando de sí en tercera persona, sin el más elemental sentido del humor. Les salva, eso sí, lo hermosamente que escribían el español, cualidad de la que también anda sobrado Marco, su crítico y retratista. 

 

Contra lo que pueda sugerir el título, su libro no es otra vuelta de tuerca al problema español.

-El problema nacional, el llamado problema español, se resolvió en la Transición. Lo resolvimos los españoles en la Transición. Otra cosa fueron -y siguen siendo- las élites.

-¿Qué ocurre con las élites?

-Que se han quedado atascadas en la crítica -feroz- que regeneracionistas y nacionalistas hicieron al régimen liberal en la Restauración, con lo que la crítica a la realidad de hoy se hace con parámetros establecidos entonces.

-¿Eso qué explicaría?

-Entre otras cosas, la coincidencia de nacionalistas e izquierda en el discurso antinacional.

-Hay quien sitúa la causa de tal confluencia en Franco y su régimen.

-Es la hipótesis tradicional. Al apropiarse la dictadura de Franco de los símbolos y de las instituciones nacionales, incluso de la palabra España, lo habría contaminado todo. Por eso el rechazo de la izquierda a toda identificación con lo nacional y su alianza con los nacionalistas. A esto habría que añadir cierto tacticismo para destruir cualquier posición del centro derecha. Sin embargo, la cosa es más complicada y arranca, ya digo, de la crisis no resuelta -no resuelta por las élites, insisto- del 98.

-¿Y no era esa crítica noventayochista una crítica cargada de legitimidad?

-En Francia se hizo una crítica a la III República igual de dura que la que aquí se hizo a la Restauración. La diferencia es que una vez hecha, los franceses no volvieron a hacerla, sino que restablecieron la continuidad histórica en el momento en que esta fue interrumpida por la III República. Aquí, a la muerte de Franco, no se restablece la continuidad liberal de los años veinte, sino la crítica regeneracionista a la Monarquía Constitucional.

-Pero eso fueron, dice, las élites, no los españoles.

-La gente vive cada vez con más naturalidad su ser español. A ello han contribuido muchos factores. Los éxitos deportivos, por ejemplo. Y el desarrollo económico también. Incluso la política antiterrorista de Aznar.

-¿Atribuye a Aznar el despertar de los españoles frente al terrorismo?

-Los españoles nunca estuvimos adormecidos cuando mataban a un compatriota. Sentíamos horror. El problema es que no había manera -manera política- de expresar nuestra emoción y solidaridad. Y no lo había porque al estar las élites atascadas en la crítica a lo nacional terminaron neutralizando lo nacional.

-Durante un tiempo se pretendió construir un discurso con minutos de silencio y manos pintadas de blanco.

-Recuerdo una discusión que tuve en la radio cuando el asesinato de Miguel Ángel Blanco. Dije que la movilización era importantísima pero que las manos blancas no eran la respuesta. La respuesta tenía que ser aquello que simbolizaba lo que los terroristas querían destruir: la bandera de España.

-Las banderas terminaron saliendo a la calle.

-Pero el discurso nacional sigue sin ser construido. Un discurso que exprese políticamente lo español, que ya se expresa de forma natural de muchas otras maneras.

-¿Y en el intento no se corre el riesgo de que todo degenere en un discurso nacionalista?

-Sería el propio discurso nacional, un discurso consensuado por los dos grandes partidos, el que marcaría la diferencia con el nacionalismo. El nacionalismo, no lo olvidemos, es un discurso contra la nación. El discurso nacional, en cambio, funda la nacionalidad en una combinación de política y cultura, una combinación difícil pero que funciona, una combinación que no deja fuera a nadie.

-¿Queda así conjurado el peligro de los hechos diferenciales?

-Podemos percibir diferencias entre un español y, por ejemplo, un francés. Diferencias que, en cualquier caso, no nos permiten decir esto es español y esto no lo es. O sea, que no hay forma de fijar lo español a partir del carácter.

-¿Niega eso la existencia un carácter español?

-Existe un cierto carácter español expresado en determinadas maneras de vivir y de relacionarse, en determinados gustos compartidos y propensiones sentimentales. Pero no se es o se deja de ser español porque te guste o no la tortilla de patatas, porque seas aficionado o no a los toros, porque salgas de copas por la noche o prefieras quedarte en casa. Es español quien tiene pasaporte español y punto. La nación española no excluye a nadie. (…)

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