¡Viva el 8-M! ¡Y viva Grande-Marlaska!

Cuando a Sánchez le dimitieron una ministra de Sanidad y otro de Cultura (sí, recuérdese, de Cultura…), debió de prometerse a sí mismo que nunca le volvería a dimitir otro. Aunque para ello tuviera que abrasarlo hasta la calcinación total, allí donde solo quedan unas pocas pavesas humeantes. Es lo que está haciendo con Grande-Marlaska, probablemente con la aquiescencia e incluso el agradecimiento del propio ministro.

Todo se jugó el 8-M, cuando el Gobierno, en contra de los informes sobre la peligrosidad del covid-19 que tenía sobre la mesa desde por lo menos el 10 de febrero, alentó aquella apoteosis del neofeminismo radical o, sería mejor decir, de la mentira. Porque desde entonces el Gobierno de Sánchez se ha visto de tal modo vinculado a aquel engaño fatídico que ya no ha podido librarse de un peso cada vez mayor.

El caso Grande-Marlaska lleva a la necesidad de seguir mintiendo para cubrir la mentira anterior, con el propio protagonista condenado al suplicio, que alcanzará de un momento a otro categoría mítica, de hilvanar una teoría inacabable de narrativas contradictorias, bien detalladas en el editorial de LA RAZÓN de ayer. También conduce a la necesidad de encontrar con desesperación un enemigo –primero la Guardia Civil, luego el propio Pérez de los Cobos, la oposición siempre- que resulta ser el único gran argumento para disimular el desastre. Es un ejemplo de libro acerca de cómo una política fundada en el engaño produce una montaña de mentiras y aboca sin remedio a la práctica sistemática del enfrentamiento para mantenerse. Ni rastro aquí de lo que es una política constitucional y democrática.

Se consigue el entusiasmo de los propios, pero también ahondar el foso con quienes tendrán que ser algún momento los propios interlocutores y también con partes enteras de una sociedad que el Gobierno politiza hasta el punto de pervertir cualquier carácter institucional. Claro que esta forma de concebir la política como una guerra permanente, conducida a base de batallas diarias, debe de provocar una euforia particular, la del activista metido a gobernante. La misma que llevó ayer a Sánchez a reivindicar como si fuera un triunfo un momento trágico como el último 8-M. En la exclamación iba implícito un ¡Viva Grande-Marlaska! que –ahora se entiende- participó en aquella fiesta como si asistiera a su propio auto de fe.

La Razón, 04-06-20