Utrera Molina. La vuelta del pasado

Hace unos años, no muchos, escribir sobre José Utrera Molina, gobernador civil y ministro de Franco, habría sido recordar un pasado remoto, con el que los españoles, con independencia del signo ideológico de cada cual, teníamos poco que ver. Ahora ya no es así. El pasado ha cobrado una presencia propia y muy en particular lo ha hecho todo lo referido a la dictadura de Franco, lo que se llama, con un término poco afortunado, el “franquismo”. Así que su fallecimiento otorga a Utrera Molina, considerado el último “franquista”, una actualidad sorprendente.

 

Utrera Molina fue desde muy temprano un falangista. (Él mismo contó cómo, siendo muy pequeño, le fascinó lo que en la Falange había de apelación lírica, de estética del heroísmo.) No fue, sin embargo, de los falangistas críticos con Franco, algunos de los cuales derivaron a posiciones socialdemócratas, amables por tanto para quienes llegaron al poder en los años 70. Para él no hubo contradicción entre el legado de José Antonio Primo de Rivera, al que siempre permaneció fiel, y la acción política de Franco. Estaba, por una parte, la aspiración a la justicia social tan propia del ideario falangista y a la que Franco dio cauce en múltiples aspectos, desde las políticas de vivienda hasta la escolarización y la sanidad. Por otra parte, Utrera Molina siguió creyendo toda su vida en una España de orden metafísico, depósito eterno de valores morales y civilizatorios que el régimen de Franco había logrado preservar. En términos políticos, este concepto se traducía en una desconfianza profunda hacia los partidos políticos y la democracia liberal. Utrera fue de los que votaron No a la Ley de Reforma Política.

Como es de suponer, no son estas ideas las que le concedieron su reciente actualidad. Lo que le sacó del pasado fue la Ley de Memoria Histórica y la mentalidad que la sostiene. Al criminalizar todo lo relacionado con la dictadura de Franco, la Memoria Histórica también criminalizó actitudes y trayectorias como la de Utrera Molina. Y como el antiguo ministro no estaba hecho para callarse, reaccionó cuando se le retiraron los honores, como la Medalla de la provincia de Sevilla, de la que fue gobernador en los años 60. Reaccionó sin estridencias, como quien aprovecha la ocasión para decir aquello que cree que tiene que decir. Y a su manera, contribuyó a que ese pasado cobrara una nueva presencia, si no más atractiva, sí más viva y por lo menos más interesante que el nuevo maniqueísmo, tan infantil como destructivo.

La Razón, 23-04-17