Reformas en… la UE

Muchas cosas han cambiado en estos meses de pandemia. Una de ellas es la Unión Europea. De estar sumida en una crisis de apariencia insoluble, ha sabido responder al desafío que se le planteaba y ha dado muestras de unidad de criterio y de acción. En la compra de las vacunas para todos los ciudadanos, lo que significa una capacidad nueva de coordinar políticas ajenas hasta ahora a sus competencias. Y, lo que era más complicado, todavía, en la voluntad de endeudarse para ayudar a las economías nacionales castigadas por una crisis impredecible y, por el momento, sin final a la vista. También ha sabido encontrar una salida digna para el Reino Unido, que salva en la medida de lo posible muchos de los intereses en juego.

Estamos por tanto ante una Unión Europea revitalizada, con nuevos instrumentos. No ocurre lo mismo con los Estados que la forman, por lo menos no con todos. A la incapacidad generalizada de los Estados miembros para afrontar el covid-19 con solvencia a largo plazo, más allá de las soluciones masivas e indiscriminadas como los confinamientos, se suma ahora el increíble arranque de la vacunación, con resultados que están muy lejos de lo que la economía y la cultura de los países más avanzados del mundo dejarían suponer. Esta incapacidad para movilizar los recursos propios recuerda a la incapacidad para tomar conciencia de la amenaza de principios de año. Y debería ser el inicio de una reflexión acerca de esta extraña incapacidad de gobernarnos a nosotros mismos que empieza a ser una de las señas de identidad de las democracias occidentales.

Hay más. Si la Unión Europea ha sido capaz de adoptar políticas nuevas, que exigen un cambio de mentalidad y de funcionamiento ahora, esa misma cuestión de las reformas está en el campo de los Estados miembros. Por hablar de nuestro país, todos sabemos qué reformas son imprescindibles para empezar a salir de la crisis y, más allá, para asegurar un horizonte de crecimiento y de bienestar a la población: flexibilización del empleo y del mercado de trabajo, más oportunidades a los empresarios, reducción de las regulaciones, reforma de la función pública, reforma de las pensiones, contención fiscal… También sabemos que nada -absolutamente nada- de todo eso se va a abordar ni en los próximos meses, ni en los próximos años. Las reformas que parece prever el gobierno social peronista son puramente políticas, como las que atañen a la Corona, y, en otro caso, van en el sentido contrario al que sería necesario aplicar. Es posible por tanto que la economía española vuelva a crecer, cuando el covid-19 empiece a ser vencido por la vacuna, pero sin que hayan empezado a resolverse ninguno de los problemas de fondo, desde el gigantesco paro estructural a la deuda y el déficit. Si a esto se le añaden las amenazas al estado de derecho que supone el triunfo del fanatismo nacionalista en varias zonas de España, tal vez habrá que empezar a pensar que sí, que una Unión Europea de mandarines tecnócratas vale más que los Estados que la conforman.

La Razón, 07-12-20