La Gloria del Caudillo

El Discurso del primer Año Triunfal de la Victoria, pronunciado a modo de balance por Pedro Sánchez, demuestra que el Presidente no ha aprendido nada de la tragedia del covid-19. Hemos aprendido los demás, a costa de más de 70.000 personas fallecidas en nuestro país, pero no Sánchez ni, es de suponer, su Gobierno, perfectamente satisfecho con lo que ha hecho desde enero hasta aquí.

Una de las cosas que hemos aprendido es hasta qué punto hemos vivido anestesiados ante los riesgos que corremos. Resulta difícil de entender cómo las sociedades europeas, y más en particular la nuestra, contemplaban fascinadas las imágenes de Wuhan o de Italia sin comprender que estábamos viendo lo que íbamos a padecer nosotros muy poco después. La ceguera de buena parte de la ciudadanía (no de toda: las mascarillas se agotaron antes de cualquier alarma oficial) no disculpa la del Gobierno. El Gobierno tenía información y medios para dar la alerta y empezar a tomar medidas. No lo hizo porque no quiso hacerlo. Y no vale la pena escudarse en la ciencia, porque un político no es un científico y trabaja con otros datos y sometido a demandas muy distintas. Tampoco vale hablar de una atmósfera política de falta de colaboración. Esto parece querer disimular la negativa de Sánchez a establecer algún acuerdo con la oposición incluso ante una situación que sabía trágica. Además de sectarismo, que impidió un diálogo que habría facilitado decisiones más rápidas y probablemente habría salvado miles de vidas, la actuación revela la falta de confianza de Sánchez y su Gobierno en la opinión pública, es decir en la democracia.

Lo único que hizo reaccionar al Gobierno fue lo que consideró insoportable: el colapso de los servicios sanitarios. Sólo entonces, con la amenaza convertida en una realidad sangrante, se tomaron medidas que corroboran de nuevo esa falta de consideración que Sánchez y su Gobierno tienen para sus conciudadanos. La irresponsabilidad primera se compensó con medidas brutales de suspensión de garantías, las únicas que después de dos meses de inacción podían salvar la situación, aunque fuera a costa de la ruina de centenares de miles de familias y de empresas: a día de hoy, un millón de parados, 86.000 empresas cerradas y sectores enteros, como el del turismo, en situación de quiebra.

Había otras formas de encarar el covid-19, como se ha demostrado después. De hecho, el Gobierno ha tenido que aceptar un nuevo consenso, promocionado por la Comunidad de Madrid e Isabel Díaz Ayuso. Es posible salvar a un tiempo, al menos en parte, la economía y la salud de la población, con medidas parciales de control y concentrando la acción preventiva en los más vulnerables. Claro que eso requiere hablar con claridad a la ciudadanía, informar de lo que está ocurriendo y de los riesgos en que se incurre y no querer convertir las decenas de miles de españoles fallecidos en el pedestal de la gloria del Caudillo Sánchez. (Todo -oído en la calle- para descabalgar a Felipe VI y dar él, el Caudillo, el próximo mensaje de Nochebuena.)

La Razón, 31-12-21