Política y empleo
Siempre que se habla del empleo en nuestro país, se empieza poniendo por delante los avances para subrayar por fin los problemas que le afectan, en particular la precariedad y la llamada “calidad” del empleo.
Por una vez, podíamos colocar antes los datos positivos: 87.692 afiliados más a la Seguridad Social en junio, es decir 40 meses de crecimiento ininterrumpido de empleo; recuperación de 7 de cada 10 empleos destruidos por la crisis; creación, en lo que va de año, de un 30% más de empleo que en 2016, a lo que se añade la cifra record de mujeres ocupadas, el más de millón de jóvenes que tienen trabajo, la caída del desempleo entre los inmigrantes y la posibilidad de llegar a 20 millones de personas trabajando, con el consiguiente reequilibrio de la desigualdad y el reforzamiento del Estado de bienestar, sobre todo las pensiones. A la cabeza de la UE en crecimiento del PIB y creación de empleo, sabiendo que en muchos países nos miran con admiración, a veces teñida de envidia o de frustración, ahora sí que podemos empezar a hablar de los problemas del mercado de trabajo.
Estos resultados son la consecuencia de la política del gobierno -de ese conjunto de medidas que llamamos “reforma laboral”- pero también de la capacidad de los españoles para aprovecharlas. Hoy las empresas y los trabajadores tienen más autonomía para negociar las condiciones de trabajo y una capacidad de diálogo de la que hasta ahora carecían. El mercado de trabajo se ha flexibilizado y sin el peso de los convenios pactados por sector, es decir en abstracto y según criterios políticos, en las empresas se puede por fin hablar de cómo se organiza el trabajo según los intereses y las necesidades concretas, sin necesidad de acudir al despido como único recurso de supervivencia de la empresa. La política partidista ha empezado a salir del mercado laboral y este vuelve a las manos de sus protagonistas, que han hecho de él una historia de éxito.
Un partido socialdemócrata como los que antes existían en la UE se mostraría dispuesto a aceptar lo que se ha hecho bien y a proponer algo que no sea la mera destrucción de lo conseguido. Por eso no estaría mal cambiar el orden de los factores al hablar del crecimiento del empleo.
La Razón, 07-07-17