Franco: una resurrección política

El pasado mes de diciembre, el PSOE presentó en el Congreso de los Diputados una proposición de ley para revisar y profundizar la Ley de Memoria Histórica promulgada bajo el gobierno de Rodríguez Zapatero diez años antes. El texto, efectivamente, acentúa los aspectos más ideológicos y doctrinarios de aquella norma y sepulta, bajo una serie de propuestas como la Comisión de la Verdad (sic) en el Congreso, sus propuestas más positivas, referidas en particular al desenterramiento de restos de personas sepultadas en fosas comunes. Lo que aspira a desenterrar, es decir a rescatar del pasado es la dictadura y la figura de Franco, que convierte en elementos centrales del debate político e ideológico actual, a 43 años de la muerte del dictador y a 82 del desencadenamiento de la Guerra Civil.

En el gesto de resucitar a Franco, o de negarle la paz del sepulcro, como quiso el ex juez Baltasar Garzón, hay un gesto de oportunidad política. Hace poco tiempo el PSOE parecía estar a punto de perder la hegemonía en la izquierda a manos de los podemitas. Pedro Sánchez se ha empeñado en recuperarla con una apuesta por volver a hacerse, aunque no sea ya en régimen de monopolio, con las señas de identidad de la izquierda española. Entre ellas figura en muy primera línea el “antifranquismo”, sea lo que sea esto. También entraña una intuición electoral fundada, no sin algún motivo, en la convicción de que la indiscutida dominación de la izquierda en la cultura oficial y en todos los grados de la enseñanza ha generado –como ha ocurrido en Cataluña con el nacionalismo- una expectativa. Aquella a la que pretende responder la propuesta legislativa.

También hay, claro está, una maniobra partidista. Como es tradicional, al Partido Popular se le endilga la condición de partido predemocrático, vamos a decirlo así. La novedad estriba en que ahora también van a caer bajo el oprobio los miembros y, sin duda, los votantes de Ciudadanos. Lo único que ha venido justificando la identificación del PP con la dictadura de Franco ha sido la cortedad de los populares, y su torpeza, a la hora de desmarcarse del antiguo régimen y gestionar un asunto delicado como es el de la memoria. La voluntad de resellar con el mismo marchamo a Ciudadanos, un partido de claro sesgo generacional, es doblar una apuesta ya de por sí arriesgada. Habrá quien se lo crea, sin duda, pero también abre una oportunidad al PP y a Ciudadanos para cerrar heridas y demostrar su designio modernizador de afirmación de la ciudadanía constitucional, fuera de cualquier memoria guerracivilista. La vuelta del pasado y el intento de resucitar algunas de las almas muertas suscitan equívocos e ironías que convendría explorar, sin merma de la seriedad del asunto.

La maniobra del PSOE sólo se entiende si se tiene en cuenta cuál ha sido el trasfondo histórico sobre el que se ha ido construyendo la “memoria histórica” de nuestra democracia constitucional. Muy abierta en el primer momento –ya en tiempos de la dictadura- y dispuesta a cualquier revisión crítica al tiempo que empeñada en no incurrir en los monstruosos errores y crímenes del pasado, se fue cerrando a medida que se iba consolidando el nuevo régimen. Así es como lo que fue disponibilidad autocrítica dejó paso a una férrea construcción ideológica, con la Segunda República como mito fundador de la Monarquía parlamentaria de 1978.

El mito consolidaba la hiperlegitimidad de la izquierda y le concedía una superioridad moral, con sustanciosos réditos políticos. Quienes lo hemos vivido sabemos hasta dónde se llegó durante mucho tiempo. Cualquier intento de poner en duda ese consenso, porque es necesario hablar en estos términos, condenaba a quien lo hacía al silencio y a la expulsión del debate público, no digamos ya del universitario y académico. Entonces no hacían falta Leyes de Memoria Histórica. Esta se aplicaba espontáneamente, aunque no con buena conciencia, y a rajatabla, sin apelación posible.

Hoy la situación ha cambiado. La izquierda ha entrado en una crisis profunda, quizás terminal, de la que es el síntoma la aparición de populismos -neocomunistas en nuestro país, como Podemos. Al mismo tiempo, se ha empezado a resquebrajar el mito de la Segunda República y hoy se ha vuelto a hablar y a escribir de los años republicanos y de la Guerra con una libertad renovada. Por lo mismo, la hiperlegitimidad de la izquierda ha dejado de cotizar entre los valores políticos. En vez de responder a la nueva situación con un planteamiento distinto –como lo podría hacer-, la izquierda, enferma de nostalgia, con la mirada siempre vuelta atrás, se empeña en recuperar sus antiguos dominios.

Una de las formas de hacerlo es, muy literalmente, sacar a Franco del sepulcro para condenar como cómplices a todos los que no se avienen a la versión izquierdista de lo ocurrido. Versión que, de prosperar la propuesta socialista, defenderá en las Cortes la Comisión de la Verdad. El totalitarismo, que los españoles conocieron tan de cerca en los años 30 y 40 –y en los dos bandos- amenaza con volver por sus fueros.

La Razón, 11-08-18