Ser gay

Hace unos días, la revista Shangay dedicaba su portada a Víctor Gutiérrez, jugador de la selección española de wáter polo que había decidido hacer pública su homosexualidad en sus páginas. Sigue haciendo falta valor para declararse gay, porque si bien las barreras legales han desaparecido, no lo han hecho todas las barreras sociales. La sociedad española es de las más tolerantes y abiertas del mundo, pero los prejuicios, y también los tics verbales, los reflejos de brutalidad, no están del todo disipados. Lo ha explicado muy bien Jesús Tomillero, el joven y también valiente árbitro de fútbol que los ha desafiado a costa de su carrera en el deporte.

Se entiende así la relevancia de manifestaciones públicas como las que se desarrollan en torno al día del Orgullo gay, que además de su carácter festivo y de celebración (en España, gracias a Dios, seguimos sin perder la ocasión de celebrar cualquier cosa que se nos ponga por delante), tiene todavía una dimensión de ayuda y afirmación.

Lo que resulta más difícil de entender (por lo menos para mí) es por qué esa celebración tiene un carácter tan marcadamente carnavalesco y, en demasiados casos, degradante. Que lo gay haya coloreado la cultura postmoderna con su visión irónica, entre lo camp, lo sentimental y lo abiertamente sexual, no significa que esa perspectiva lleve incorporada una degradación sistemática y militante de todo lo que en el ser humano es del orden de la belleza, de la dignidad y de la exigencia ética.

También resulta difícil de entender el secuestro político de la izquierda sobre lo gay. Están, claro, las posiciones de los partidos conservadores, pero esas posiciones han variado, en España entre otros muchos países Ya sé que ni siquiera se puede pedir que se intente comprender que un partido conservador intente responder a lo que piensa que son las convicciones de sus votantes (aunque yo creo que todo aquello fue un error), pero al menos se podría estar en condiciones de reconocer el cambio ocurrido.

En el fondo de todo esto está otra cuestión, que va más allá de la politización partidista de lo gay. Es la construcción de una identidad gay, un gesto que tiene consecuencias políticas de otro orden, más graves que lo anterior. Ser gay implica necesariamente una forma integral de estar en la vida. Ahora bien, lo gay no determina la vida entera de las personas.

Por eso, es positivo que las instituciones, por ejemplo, se sumen a las celebraciones de estos días. En cambio, no está del todo claro que no se esté asumiendo y promocionando una propuesta política que encierra a las personas en una dimensión única, aislada. También convierte a las sociedades humanas en agregados de grupos cuyo valor debería estar en el enriquecimiento de lo humano, lo que nos es común a todos, y no en levantar muros identitarios o culturales. Ser gay debería ser signo de tolerancia y una invitación a profundizar en lo que quiere decir ser tolerante. No un signo de narcisismo y de intransigencia.

Hace años, que parecen siglos, ser gay era un acicate para ser divertido y más inteligente, no para ser el más tonto y el más aburrido.