Después de la identidad

Los hechos que han llevado al referéndum sobre la independencia de Escocia están más que analizados y diagnosticados. En primer lugar, está la crisis económica y el consiguiente deterioro que ha empezado a afectar al Estado de bienestar. El Estado ya no puede seguir asegurando todas las prestaciones y servicios que garantizaba hasta ahora y, además, se ha convertido en un lastre para el crecimiento económico. Está, por otro lado, el deterioro de la idea de nación, minada por esa misma crisis del bienestar, pero también por la Unión Europea, que abre un horizonte postnacional, y por la dificultad general de articular una defensa no nacionalista de la nación.

Con solo esto se entiende la dificultad de la solución. Y es que una cosa es analizar y diagnosticar, y otra muy distinta es ponerle remedio o, mejor dicho, encontrar cauces institucionales y políticos que permitan que el cambio que se está produciendo no desemboque en una nueva etapa de inestabilidad y enfrentamientos a los que tan aficionados hemos sido, hasta hace setenta años, los europeos.

En el terreno de los argumentos y las actitudes, lo primero que convendría hacer sería ver lo que se puede salvar de todo lo que se había hecho hasta que la crisis empezara a poner las bases del estallido que se nos viene encima. La Unión Europea, por ejemplo, no puede seguir siendo el mejor instrumento para seguir minando la base misma de la idea nacional, y las naciones, si se desea que salgan de esta –y muchas veces da la sensación de que no se quiere-, habrán de ser pensadas como algo más que un (estúpido) relato, un  pacto político abstracto o una lección de derecho constitucional. De seguir así, de las actuales naciones pronto no quedará ni el recuerdo. No se puede seguir viviendo del pasado sin renovar lo mucho que hay que cambiar.

Por otro lado, conviene comprender también la novedad del desafío. La globalización ha colocado a las personas ante la redefinición de su propia identidad, redefinición radical, como nunca hasta ahora se había conocido. Como es lógico, las personas buscan esa identidad donde se la ofrecen, y no allí donde este asunto no parece ni siquiera existir porque presumimos que lo hemos superado. Ni patrias, ni confesiones religiosas, ni fronteras… No es así. No vivimos en una utopía post-identitaria y ahí están los nacionalismos, los populismos, las promesas sencillas para problemas complejos, el fanatismo religioso, el narcisismo, el culto nihilista a la diferencia y a lo minoritario para demostrarlo.

La Razón, 19-09-14