Populismo y naciones fallidas
La intervención de la diputada Carla Toscano en el Congreso parece haber acelerado algunas tendencias previamente existentes en la vida política de nuestro país. De forma indirecta, contribuyó a sacar a la luz el enfrentamiento entre podemitas y socialistas, o mejor dicho entre el proyecto cultural revolucionario de Podemos y el histórico de las feministas clásicas del PSOE, que ven peligrar lo que se ha dado en llamar su «lucha» y, de paso, el apoyo del electorado femenino. También ha puesto sobre el tapete la dificultad de una parte de la sociedad española para afrontar desde una posición propia la ofensiva del gobierno social podemita destinada a confinar a la derecha, incluido el centro, en un rincón olvidado de la historia: desde allí contemplará impotente el triunfo duradero de la nueva Gran Narrativa, más eficaz que los demasiado obvios Nunca Mais y otros cordones sanitarios.
Después de la intervención de la diputada de VOX, han venido la censura del término «filoetarra» en el Congreso y, a cambio, la libertad total para llamar «fascista» al adversario, acusación considerablemente más grave que la de nepotismo que hizo, con torpeza, la primera. Si alguien no lo remedia, nos encaminamos a la restauración de la censura… a favor del social-podemismo. El problema viene, como se ha dicho en multitud de ocasiones, de la aplastante superioridad moral con la que los social-podemitas, y todos los que se identifican con ellos, asumen su grandiosa misión en este mundo. Pueden acusar de corrupción y fascismo a quien les venga en gana, y desde cualquier tribuna, pero no pueden aceptar que se hable de su nepotismo ni de su amistad –manifiesta y exhibida– con los etarras.
El problema viene también de la dificultad para responder a quienes están acabando con la democracia liberal en nombre de un pluralismo que anula la capacidad de esa misma democracia liberal para defenderse. La diputada de VOX fue ampliamente condenada como populista, aunque pocos se esforzaron por entender que ese populismo viene a suplir, aunque sea con formas discutibles, la indefensión en la que ha quedado la democracia liberal ante el ataque del social-podemismo. No es un asunto fácil. No resulta sencillo conciliar el pluralismo inherente a las sociedades de nuestro tiempo con el reconocimiento de un bien común. Pero por muy delicado que sea, es hora de decir que es ese bien común, tan difícil de fijar en apariencia, es el que garantiza el pluralismo. Por eso conviene que los partidos políticos ajenos a la movida antidemocrática y antiliberal articulen mecanismos de defensa de un régimen amenazado. Y lo está porque ha abdicado consciente y voluntariamente de cualquier posibilidad de responder a los ataques que recibe.
No hace falta elevar el tono, ni afirmar verdades absolutas, ni expresar la nostalgia de tiempos periclitados. Lo que sí resulta necesario, e incluso urgente, es la necesidad de afirmar aquello sobre lo que se funda la democracia liberal, y articular respuestas frente a quienes quieren acabar con ella. Tanto los social poemitas como los nacionalistas, que han conseguido ya, valiéndose del carácter no militante de la democracia española, que España sea una comunidad política fallida. Desde esta perspectiva, es probable que quienes se sintieron representados por Toscano entiendan la democracia liberal tan bien, o mejor, que quienes se apresuraron a poner el grito en el cielo. La gravedad de la situación no admite ya este tipo de simplificaciones.
La Razón, 01-12-22