El vodevil chipriota

El vodevil chipriota ha revelado bastantes cosas del funcionamiento de la Unión Europea, aunque tampoco muchas más de las que no supiéramos ya. El fondo del asunto ha sido sobre todo ver quién pagaba las consecuencias de vivir a lo grande y sin producir nada, como han vivido los chipriotas desde hace años. Los simpatiquísimos paisanos de Afrodita, que eligió para nacer uno de los lugares más hermosos del mundo, han llevado una vida envidiable, con pocos impuestos y trabajando… lo suficiente, digámoslo así.

 

Por supuesto que se le puede reprochar a la UE no haber tomado medidas antes, pero se reconocerá que en estos últimos años la Unión ha tenido cosas más importantes que hacer que salvar una economía con un PIB de 17.562 millones de euros, que sería lo más parecido a una anécdota si no fuera por el lugar estratégico que ocupa la isla en el Mediterráneo oriental. Ningún sistema es perfecto, por otro lado, e incluso el mejor imaginable dejará margen para los comportamientos reprobables. ¿Alguien tiene la receta para uno sin tacha? A la UE también se le ha reprochado, y con una pasión desbordante, digna sin duda de mejor causa, que haya querido imponer un impuesto a los depositantes modestos (relativamente). Ha importado poco que se sepa, como recalcaba ayer Carolina Herrero en estas páginas, que fue el gobierno de Chipre el que se empeñó en esta condición para no espantar a los llamados inversores extranjeros.

Lo más llamativo ha sido la intensidad con la que la opinión pública europea y, en lo que nos concierne a nosotros, la española, ha crucificado a los responsables de la UE. En vez de respaldar o al menos tratar de entender una medida que intentaba evitar que pagaran los de siempre, se ha lanzado a cantar las virtudes de aquellos a quienes ahora tendría que rescatar… con su dinero. Hacía tiempo que no nos habíamos puesto tan estupendos. No hay que extrañarse demasiado de la reacción de los españoles, a los que se les suele llenar la boca con la palabra Justicia, con mayúsculas, y que se ponen siempre en lo peor. En general, nuestros compatriotas se identifican naturalmente más con los “pobres” que con los “ricos”, incluso cuando ellos mismos son los ricos a los que los pobres van a esquilmar con la mayor de las alegrías. Del resto de los europeos, sorprende un poco. Es posible que todos nos vayamos igualando en el masoquismo. Quizás la clave es que nadie quiere ser responsable de nada.

La Razón, 26-03-13