Armenia, un enclave cristiano en el Cáucaso

Noé inventó el vino en Armenia, en la ladera del monte Ararat. Según el Génesis, cuando salió del Arca que había salvado a la humanidad de la cólera de Dios, Noé plantó unas viñas, hizo vino y se emborrachó. El formidable Monte Ararat dio también nombre a un antiguo reino situado en la región. Cuando no está cubierto de niebla y de nubes, parece velar sobre Erevan, la animada y noctámbula capital de la actual Armenia. Se levanta al otro lado de la frontera con Turquía, a pocos kilómetros. Tras el reparto de 1923, realizado bajo supervisión soviética, el Monte quedó del lado turco. Hoy los armenios, que siguen considerándolo su primer símbolo nacional, lo contemplan desde lejos, como un signo eternamente vivo de su identidad y de lo que la historia, y sus vecinos, les han arrebatado.

En un nuevo episodio trágico, Armenia ha vuelto a la actualidad con la derrota y la ocupación de la República del Artsaj, más conocida como Nagorno Karabaj, a cargo de su vecino del este, la República de Azerbaiyán. En 1994, tras el colapso de la Unión Soviética, se declaró la guerra entre las repúblicas de Armenia y Azerbaiyán. Los armenios no  se quedaron atrás en episodios brutales, se impusieron e invadieron la zona. Quedó proclamada la República de Artsaj, no reconocida por ningún país, pero con gobierno propio. Desde entonces buena parte de Nagorno Karabaj fue una zona de guerra, con un largo frente de trincheras y enormes planicies devastadas en las que se levantaban los restos de ciudades vaciadas y edificios religiosos y administrativos en ruinas. Tras un nuevo enfrentamiento en 2020, esta vez con victoria azerí, Azerbaiyán volvió a hacerse con buena parte del territorio perdido, aunque hasta 2025 Rusia supervisaría la autonomía de lo que quedaba de la República de Artsaj, en particular la capital Stepanerkt, con su gigantesco e inverosímil monumento nacional “Somos nuestras montañas” y sus cementerios poblados de tumbas de jóvenes soldados con las fotos imprimidas en las lápidas. (¿Qué será de ellos ahora?) También quedaba bajo supervisión rusa el dramático “corredor de Lachín” que unía la ciudad a Armenia. A duras penas Azerbaiyán respetó el acuerdo, asediando a la población armenia con drones y un cerco de alimentos y medicinas bajo la mirada indiferente de las tropas rusas.

Ese es el acuerdo que Azerbaiyán violó el pasado 19 de septiembre con un ataque fulminante que se ha saldado con la rendición de lo que quedaba del Artsaj y la huida de buena parte de la población de origen armenio. Se vuelve el terror de las antiguas persecuciones, como las masacres y las deportaciones que acabaron con la vida de seis millones de personas por Turquía, a principios del siglo pasado.

Desde su independencia tras la caída de la Unión Soviética, Azerbaiyán, situado sobre un gigantesco yacimiento de gas, ha ido acumulando divisas y ganando y comprando amistades. Las buenas relaciones de su presidente Ilhan Aliyeb -heredero de su padre en el cargo- la han convertido en actor protagonista en la política regional. Armenia obstaculiza sus relaciones con Turquía y la salida hacia Occidente de su principal fuente de riqueza. Ahora, ya con Nagorno-Karabaj en su poder, el paso siguiente, y el más lógico, sería unir Azerbaiyán con Turquía por la franja sur de Armenia. Además del despojo territorial, Armenia quedaría sin contacto con Irán, que constituye una fuente de ingresos, en particular por el turismo iraní, que busca en Armenia un alivio al fundamentalismo chiita. Si así ocurre, se consumaría un nuevo despojo territorial que dejaría a Armenia en una situación aún más precaria.(…)

Seguir leyendo en La Lectura – El Mundo, 01-12-23

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