Cinco tenores y medio

Ni dos ni tres. Eran cinco y ahora, desde hace unos días, son casi seis. Los cinco y medio jóvenes, varones, españoles “viejos” –por así decirlo- y conspicuamente heterosexuales. ¿Ha aumentado el número su representatividad? No demasiado, según los cánones que rigen hoy en día. La sociedad española resulta considerablemente más plural de lo que sus máximos líderes políticos nos inducen a pensar. Es curioso que la alta política siga siendo uno de los pocos terrenos donde no haya irrumpido lo que se llama la diversidad. Quizás lo reducido del campo de juego, y más que eso la similitud de los perfiles, ayude entender la virulencia de la lucha: salvo los dos últimos en llegar, los otros tres soñaron sin duda en alcanzar el puesto que sólo uno de ellos podía ocupar. Fue Pedro Sánchez.

Mariano Rajoy, el último representando del “bipartidismo” –imperfecto, hay que recordar siempre- cayó el 2 de junio de 2018. Hizo todo lo que estaba en su mano para perpetuarlo, con su política ante los nacionalistas y ofreciendo al PSOE un pacto de gobierno. Sánchez le respondió con el célebre “No es no”. A partir de ahí, todo se rompió, según líneas de fractura que ya estaban presentes. En Ciudadanos llegaron a soñar con sustituir por fin al PP a la cabeza del centro derecha, mientras que a este le salía un competidor por su derecha, uno que nunca hasta entonces nunca había tenido. El PSOE, por su parte, asistía a la consolidación de una izquierda entre populista y neocomunista, con la cual iba a ser muy difícil entenderse para gobernar. Y con la intención de neutralizarla, a los socialistas no se les ocurrió otra cosa que propiciar una nueva organización destinada a competir con UP en su terreno.

El errejonismo nace de una maniobra política que utiliza un enfrentamiento puramente personal. Es la única fuerza política que, por el momento, se puede considerar casi completamente artificial, a falta de que consolide esa opción populista que UP, empantanada en su paleocomunismo de libro, no ha conseguido consolidar. Si no ocurre eso, y es probable que esa posibilidad no llegue nunca a ver la luz, resulta previsible que el errejonismo cumpla aquello para lo que ha nacido: alinearse con los socialistas e integrar la gran familia del progresismo de aspecto posibilista.

Así que quedan los cuatro tenores que no han conseguido llegar a un acuerdo desde las elecciones de abril. Sobre el papel todos somos Churchill y cada cual es capaz de consolidar las combinaciones que más le diviertan. En la realidad, las cosas no son tan sencillas. En cuanto a un pacto o una gran coalición, y a pesar de que en el PP estaban dispuestos a facilitarla, ni hay tradición alguna de ello (más bien al revés), ni se ha ido creando la cultura que la habría facilitado. En su expresión mínima de una abstención por parte del PP o de C’s, no habría hecho más que propiciar un gobierno impotente.

En el interior de cada “bloque”, los acuerdos son aún más difíciles porque cada una de las fuerzas en juego cree representar una parte de la sociedad española con derecho a hacerse valer en la arena pública antes de entrar a una negociación que enturbiaría su significado. Y no sin razón. Aquí la más frágil es C’s, que no encarna una idea ni una historia, sino una actitud. Incluso así, es difícil que aquello a lo que C’s da voz –una España urbanita, algo postmoderna y de un progresismo anclado en una forma clásica de liberalismo- desaparezca de un día para otro. Como no va a desaparecer el sustrato de las otras tres: ni el neocomunismo de UP, nutrido en la cultura oficial, ni el conservadurismo de VOX, ni, claro está, el progresismo socialista ni lo que se podría llamar el renovado pragmatismo postpolítico del PP.

Ahora bien, lo que ha sido aceptable hasta ahora no lo será ya  a partir del 10-N, si no antes. Ya no estamos en la necesidad básica de afirmarse uno miso. Lo que se les pedirá a partir de ahora será voluntad y capacidad de negociar y llegar a pactos estables. Y el primero que lo haga con visión histórica, y no por razones meramente tácticas, tendrá mucho ganado.

La Razón, 06-10-19