La Cuba eterna. Recuerdo de Carlos Alberto Montaner

Carlos Alberto Montaner (La Habana, 1943 –Madrid, 2023) era la viva demostración de que Hispanoamérica (incluida España) formó parte, por lo menos durante un largo período de su historia, de aquel mundo civilizado y habitable que en su momento, cuando todavía tenían imaginación, crearon los occidentales. Montaner combinaba, efectivamente, la más exquisita cortesía del humanista liberal con el amor indesarraigable a su país y a su propia identidad hispanoamericana.

De lo primero, todos los que lo tratamos recordaremos su amabilidad, su elegancia, su infinita cortesía y, aunque no esté de moda decirlo, su caballerosidad. Aquí se combinaba un encanto difícil de resistir con la ironía perpetua, que sin embargo más parecía destinada a poner en guardia al interlocutor contra cualquier exceso de convicción (objetivo no siempre logrado, como era de esperar y él mismo sabía) que a demostrar cualquier clase de superioridad. Por eso estar con él, tenerle de interlocutor o leer sus artículos y sus libros era, y seguirá siendo para quien tenga este gusto raro, una invitación a la inteligencia.

Más allá del ejercicio siempre agradecido de desmontaje, en particular de las ideologías marxistas y del dogmatismo indigenista, Montaner nos invitaba a reconstruir un acuerdo de fondo. Acuerdo basado, eso sí, en la certeza de que todo lo acordado sería revisable en algún momento, y que ese nuevo terreno no reconstruiría nunca las certidumbres propias de otras épocas: ni las virtudes del imperio español, en el asunto tan importante para él de la historia hispanoamericana, ni, claro está, las antiguas virtudes de un mundo que quedó atrás para siempre. A su modo, con esa bonhomía característica, lo que proponía Montaner era una aventura intelectual y moral en terrenos siempre por explorar, porque siempre habría que ponerles en cuestión. Admirador de José Martí, Montaner se sabía más cerca de Jorge Mañach.

Claro que desde que salió de su país a los 18 años, ni un solo día dejó Montaner de pensar en Cuba. Era extraordinario verle evocar un país del que no podía distanciarse y del que formaba parte sin remedio. Una realidad compatible con su cosmopolitismo, tan cubano, por otra parte, de cuando Cuba era un emporio comercial situado en el cruce de Hispanoamérica, España -es decir Europa- y Estados Unidos, y del que han sido grandes exponentes otros exiliados cubanos en Madrid, como Martha Frayde, Beatriz Bernal o el doctor Antonio (“Tony”) Guedes. El país que evocaba no era nunca una sombra, ni un espejismo. A diferencia de muchos otros, sobre todo de entre los exiliados españoles de cuando nuestra guerra, no había en él ni un ápice de rencor. Montaner vivió perpetuamente agradecido a Cuba. El humor, la sonrisa, y en más de una ocasión el gusto por suscitar una carcajada en su interlocutor, parecían intrínsecos a esa vivencia ideal, pero siempre realista, de su país.

Tampoco dejó, ni por un solo instante, de intentar contribuir a una salida democrática y liberal al totalitarismo. Lo recordamos en las tertulias dominicales del Café Central, en sus charlas sobre los delirios comunistas, en múltiples conversaciones sobre el triste destino de su país en la política internacional. Incapaz como era de dejarse llevar por el desánimo, no se rindió cuando el régimen sobrevivió al colapso del comunismo. Luego no le cogió por sorpresa la lastimosa deriva de Hispanoamérica hacia el populismo comunistoide, dirigida y organizada desde su país. Antes del triunfo del decolonialismo y de la explosión identitaria indigenista, ya había analizado lo que se le venía encima a un continente que se tomó en serio aquello del realismo mágica y la consiguiente excepcionalidad latinoamericana, que Montaner evocaba con ironía.

No ha tenido la fortuna de ver cumplido su más ferviente deseo -volver a una Cuba democrática y libre-, aunque ha fallecido en España rodeado de los suyos y de sus amigos. Dice mucho de la situación cultural y política española que Montaner no haya recibido ni uno solo de los grandes reconocimientos nacionales oficiales de su segundo país.

Libertad Digital, 01-07-23