Vetos, pactos y autoengaños

Sorprende que tanta gente aplauda, e incluso se regocije, de que los negociadores del PP, con mucha más experiencia que los de Vox, engañaran a estos con el truco de los concejales en el pacto para gobernar el Ayuntamiento de Madrid. No es una buena manera de empezar una colaboración que debería durar cuatro años y para la que habría sido bueno establecer unas bases firmes de confianza. Es posible que en el PP digan que no les quedaba otro remedio en vista de la actitud intransigente de Ciudadanos, pero en ese caso el asunto tal vez sea aún peor, porque a la actitud del pícaro se añade la ingenuidad… que desmentiría la veteranía de los negociadores populares.

La situación se repite, a su manera, a nivel gubernamental. El PSOE necesita a Podemos para gobernar pero se niega a abrirle la puerta del Gobierno. Se puede comprender el veto en términos de posicionamiento y, claro está, de conveniencia para el bien público. No así en términos democráticos. No se niega el éxito del PSOE, pero no ha llevado a los socialistas ni siquiera a acercarse a un apoyo parlamentario que les permitiría un posible gobierno en minoría. La práctica parlamentaria requiere, guste o no, y a falta de otros pactos, la presencia en el gobierno de Podemos.

Ciudadanos, por su parte, no se niega a gobernar con el apoyo de Vox -al contrario, sobre todo después de su contundente “No es no” al PSOE-, pero no quiere que lo parezca. Manos libres y limpias, cuidadosamente pulidas para que no quede rastro de los monstruos con quien se está ejerciendo el poder… (Tiene gracia que en C’s haya quien esté empeñado en gobernar con quien llegó a la Moncloa gracias a filoterroristas, nacionalistas, independentistas y demás compañeros mártires del liberalismo cosmopolita kantiano.)

En el fondo de toda esta orgía de vetos cruzados y obsesiones entre narcisistas y partidistas está una crisis que nuestros políticos, los viejos y los nuevos, no saben cómo resolver: la del sistema de bipartidismo imperfecto que duró hasta 2016. Es obvio que hacen falta acuerdos amplios, de Estado, que acaben con la dependencia de los nacionalistas. Eso requiere una nueva manera de pensar la política, la sociedad y la cultura. Parece que ni siquiera estamos empezando a intentarlo.

La Razón, 27-06-19