Scotxit

Ilustración Barry Blitt para The New Yorker

Los anglosajones tienen fama de gente práctica. Fama merecida, sin duda, aunque no siempre se cumpla. El Brexit, la decisión de salirse de la Unión Europea, ha sido uno de estos casos. La reafirmación de una identidad perdida, entre provinciana y excéntrica, tropieza con realidades tozudas, como son la circulación de personas –en particular la de comunitarios viviendo en Gran Bretaña y la de ciudadanos británicos viviendo en países de la Unión-, o la dependencia de Gran Bretaña con respecto al resto de  los países europeos en mano de obra y exportaciones e importaciones de bienes y servicios. El nacional populismo inglés ha vivido un momento glorioso… e irrealizable. El famoso Brexit quedará en eso, en un relincho narcisista. El Independence Day, ni más ni menos. (Nuestras colonias se encabritan.)

 

Eso no quiere decir que no tendrá efectos. Uno de ellos será servir de aviso y escarmiento ante las tentaciones nacional populistas anti UE. El resultado de las elecciones en los Países Bajos tiene sin duda algo que ver con lo ocurrido del otro lado del Mar del Norte, que los holandeses siguen siempre con atención.

También tendrá el efecto contrario: impulsar movimientos nacionalistas como el escocés y el catalán. Si un país se puede descolgar de la Unión, ¿por qué no se va a desconectar una región del Estado en el que está integrada? Sobre todo si se le reconoce entidad nacional, como a Escocia, y se ha declarado –también como el secesionismo escocés- partidaria de seguir en la Unión. Se vio desde la mañana misma del Brexit. Lo primero que la ruptura con la UE impulsa es la desintegración del Reino Unido. Al nacionalismo, tan triunfalista, lo mueve siempre una pulsión suicida.

Aquí se percibe la utilidad de la Unión Europea, creada para impedir esas tendencias (auto)destructivas. En tiempos más heroicos y teatrales, que demasiada gente parece echar de menos, no habría ocurrido así y algunos de los rivales europeos de Gran Bretaña habrían aprovechado la ocasión para intentar acabar con ella. (Los británicos de hoy no parecen necesitar ayuda en esta empresa). Hay otras posibilidades, si bien menos ambiciosas. Por ejemplo, puede que dentro de poco la frontera exterior de la Unión esté situada en La Línea. El Gobierno español, en particular Mariano Rajoy, no tendrá ganas de meterse en un terreno tan pantanoso. Se entiende. Y sin embargo… Más que nunca, el Reino Unido depende de sus antiguos socios.

 

La Razón, 17-03-17