Cualquiera que haya seguido los últimos 18 años de la vida política española, desde que el PP obtuvo su primera mayoría absoluta, recordará al menos tres oleadas de histeria. La primera llegó cuando el accidente del Prestige, en 2002. El slogan “Nunca mais” expresaba un deseo, traducido en urgencia palpitante, de que el Partido Popular saliera del poder para siempre. Otra oleada llegó en 2014, cuando se conoció el primer caso de contagio del ébola en nuestro país y se generó la seguridad delirante de que las autoridades iban a ser incapaces de controlar la infección.
La última ha llegado tras la sentencia del caso Gürtel y arrolló la opinión pública con la convicción de que Rajoy no podía seguir gobernando ni un minuto más. Se justificó así una moción de censura sin propuesta programática (excepto la que afectaba a Rajoy) y la formación de un gobierno sin respaldo parlamentario, algo ajeno a los usos de una democracia como la nuestra pero vivido como una epifanía de emancipación existencial.
Estas oleadas de histeria resultan misteriosas. Van relacionadas con la manipulación de la opinión en contra del centro derecha, aunque hablar de manipulación se queda corto. Los que las inician suelen estar embargados de las mismas emociones que trasladan. En cambio, no las hay en el centro derecha, ni contra el PSOE.
Quizás uno de los motivos de este fenómeno, propio de nuestro país, radique en la psicología de la izquierda o del socialismo español. Se ha vuelto a manifestar en estos días, al iniciar algo imposible, como es la oferta de reforma constitucional a los separatistas catalanes, además de una propuesta de diálogo que ya fue ensayada en su día por el PP y antes por los socialistas catalanes y por Rodríguez Zapatero. Seguramente es este empeño en perseguir objetivos inalcanzables, este encastillarse en aquello que se sale de la lógica y de la realidad, lo que explica que sólo se ve capaz de alcanzar el poder cuando cabalga una oleada de histeria.
La Razón, 12-06-18
La RazónPolítica
José Antonio Martínez Climent
17 junio, 2018La exhibición de superioridad moral desplegada con motivo del vertido del buque Prestige fue un espectáculo tan lamentable como todas y cada una de las exhibiciones de superioridad moral a las que la izquierda nos tiene acostumbrados. Y en eso de la costumbre reside buena parte del problema: en que no haya empuje opuesto que la frene y la destituya de su altivo y espurio trono. Quiero decir, un empuje organizado y conformado en partido político con posibilidades de mayoría absoluta que reequilibre el país, habida cuenta que casi todos los hoy en oferta han absorbido el estatalismo zurdo como santo, seña, programa, grillete y banderola.
Entre las filas de la biología (rama secundaria de la ciencia hoy convertida en poco más que en una subdisciplina del pseudomarxismo cultural reinante, cuyo propósito primero es el de apuntalar una suerte de moral infantil totalitaria -como todo lo infantil- que rija las relaciones del hombre con la biota) hubo entonces un grupo de ecólogos, para mayor desgracia independientes de la Administración, que se alejaron de la histeria ideológica y se aplicaron en estudiar los efectos del vertido, los inmediatos y los a corto plazo, sobre dos especies de aves que por su posición en la cadena trófica tienen el dudoso honor de considerarse bioindicadores.
Los resultados apuntaban en varias direcciones: al pajarillo marino que en latín se llama, él que puede, Hydrobates pelagicus, no le iba mal tras el golpe inicial, pues en sólo dos años de padecer, su crianza iba de nuevo viento en popa y la cuantía de su grey en las islas vascongadas se había recuperado, si bien la edad de la hueste, que tras el vertido era bien joven, indicaba un periodo de recambio. Y es que, para mayor lamento de los biólogos nacionalistas que tanta algarabía interesada montaron, las aves de nacionalismo no entienden, y la población local dañada por el crudo se vió rejuvenecida por aves provenientes de la costa francesa, y quién sabe de dónde más (1).
Al halcón peregrino, bicho heráldico que luce de maravilla en blasones y en escudos, las cosas se le torcieron algo más. Las cascaritas de sus huevos, tan blancas y delicadas, acumulaban hidrocarburos a fuer de que los halcones comiesen avecillas pringadas que subían a los cortados vascongados de interior por valles y riachuelos de montaña (2). La cosa ahí quedó porque posibles para continuar el estudio no había. Es lo que tienen no vivir de la Administración, que es decir «no cumplir nuestros gustos, trabajos o aficiones con los impuestos del común». Cabe decir, no obstante, que algunos años después halcones seguía habiendo, y no precisamente pocos ni poco robustos, según los estudios del mismo grupo.
Otro asunto es el de la oportunidad del desvío del buque herido frente a la posibilidad de arrastrarlo a un puerto y pudrirlo hasta lo indecible; o cómo se organizase o se desorganizase la limpieza por parte de las autoridades más o menos competentes; o las luchas miserables entre administradores centrales y locales por ver quién se presentaba como santo salvador y así dejar al otro en posición de cadalso. Todo eso cae ahora tan lejos como entonces a quien vive asqueado de la ideología y de la superioridad moral subvencionada que le da sustento y, si se mira bien, incluso carta de naturaleza.
Con afecto,
José Antonio Martínez Climent
(1) Azkona, A., Zuberogoitia, A. Martínez. J.A., Etxezarreta, J., Iraeta, A., Castillo, I., Zabala, J. & Hidalgo, S. 2006. Short-term effects of the Prestige oil spill on a colony of European store-petrels Hydrobates pelagicus.Acta Zoologica Sinica. 52 (6): 1.042-1.048
(2) Zuberogoitia I, Martínez JA, Iraeta A, Azkona A, Zabala J, Jiménez B, Merino R, Gómez G. Short-term effects of the prestige oil spill on the peregrine falcon (Falco peregrinus). Mar Pollut Bull. 2006 Oct;52(10):1176-81. Epub 2006 Mar 6.