La víctima y sus maltratadores
El Gobierno anda quejoso. La oposición le trata mal, usa palabras gruesas, no respeta las reglas del decoro, sobre todo del decoro parlamentario, que al gobierno, tan fino y delicado, le gustaría que los demás cumplieran cuando hablan de él. El mismo Gobierno presume, por otro lado, que en Cataluña la situación está normalizada, o casi: ya no hay referéndums intempestivos ni declaraciones impertinentes de independencia, como cuando gobernaba el Partido Popular. Reina la calma y los ciudadanos catalanes han recobrado la confianza y la alegría que perdieron en su momento por el comportamiento de la derecha crispante y maltratadora. Evidentemente, el Gobierno evita cualquier pregunta acerca de las causas de estas dos situaciones. Tan estridente es el silencio, que habrá que preguntarse si no es esta situación, justamente, lo que el Gobierno desea. Tranquilidad y sonrisas en Cataluña, para asegurarse los votos de aquellos que se han aburrido del enfrentamiento constante, en particular los antiguos votantes de Ciudadanos que vuelven mansamente al redil del PSC. Y guerra abierta en la política nacional, lo que le permite reafirmarse como valor sedante, por no decir narcotizante, y por tanto seguro, y achacar los males de la tensión y la polarización al adversario
El guion está dando sus resultados en Cataluña. No así en el resto de España. Todo su éxito, efectivamente, se basa en disociar una cuestión de la otra y conseguir que el gobierno del PSOE aparezca como el pacificador universal y la oposición, como la fuente de toda inestabilidad, una figura casi satánica de vesania y furor destructivo. Lo malo es que no todo el mundo está dispuesto a hacer el mismo ejercicio y muchos españoles relacionan la «pax catalana» con el deterioro institucional de la democracia parlamentaria y la evolución a marchas forzadas hacia la España confederal, sobre la que nadie les ha preguntado nada. Así que la sociedad española se ha dado cuenta de que el gobierno no es la víctima de la polarización, como va pregonando por las esquinas, a ver si alguien se compadece de él. Es que, sabiendo que aquello a lo que aspira no lo puede conseguir sin polarizar a la sociedad, está dispuesto a tensar la situación en todo lo posible. ¿Hasta dónde? Se admiten hipótesis.
La Razón, 19-12-22