La crisis del chalet

Resulta incomprensible que Pablo Iglesias, e Irene Montero, no supieran ver la que se les venía encima cuando dieron a conocer la compra de su ya famoso chalet en la sierra madrileña. No hace falta ser un lince para comprender que el gesto contradice todos y cada uno de los presupuestos políticos de Podemos. La utilización masiva que ellos mismos hacen de la información iba a exponerlos a fondo. Y por si todo esto fuera poco, el progresismo ha cambiado la política por la moral –es decir la moralina- y el discurso regeneracionista requiere ejemplaridades imposibles. Así que ahí está el resultado. Una crisis de fondo, la crisis del chalet, habría dicho un cronista de la Corte de Isabel II, en uno de los partidos que iba a regenerar España.

Para entender esta ceguera, hay que recordar que las bases sociológicas de Podemos tienden a pertenecer a las clases medias y acomodadas, no a las populares. Por muy contradictorio que sea con su ideario, el chalet entraba en su horizonte vital. También lo estaba lo que el chalet sugiere para el futuro. Los dirigentes de Podemos son la nueva elite política e intelectual española. Como tal, necesitan un escenario ad hoc para las relaciones y la exhibición.

También es probable que la burbuja hiper ideologizada en la que viven los dirigentes de Podemos anule la percepción de la realidad, los mantenga encerrados en una ingenuidad infantil y vuelva irrelevantes las consecuencias de sus propios actos. Esto permite entender la naturaleza de su propuesta política y ayuda a intuir, de forma muy práctica, lo que sería un gobierno podemita.

El infantilismo, finalmente, no es monopolio de Podemos. Lo comparte esa parte de la sociedad española y europea que ha decidido apoyar propuestas como las suyas. Más en particular, también es propia de esa parte de los medios de comunicación que durante mucho tiempo ha cuidado con mimo de Pablo Iglesias, que hizo de Podemos un partido creíble y que ayudó a construir un mito con pies de barro. Cambiar el mundo, asaltar los cielos… Siempre acabamos igual.

La Razón, 22-05-17