El liderazgo de Pablo Casado

Entre el legado político de la crisis –habrá quien diga, con algo de injusticia, del rajoyismo- está la fragmentación del espacio del centro derecha. Aunque en Ciudadanos siempre está presente la querencia de la izquierda, parte de sus dirigentes y buen número de sus votantes proceden del centro derecha. Y a la derecha del Partido Popular se adivina la posible consolidación de una organización como Vox, cuya vocación consiste en proclamar lo que, supuestamente, el Partido Popular se ha callado en estos últimos años.

La posición de Pablo Casado al frente del Partido Popular es por tanto difícil. Cualquier incursión en uno u otro territorio, o bien en el del centro izquierda o en el de esa nueva “derecha sin complejos”, parece abocarle a ver mermado su respaldo en el otro punto. Una situación clásica de perdedor ante las que no existen soluciones fáciles, teniendo en cuenta –además- que el PSOE ha hecho suyo, si no todo el populismo de Podemos, sí al menos su demagogia.

Sin duda, Casado conoce esta dificultad mejor que nadie. Al margen de los esfuerzos por restañar las heridas de las primarias y conseguir la mayor integración posible, hasta ahora su esfuerzo se ha centrado en recuperar el terreno perdido por un Partido Popular concentrado, por lo menos en apariencia, en la gestión y por tanto con escasa voluntad de movilización política. En realidad, el PP de estos años hizo más política de la que parece –desde la reforma laboral o las pensiones hasta la elaboración de un consenso en torno al artículo 155- y ofrece una buena base para construir una posición nueva.

No es por tanto necesario acentuar la ruptura, y la novedad no está reñida aquí con por lo menos una parte –relevante- de la herencia recibida. Es un punto de importancia para un partido como el Popular, que aspira a volver a articular una posición moderada y reformista. Sobre todo porque permite elaborar una posición original, en la que no tiene competidores, como es la de dar la palabra al tronco mismo de la sociedad española. Antes del populismo ya estaba aquí el Partido Popular, con todo lo que ese término significa.

En vez de pensar por tanto en la fragmentación, y en la adición o la resta de elementos, de lo que se trata es de actualizar la casilla de salida y concentrarse en reconstruir una propuesta y una actitud que permita visualizar una sociedad articulada, solidaria, que desea continuar seguir viviendo unida y mejorar, que no romper, el legado que ha recibido.

Es lo que está ocurriendo. Pablo Casado parece haber entendido bien que su papel, y el de su partido, es representar al conjunto de la sociedad española frente a la tentación de la reivindicación identitaria, de espíritu esencialmente parcial y confrontacional, como si la política fuera un enfrentamiento permanente, en la que se ha situado la política de nuestros días. No se trata de hurtarse a la necesidad de plantar cara a la marea populista. Bien al contrario, se trata de demostrar que se es capaz de hacerle frente desde otro terreno, distinto, que haga visible un patriotismo sin nacionalismo, la confianza en la sociedad española para seguir prosperando y, probablemente, algún indicio de la voluntad de recuperar una posición de liderazgo en la escena internacional, en particular en la UE, en las relaciones con las Américas y en el Mediterráneo. Casado tiene el carácter y la formación necesarios para ejercer ese liderazgo fuerte, imprescindible en sociedades fragmentadas, pero también capaz de infundir seguridad. Probablemente, es lo que los electores de centro derecha andan buscando.

La Razón, 07-10-18