Divino tesoro
Llevábamos varios años de matraca regeneracionista, de exaltación de lo nuevo, de apoteosis de lo juvenil. De pronto, en una sola noche, llegó el correctivo. El 26-J, de los cuatro líderes nacionales, ganó el más veterano y los tres jóvenes salieron derrotados. El electorado colocó a la juventud en su sitio: a la cola, tal vez a la espera de que dejen de ser jóvenes, lo que llegará más pronto que tarde, o al menos jóvenes profesionalizados, de esos que basan toda su virtud en los pocos años.
La juventud cotiza… hasta cierto punto y en ciertas circunstancias. En política, al menos en política española, poco. Los españoles, que siempre han votado con cabeza, lo han vuelto a hacer. Es de esperar que la epidemia juvenilista, tan descerebrada, tan frívola, remita a partir de aquí. Debería hacerlo no mediante la salida de los jóvenes de la política, por mucho que no hayan entrado con buen pie, ni mediante una cura de envejecimiento prematuro, sino olvidando de una vez la profesionalización en lo juvenil.
El final del juvenilismo debería llevar también a pensar en las muchas cosas a las que las elecciones del 26-J han venido a dar un “golpe de viejo”, como dicen los franceses. Los españoles han dejado claro que prefieren seguir con su sistema democrático y liberal, con las políticas de salida de la crisis que están funcionando (bien), con las reformas cautas pero firmes, con un país unido y fortalecido. Han prescrito la “refundación de España”, la “nueva política”, la “segunda Transición”, la “nación de naciones», la «España de los pueblos”… Todo eso ha recibido un sonoro carpetazo que compromete a los tres partidos constitucionales de ámbito nacional.
Los españoles no quieren que se colapse el impulso reformista de estos años, el mismo que nos ha puesto a la cabeza del crecimiento en los países de la Unión Europea. Tampoco quieren que se hagan experimentos con las instituciones ni con la base de su convivencia. Cualquier cambio en ese sentido requerirá, según se desprende de los resultados, un consenso muy amplio, así como tener en cuenta el esfuerzo realizado desde hace muchos años. Todos, en particular los jóvenes, habremos aprendido en estas dos semanas lo rápido que a veces pasa el tiempo y lo pronto que caducan las cosas –“una noche es la edad de las estrellas…”- cuando todo se fía a la novedad.
La Razón, 08-07-16