Degenerando

Hubo quien creyó, tal vez de buena fe, que la palabra regeneración significaba un anhelo de limpieza y de transparencia. Y que este podría cumplirse si se emprendían reformas acerca de rendición de cuentas y financiación de los partidos, sin contar con los procesos judiciales en marcha. No era así, y el pleno de ayer en el Congreso de los Diputados lo demostró una vez más. (Para quien lo viera, porque fue un espectáculo para profesionales.)

La regeneración, efectivamente, no era eso, y no lo era, ni lo es, porque tampoco la corrupción es un problema al que se busque una solución. No importa que la corrupción haya tenido repercusiones políticas muy serias, hasta alcanzar instituciones vitales además de castigar al PP y al PSOE. Tampoco importa que a partir de 2012 haya cambiado de arriba abajo la legislación en la materia.

Lo único que importa de la corrupción es la capacidad que aún tiene de perjudicar al PP y desgastar al gobierno. Así se demuestra que la regeneración era un movimiento político para desalojar el PP de las instituciones, como dicen con tanta elegancia PSOE y Podemos, y, en última instancia, un instrumento para la desestabilización del propio régimen, algo que sigue vivo en la imaginación populista, aliada en esto, como en tantas otras cosas, con los nacionalistas y los anarquistas antisistema.

Es posible que estén consiguiendo su objetivo, al menos en parte, pero no de la forma en la que pensaban. El PP, sin duda, va a seguir pagando caro su implicación en una corrupción que debía haber sido atajada mucho antes, y aquí no valen excusas a posteriori porque aunque no se conocieran los casos concretos, sí se conocían los problemas que planteaba la financiación de los partidos. Ahora bien, el movimiento regenerador no puede ser invocado una y otra vez, sean cuales sean las circunstancias. La llama no dura tanto y le perjudican las nuevas realidades y las reformas ya acometidas. Se concibe el revolucionario profesional… incluso una vez convertido en mantenedor del nuevo sistema. Más difícil lo tienen los regeneradores profesionales.

El regenerador profesional está condenado a la degeneración prematura por lo mismo que la política es incompatible con la moral común, la que intentamos aplicar en la vida de todos los días. La política es una actividad demasiado compleja, en la que las servidumbres y los compromisos son aplastantes y se depende de los demás mucho más que de uno mismo. Así que unos cuantos años, muy pocos, de responsabilidad pública, aunque sea en los bancos de la oposición del Congreso, bastan para arruinar una reputación. (Por no hablar de una maniobra tan burda como la de forzar la citación de Rajoy como testigo para luego pedirle responsabilidades políticas.) Si los regeneradores profesionales son patéticos, los regeneradores veteranos resultan ridículos. Los estragos del tiempo, del tiempo devorador, son peores cuanto más se intenta disimularlos. Total: sigue sin haber alternativa.

La Razón, 31-08-17