Con Vox hemos topado

De forma no prevista por quien la puso en marcha, la repetición de las elecciones a los seis meses de celebradas las últimas ha dejado varias cosas claras. La primera se refiere a la izquierda. Ni la manipulación de la llamada memoria histórica, ni el engaño sistemático en la economía ni, mucho menos, la sustitución de un proyecto político nacional por otro hecho de parches y de pequeñas mentiras puede sostener una posición solvente en la política. La sociedad española ha respondido con claridad a la oferta que se le había hecho. Y ha dicho “No”.

 

Claro que eso no simplifica la situación en el centro derecha. Sánchez podrá jactarse de que su maniobra para favorecer la ruptura de la derecha ha tenido éxito. Si es así –y lo será, sin duda, porque tras este fracaso inapelable a algo habrán de acogerse Sánchez y su equipo- tendrá que tener en cuenta que es un éxito excesivo. Le va a dificultar que él mismo siga en La Moncloa, dado que ahora al PP le será más difícil alguna forma de abstención “patriótica”. Y ha obligado al centro derecha a hacer el ejercicio que la izquierda no ha querido hacer, que es enfrentarse a la realidad de lo ocurrido en España desde la crisis económica y desde el levantamiento de los nacionalistas catalanes.

La interpretación generalizada de lo ocurrido en la derecha será, ni que decir tiene, que la opinión se ha radicalizado y que está en marcha una ola de derechas populista, antisistema y antipolítica. Los eslóganes y los lugares de común siempre sirven de paño de lágrimas. Y sirven sobre todo para evitarse el esfuerzo de pensar, aunque sea un poco. No debería ser esa, sin embargo, la interpretación que se dé en la derecha.

El cataclismo de Ciudadanos trae incorporada una lección. La de que la inautenticidad y la frivolidad no resultan rentables en una vida política tan cruda como la que vivimos: Rivera y su equipo abandonaron a los catalanes, y luego a los votantes de centro izquierda. Así no se llega a ninguna parte.

El avance –insatisfactorio- del Partido Popular también trae su propia lección. Y es que la opinión pública comprende y agradece los intentos de adaptarse a la realidad que viven los ciudadanos, algo en lo que Casado y se equipo han puesto particular empeño. Era muy difícil, aun así, superar los obstáculos. La responsabilidad del PP en lo ocurrido en Cataluña, y una forma al mismo tiempo arrogante y desdeñosa de situarse ante sus propios partidarios –algo que un Casado inseguro no ha resuelto en este tiempo- han marcado uno de los límites de ese avance.

La última lección viene del avance de Vox, una oferta en el campo de la derecha que se ha consolidado desde las últimas elecciones, en contra de lo que muchos quisieron imaginar tras el retroceso que trajeron las elecciones municipales. Lo ocurrido aquí pone de manifiesto que una parte importante de la opinión pública ha encontrado un cauce verosímil para unas preocupaciones que la derecha tradicional no ha tenido en cuenta: desde la memoria histórica a las cuestiones de género, pasando por los problemas que plantean la descentralización, el desafío nacionalista y la globalización, en todos los sentidos de la palabra, desde la precarización de los trabajadores y las clases medias hasta la emigración, la identidad nacional y, en general, las cuestiones de identidad.

Tanto Vox como el PP deberán ahora hacer un ejercicio de reflexión de fondo acerca de cómo resolver el bloqueo al que ha llegado la situación, o el propio régimen. Si el PP tiene que apoyar de alguna manera la gobernabilidad por parte del partido más votado, habrá que ver si Vox está dispuesto a ejercer de. Eso debería traer aparejada, también, una profunda reflexión sobre lo que a partir de ahora quiere hacer el centro derecha, y más en particular el PP.

Una cosa está clara. Sin un proyecto nacional para España, ningún partido se aproximará ni de lejos a cualquier mayoría. Y para concretar ese proyecto, habrá que enfrentar la realidad tal como es, no tal como fue hace diez años, o veinte, o cuando la Transición. Habrá que dejar de hablar la lengua ininteligible de la tecnocracia y la gestión y, en vez de eso, escuchar los problemas de los españoles. No hay por qué estar de acuerdo con todas las propuestas de Vox, un partido, en cualquier caso, mucho más moderado de lo que lo ocurrido en Cataluña en estos años podría dejar suponer. Pero habrá que reconocer que ha sabido plantear un nuevo horizonte conceptual e ideológico, como demuestra un éxito inesperado hace apenas unas semanas.

La Razón, 11-11-19