Patriotismo cosmopolita

Estos días se ha vuelto a publicar una gran novela sobre la guerra civil y sobre la guerra en general. La escribió Salvador García de Pruneda en los años 50 y se titula La soledad de Alcuneza (Renacimiento). Entre los soldados que desfilan por sus páginas hay uno que se declara “patriota cosmopolita”. Es una expresión que se encuentra también en los debates que sobre el tema –candente, como se decía antes- de la identidad nacional, de la nacionalidad y del Estado se dan en el mundo académico actual. Significa bien lo que quiere decir: el amor a lo que se siente como propio no impide la capacidad de apreciar, y querer, aquello que, aunque no nos sea tan cercano, también forma parte de nuestra vida. Más aún, sin lo primero lo segundo no sería posible.

Viene esto a cuento del giro estratégico que parecen estar dando el PSOE y el PSC a partir del rechazo al referéndum que quieren celebrar los independentistas catalanes. La novedad es de fondo, y digna de ser estudiada con más detenimiento. De confirmarse, efectivamente, vendría a variar del todo la situación política española. Quedaría por fin homologada a la de cualquier otro país europeo, donde la izquierda que aspira a gobernar un país no discute la vigencia de la idea nacional. Sería el primer paso para estabilizar la democracia, asegurar la alternancia con legitimidad idéntica para todos y para garantizar la posibilidad de acuerdos basados en la conciencia de un bien común, resumido en la idea de la nación: España, para nosotros.

El cambio ha empezado hace poco tiempo y tiene su reflejo en la prensa y en el pensamiento. Como era de esperar, el giro tiene aquí sus propias características. Como la izquierda española no parece todavía preparada para expresar cariño y lealtad a su país, este alejamiento del nacionalismo catalán lleva a aparejada una crítica simultánea del supuesto nacionalismo español, como si este tuviera la misma vigencia que el primero y como si para rechazar el Estado nacional catalán hubiera que negar también el español. Resulta absurdo, pero en esas estamos. Seguimos ahondando en la tradicional propuesta postnacional socialista, que dejaría atrás tanto a la nación catalana como a la nación española, en busca de no se sabe muy bien qué cosmopolitismo radical inexistente, inviable y probablemente nefasto. El cosmopolitismo es bueno, sin duda, como lo es el patriotismo. El primero sin el segundo produce una clase de provincianismo, frecuente en nuestro país. Juntos, en cambio, son algo inmejorable.

La Razón, 24-01-14