Lo hipster

Confieso mi debilidad por lo hipster y los hipsters. Bien es verdad que a pesar de su éxito, no han tenido buena prensa. En su momento, se les acusó de ser el final de la civilización occidental (no está mal, hay que reconocer). También son objeto de una crítica política que hace de ellos exponentes y símbolos de una posición ventajista.

Tal vez sea cierto todo, lo del fin de la civilización y lo del clasismo. En cualquier caso, tenían y tienen a su favor el gesto de ironía, heredero de los grandes movimientos de frivolización total, desde el pop. Al tiempo que estetizaban el mundo entero bloqueaban cualquier significado ulterior del gesto. Los hípsters parecían venir a decir que es imposible tomarse en serio la frivolización, la ironía y la estetización, por así decirlo, de la realidad.

También los caracterizaba –y los sigue caracterizando– la renuncia a hacer algo radicalmente nuevo. La actitud se resume en la combinación de lo que ofrece, hasta el infinito, el mercado de la moda o la cultura. Puede que no sea así, pero no está mal, por lo menos a mí me lo parece, apuntar la naturaleza fugaz e intrascendente de lo que es fugaz e intranscendente, sin más.

Eso explica que los hipsters siempre hayan sido gente agradable de ver, aseada y tal vez incluso de derechas o, por afinar más en tiempos de politólogos (no carentes de pretensiones de hipsterismo), de centro derecha. (Luego seguro que votan en masse a C’s, a Podemos o incluso al PSOE.) Las cosas serias se juegan en otro sitio, parecen sugerir.

Cualquiera sabe, aunque eso, lo de la existencia de las cosas serias, es un asunto en el que la nación hipster –en tanto que hipster- no parece dispuesta a entrar.