La cuarta ola

La llamada “cuarta ola” feminista que barrió ayer las ciudades de nuestro país tiene un objetivo radical: crear una sociedad igualitaria en la que el género, entendido como una construcción social –y política- deje de tener relevancia. En comparación con este planteamiento, las oleadas previas del feminismo eran movimientos templados y reformistas. Se proponían integrar a las mujeres en estructuras sociales que podrían ir evolucionando con el tiempo, a medida que los roles asignados a uno y otro sexo cambiaban y se iban afinando y sofisticando.

Ahora no. Ahora se trata de hacer de las mujeres el sujeto revolucionario que sustituya a la clase obrera, abrogue cualquier desigualdad y construya por fin ese ideal social que –azares de una realidad equivocada- se derrumbó en 1989 con la caída del Muro de Berlín. La izquierda, desnortada con la desaparición del socialismo, se refugió en las minorías y las políticas de identidad. Ahora se vuelve cada vez más hacia las mujeres, para las que el feminismo juega el papel de la antigua vanguardia: desalienación, concienciación, instrumento social de cambio puesto al servicio de los objetivos de una minoría.

Para eso cuentan con los ingentes recursos de una enseñanza y una universidad puesta al servicio de la causa, una cultura subvencionada que abraza como suyo el objetivo revolucionario y una red de establecimientos y asociaciones dedicados a fomentar y difundir el ideario. Todos cuentan con la colaboración entusiasta de una izquierda con una descarnada agenda partidista. El 8-M del pasado año era el PP el que gobernaba, y este se ha celebrado casi en campaña electoral, con la amenaza de un avance del centro derecha y la posibilidad de atraer votos de Podemos. No veríamos lo mismo con el PSOE en el poder. La ola, bien engrasada y manipulada con profesionalidad, responde a los mismos parámetros que conocimos en movilizaciones anteriores, como en los casos del Prestige y la Guerra de Irak. La movilización actual caducará, como caducaron otras anteriores, pero si el centro derecha vuelve al poder, ya sabe lo que le espera.

Un problema distinto atañe a la naturaleza misma del feminismo radical y a su relación con el conjunto de las mujeres. Las mujeres no son una minoría étnica o cultural y no pueden por tanto ser tratadas como tal. No se trata de transversalidad, se trata de pluralidad: las mujeres no tienen intereses iguales, ni su conducta y su mentalidad responde a patrones ni siquiera remotamente parecidos. Y es imposible que en sociedades como las nuestras todas aquellas mujeres que no comulguen con el radicalismo feminista puedan ser catalogadas de traidoras y sujetas al desprecio, al insulto o a la censura. Desde este punto de vista, sería importante articular alternativas políticas para quienes se quedan perplejas, y perplejos, ante lo que se les propone como una nueva forma de ser mujer.

Es posible que la reacción ante esta forma de imposición revolucionaria sea más intensa de lo que se espera. Un nuevo diseño social que pase por una propuesta destinada a acabar con lo propiamente femenino al mismo tiempo que exalta a “la mujer” como sujeto revolucionario afecta a demasiados aspectos morales y culturales: entre las mujeres, pero también entre los hombres, convertidos inevitablemente en el equivalente a la antigua clase explotadora. Nuevos modelos de relación, nuevos modelos de familia, nuevos roles que pasan por la derrota y la humillación de los hombres. No van a ser sólo ellos los que se revuelvan contra esta imposición.

La sociedad, finalmente, no es una construcción agregada de grupos dedicados a la lucha y a la explotación. En un mundo en el que se ha hecho todo lo posible por acabar con las grandes identidades, los individuos se aferran a las nuevas ofertas identitarias como a una tabla de salvación. Sin embargo, esas nuevas identidades no recogen nunca la persona completa ni, por mucho que se haga en este aspecto, son la única forma de relación social. Las sociedades son conjuntos complejos en los que las personas asumen roles no siempre coherentes ni unívocos. La cuarta ola feminista, con su exaltación identitaria (y contradictoria en sus propios términos, como muestra la brutalidad de muchas de sus expresiones), es demasiado simplificadora. Las sociedades son siempre demasiado complejas. Paradójicamente, lo que aquí se expresa es una nostalgia de un mundo en blanco y negro que nunca existió, ni va a existir jamás.

La Razón, 08-03-19