Las escasas banderas nacionales que algunos llevábamos años sacando al balcón el 12 de octubre desde hace muchos años se han convertido ahora en una auténtica avalancha. Y no se han arriado pasada la fiesta. Cada vez hay más, y la salida de la clandestinidad de los españoles se ha trasladado también a las calles. Ha habido manifestaciones en todas las ciudades de España, muy en particular en Madrid. Y las ha habido, sobre todo, en Barcelona. Allí arrancaron el día antes de la parodia de consulta del 1-O, en una memorable tarde lluviosa de sábado, para ocupar el centro de la ciudad una semana después y, este mismo domingo, volver a demostrar que Barcelona, y por tanto Cataluña, es tan española como catalana.
En el conjunto de España ha salido a la luz el hecho nacional, y el primer efecto ha sido el pacto de las fuerzas constitucionales, o nacionales, para la aplicación del artículo 155. En Cataluña, las manifestaciones –y el salto al primer plano de Sociedad Civil Catalana o de gestos tan extraordinarios como la “contrarrevolucionaria” Resistencia Catalana– demuestran que nadie puede ya hablar en nombre del pueblo catalán sin tener en cuenta a todos los catalanes.
Se ha impuesto la realidad catalana y española sobre la fantasmagoría nacionalista. Como habíamos dicho una y otra vez, el “procés” y la declaración de independencia han acabado con la construcción de la nación catalana. Le toca a España, a sus instituciones y a sus organizaciones políticas construir lo nuevo sobre esta realidad que cambia de arriba abajo el panorama político y cultural de nuestro país.
La Razón, 29-10-17
Ilustración: Figueras