Llevamos ya muchas décadas viviendo en la “España plural”, en la celebración perpetua de la diversidad que nos caracteriza a los españoles y debe ser uno de nuestros principales motivos de satisfacción. No cabe duda de que España es, en esto, un país muy particular. Es un continente en pequeño, con una variedad extraordinaria de paisajes. Los españoles también nos las hemos arreglado para preservar varias lenguas y es cierto que existe una diversidad de costumbres y de tradiciones, más o menos explicables por la historia, el clima, la naturaleza, las conformaciones sociales.
Ahora bien, siendo todo esto indiscutible, y estando todo ello entre los grandes atractivos de nuestro país, también hay que tener en cuenta otras realidades tan españolas como las anteriores. Y es que por debajo de los diversos idiomas, está el castellano o español, que se ha hablado desde hace muchos años en todo el país y se caracteriza por una consistencia y una regularidad extraordinarias, como pocas lenguas en el mundo. La diversidad de costumbres no debe disimular, por otro lado, la solidez de la identidad compartida. La herencia católica, la conciencia de una idea nacional común, propensiones sentimentales y estéticas fáciles de detectar… todo eso conforma un conjunto de valores, una forma de estar en la vida que es imposible calificar de otra manera que no sea española.
Esto no anula la diversidad, pero la coloca en una perspectiva más realista. Desde esa base común, las culturas locales, ya sea la “cultura catalana”, la “cultura vasca” o cualquier otra, aparecen más bien como matices –muy relevantes, por supuesto, y dignos de ser preservados y difundidos- de la cultura que todos compartimos. De hecho, es dudoso que exista nada parecido a una “cultura catalana” o una “cultura vasca” fuera de la común cultura española. A menos que esas “culturas” sean entendidas como identidades saturadas de tipismo costumbrista, o resulten directamente manipuladas por las políticas identitarias de los nacionalismos locales.
España es la demostración práctica de que las naciones y las culturas nacionales no se fabrican, al menos no como se figuran los ideólogos del nacionalismo. Más de cuarenta años de construcciones nacionales no han conseguido erosionar seriamente la identidad y la nacionalidad españolas ni crear nacionalidades propias, al margen de la común. Al revés, estas cada vez son más paródicas. Es lo que va del antiguo regionalismo a las “mareas”, pasando por el nacionalismo. A pesar de las apariencias, estamos en el reflujo, y en la demanda que este suscita. Alguien debería comprenderlo. No es tan difícil.
Ilustración: Los Mallos de Agüero.
La Razón, 13-05-16
EspañaLa Razón
José
26 mayo, 2016Sí, «España plural»
Pero plural para lo que les conviene, que a parte de haberse tallado unos reinos de taifas a su medida, son profundamente centralistas y no otorgan el privilegio de la «pluralidad» a la diversidad que tienen dentro, como sucede normalmente en las sociedades humanas:
Así, por ejemplo, si la lengua, la cultura y la historia propia caracterizan a la nación, En Cataluña hay dos naciones muy diferenciadas: una, que es mayoritaria y habla español, es la que vive y trabaja en Barcelona y su área metropolitana.
No tiene absolutamente nada que ver con el resto de Cataluña: ni en su lengua, ni en su cultura, ni en su historia.
Lo mismo sucede con Tarragona y su campo…
La asimilación y anexión de Valencia y Baleares encubre que éstas tienen también una lengua, una cultura y una historia distintas de la de la Cataluña franca.
No toda Álava es similar a Guipúzcoa; ni la zona rica de Navarra.
Por otro lado, sus dialectos no tienen nada que ver con el guipuchi simplificado.
La excusa de la «diversidad» se transforma en un centralismo feroz favoreciendo descaradamente la capital de la autonomía en contra de las otras capitales de provincia y otras ciudades importantes.
Al final, lo que ha servido esta historia «progresista» es crear puntos para crear proteccionismo a favor de la comunidad autónoma de que se trate.
Y naturalmente crear oportunidades laborales, influencia y poder a las élites locales -en perjuicio del resto de la autonomía- (que se lo digan a los andaluces respecto de la tiranía y la chulería de la mafia sevillana)
La democracia, la Cosntitución, el Estado de las Autonomías están para que los españoles vivamos mejor; no para que políticos y funcionarios vivan mejor a nuestra costas.
A parte de desmembrar el país y de crear conflictos gratuitos (que solo sirven para mantener a los sátrapas de bolsillo en su poltrona)), hemos roto la unidad de mercado (básica en un Estado moderno industrial), hemos llenado el país de leyes que no valen para nada, y atontados con estos conflictos de patio de vecinos, no nos centramos en competir con el mundo -ni en ver si la gestión del político en cuestión ha favorecido a sus votantes, o les ha tomado el pelo con el humo de la envidia.