Ingeniería institucional

La encuesta publicada ayer en estas mismas páginas de LA RAZÓN no deja la menor duda. Los españoles apoyan mayoritariamente la Monarquía y en más de un 71% opinan que una decisión tan arriesgada como la que ha llevado a Don Juan Carlos a fijar su residencia fuera de España es correcta. De ahí se deduce un respaldo considerable a la actuación de la Casa Real en este asunto. Quedan sin resolver problemas de fondo, como el apoyo a la república por una mayoría de españoles menores de 34 años, lo que provoca un incremento del respaldo a la opción republicana. Como ocurrió en el caso del nacionalismo, parecía que no existía el peligro hasta que se materializó en una ruptura drástica, que está muy lejos de haberse cerrado.

Por eso insistía el editorial de ayer en el argumento crucial de que Monarquía, en España, es democracia, dejando bien claro, además, que el camino a la República es inviable. Otra cosa es que Podemos, amparado por el Gobierno, ha aprovechado la oportunidad para suscitar un debate que no puede conducir a nada, salvo a disimular la decadencia los peronistas y, al mismo tiempo, debilitar la Monarquía. Y es que el debate, de hecho, está muy lejos de haberse acabado y se intensificará en septiembre, cuando la crisis económica y probablemente el covid-19 vuelvan por sus fueros.

Entonces se dibujará un panorama un poco distinto del de la alternativa Monarquía/República. Se tratará más bien de seguir configurando un régimen en el que la Corona queda reducida a un papel reducido, entre lo decorativo y lo simbólico. Se pone entre paréntesis lo que la institución es y lo que representa. En la última reunión en la que apareció Felipe VI, la de la reunión de Sánchez con los presidentes autonómicos, lo hizo a modo de figura sin papel propio. Se perfila así una estrategia que reducirá la figura del Monarca al de representante vitalicio, más o menos venerable, de un Estado de tendencia confederal. Un Estado compuesto de naciones con una lealtad aparente, que en algún momento dejará de ser necesaria, a quien habrá de asumir un cargo y una función jibarizados. Se hincha, en cambio, la figura del Presidente del Gobierno. Habrá que ver si los gestos y los desplantes consiguen otorgarle la mayestática autoridad que busca. El daño que esta ingeniería institucional está haciendo a la estabilidad de nuestro país, y a su democracia, será muy difícil de reparar.

La Razón, 11-08-20