San Felipe y el eunuco devoto

Hay un pasaje de los Hechos de los apóstoles (8,26-40) que siempre me ha gustado mucho. Es aquel en el que el ángel del Señor le dice a san Felipe que se dirija a Gaza. En el camino, el apóstol encuentra a un eunuco etíope, negro por tanto, que de vuelta de su peregrinación a Jerusalén va leyendo en su carruaje las profecías de Isaías (Is 56,3-8). El hombre no las entiende, el apóstol se las explica y el eunuco se convierte. Tras el bautizo, que tiene lugar de inmediato, al aparecer un lugar donde hay agua, san Felipe sale de escena, arrebatado por el Espíritu.

Me gusta el tono oriental del relato: el eunuco en su carruaje, el encuentro casual pero movido por el Señor y la salida de escena, sobrenatural, del apóstol. Hay algo al mismo tiempo realista y maravilloso, una combinación que me infunde alegría, un apunte de felicidad.

Me gusta que el protagonista sea un eunuco. Es un oficial de la corte, un hombre político, por tanto. También es un ser humano marcado por una herida que lo sitúa en una perspectiva diferente del resto. La vida se acaba con él, pero él no se ha dejado llevar por el escepticismo ni por el cinismo de quien, por otra parte, vive cerca del poder. Es un hombre devoto y curioso. No le dan miedo las preguntas. Tampoco aquellas que dan sentido a la vida.

También me gusta que el eunuco pasase el viaje leyendo. Y me gusta que se esforzase por comprender las profecías de Isaías. Confiaba en que son asequibles a la razón, por tanto. Tampoco parece intentar recurrir a otras glosas del texto, aunque sabe que algo importante se le está escapando. No es un hombre soberbio, por tanto, y acepta la intermediación de san Felipe.

La intervención del apóstol abre una nueva conexión entre la profecía judía y la realidad, gracias a la palabra inspirada por Jesucristo. Más aún que eso, tan importante, lo que me gusta es cómo el apóstol, siempre guiado por el Espíritu, entiende el obstáculo al que se enfrenta su interlocutor, cómo lo resuelve y la rapidez con que el peregrino cae en la cuenta que la comprensión requiere un compromiso vital, manifestado en el bautismo. La fe ha llegado con la pregunta y con la explicación. San Felipe reaparece en otro lugar y su discípulo “continuó su camino muy contento”.