Tecnocracia y frivolidad

Nunca la humanidad ha vivido ajena al riesgo. El momento en el que más cerca estuvo de esa situación llegó a mediados del siglo pasado, cuando los Estados de bienestar de las democracias desarrolladas (europeas) parecían asegurar que todo estaba controlado y casi cualquier contingencia, prevista por el sistema. Aun así, incluso entonces las poblaciones de esos países, que habían vivido las atrocidades de los años 30 y 40, sabían que aquello no era exactamente lo que parecía. No lo fue, efectivamente. La crisis económica de los setenta y la revolución moral y de costumbres acabó, a veces brutalmente, con aquel panorama que se quiso idílico. Desde entonces hemos vivido con la conciencia de un riesgo permanente. La globalización la intensificó y la han vuelto a incrementar aún más la crisis y las consecuencias de la crisis de 2008, en particular la imposibilidad por parte de los gobiernos y los dirigentes políticos de cumplir la promesa de seguridad total a la que se vienen comprometiendo una y otra vez, aun cuando saben que no la van a poder cumplir.

 

En este panorama, y aunque parezca mentira, hay quien se mantiene a salvo de la situación de inseguridad generalizada en la que vivimos todos. Son los que el escritor francés Alexandre Jardin ha llamado los nuevos pequeños Colbert, en referencia al ministro de Luis XIV, estupendo gestor, que acaparó todo el poder sin tener que rendir cuentas a nadie. Jardin los define como personas “que vienen de la alta administración, que tienen una idea vertical, jurídica y sin riesgos de la vida”, justamente cuando todo el mundo corre riesgos, lo sabe y tiene que enfrentarse cada día a ansiedades, miedos y esfuerzos por superarlos. Los pequeños Colbert también tienen lo que Jardin llama la pasión de la norma, o de la regulación una pulsión que, según el escritor francés, están llevando a Francia a la revuelta.

El escritor ha iniciado un movimiento cívico para que los franceses recuperen la capacidad de tomar decisiones sobre lo que les atañe. El movimiento está llamando la atención, aunque quizás no sea eso lo más relevante. Lo interesante es la verosimilitud del diagnóstico que realiza acerca de un mundo en plena mutación gobernado, sin embargo, por personas para los que esos cambios, y los riesgos consiguientes, no existen. Ni siquiera es ya una reivindicación de la política. Es una reivindicación del realismo y de la seriedad frente a la frivolidad disfrazada de tecnocracia.

La Razón, 24-04-15