«Santa Liduvina» de Huysmans. Entrevista con Julia Escobar por Esther Peñas
J. K. Huysmans (París, 1848- 1907) es un raro. Su estilo, alambicado, complejo, con un vergel infinito y casi inasumible de epítetos, conforma una región literaria que, como en la ‘Broma infinita’, de David Foster Wallace, seduce y satura al lector. Huysmans, un esteta en busca de salvación, transitó los senderos más extravagantes (satanismo incluido), hasta recalar en un catolicismo heterodoxo. Fruto de esa conversión escribió la hagiografía de Santa Liduvina de Schiedam, patrona de los enfermos, que ahora publica el CERMI en su colección ‘Empero’, traducido por Julia Escobar, con quien conversamos sobre el francés.
Entrevista de Esther Peñas
Que alguien como Huysmans, tan poco convencional, escribiera una hagiografía, ¿no es extraño?
Sí. También a mí me ha asombrado el hecho de que un escritor como Huysmans, reputado, maldito, absolutamente singular, rebelde, se hubiera dedicado a escribir una hagiografía, un género tan encorsetado y tradicional, tan ingenuo y tosco, tan ñoño y por momentos aburrido. Después, entrando en las entrañas del libro, me di cuenta de que la originalidad de Huysmans salvaba ese escollo y se mantenía intacta.
La hagiografía, esa zona literaria que retrataba las vidas de santos, ha desaparecido casi por completo. ¿Qué hemos perdido al perder el género?
Se ha perdido un poco la asunción de lo maravilloso, del milagro como un hecho; en el pasado el milagro se asumía con naturalidad, y cuando nosotros leemos milagros del pasado nos parecen totalmente verosímiles. Sin embargo, en la actualidad nos resultan increíbles. Se ha perdido esa incorporación de lo maravilloso en lo cotidiano, porque los milagros pueden ocurrir, pero nos hemos negado a verlos, a convivir con ellos, los hemos convertido en literatura.
Por fortuna, nos queda Felisberto Hernández, Cortázar, García Márquez para recordarnos que lo cotidiano también es prodigio…
Bien visto… sí, nos quedan todos ellos y otros muchos, nos queda lo escrito para volver a encontrarnos con lo maravilloso tantas veces como queramos. Por fortuna.
¿Somos, en el siglo XXI, más prosaicos?
Más prosaicos, por supuesto. Hoy en día confundimos lo maravilloso con lo fantástico, a lo fantástico no nos negamos. Ahí están todas esas siniestreces de ‘Juego de Tronos’, incorporadas al imaginario de una generación, la de Podemos, que conforman sus referencias culturales… Estaría bien superar ya la etapa del jardín de infancia…
No sé francés, pero habiendo leído, aparte de la vida de santa Liduvina, y otras obras de Huysmans, como ‘A contrapelo’ o ‘Allá abajo’, tengo la sensación, por cómo forja el lenguaje, por su exuberancia casi patológica, de que no debe ser nada fácil traducir al francés.
Tienes razón, es un torturador del lenguaje; es lo que más destacan los especialistas en Huysmans, lo que más estudian es su complejidad lingüística; hablan, de hecho, de ‘el caso Huysmans’, un caso raro. Lo que me sorprende de Huysmans respecto a esas otras obras que mencionas, es que aquí se ve obligado a tascar un poco el freno al asumir el género hagiográfico, que tiene sus propias reglas, un género entre la biografía objetiva y la admiración incondicional por el biografiado. Creo que para una personalidad como la de Huysmans, tan original, fue un esfuerzo, una disciplina adaptarse a él; hay partes en que se desfonda, y se ve, sobre todo, su trascendencia espiritual, hasta qué punto es cierto que se convirtió y que él consideró que era una obligación transmitir dicha conversión, y este es el resultado, la hagiografía de santa Liduvina, que no es su libro más conocido, ni el más representativo, pero sin duda es un libro muy interesante.
‘El caso Huysmans’. Antes se decía eso, ‘es un caso’. Ahora apenas se emplea esa expresión… ¿Por qué ya no hay casos, singularidades?
Es verdad, ese tipo de expresiones denotan una mentalidad distinta. Sin duda alguna, en aquella época había singularidades y personas distintas, y ese “ser distinto” no era malo ni bueno, era ‘un caso’. Mi madre utilizaba otra expresión similar: «este niño no es normal». Ahora tendría una connotación peyorativa, pero ella se refería a algo extraordinario. La norma como lo plano, y lo no normal como lo extraordinario, lo bueno. Esa perspectiva también se ha perdido.
¿Cómo se pasa del satanismo a la iluminación, como le sucede a Huysmans?
Hay mucho que decir sobre eso precisamente, creo que es su constante búsqueda de algo… él no era un satánico convencido, digamos que era un diletante del satanismo, llegó hasta eso por el hastío, el hartazgo… desde los 18 años fue funcionario, algo muy aburrido, al tiempo que cultivaba su vocación literaria y una formación impresionante, él tan exquisito, tan rebuscado, era una persona que no se conformaba con cualquier cosa, y eso le llevaba a explorar aspectos considerados un poco extremos. Como algunos de sus personajes, que no dejan de ser un alter ego suyo, está ahíto de tanta belleza, de coleccionismo, de literatura superelaborada, etc., y por ello busca nuevas sensaciones, lo que le condujo a tratarse con unos sacerdotes renegados que practicaban el culto de Melquisedec, dedicados a las misas negras. Huysmans asistió a algunas, pero después conoció al abad mundano Mugnier, quien lo convirtió hasta el punto de que Huysmans se volvió oblato, aquellos creyentes que, sin profesar los votos de una orden religiosa, sin dejar de ser laicos, se ofrecen a Dios y asumen parte de los compromisos de los religiosos de alguna orden. A partir de esa conversión, su literatura también cambió.
Por ello esta hagiografía…
Sí, Santa Liduvina es fruto de su conversión. Pero Huysmans no comulga con ruedas de molino, es muy crítico con la beatería, con cierta curia, con determinado clero, no soporta esos cánticos que se utilizaban entonces en las iglesias… Imagínate, si Huysmans escuchara el cuplé católico de hoy en día, se moriría, y si conociera al papa Francisco, se desmayaría.
¿Cómo se transmuta el dolor en un hecho estético y ético, en algo hermoso, en una ofrenda?
Es casi lo más interesante del libro, cómo Huysmans interpreta esa labor redentora; realiza un catálogo de las sucesoras de Liduvina, desde Teresa de Águeda, pasando por santa Teresa y hasta el mismo siglo XIX. Lo atribuye a un designio divino, a una misión. Todas ellas han escuchado una voz, como Juana de Arco que les anima a luchar contra el mal entregando su sufrimiento para redimir a los demás. Todas ellas entregan su cuerpo y su alma a la oración y crean una especie de escudo protector contra el ‘Muy Bajo’ o ‘el Bajísimo’, como lo denomina, ante el cual al demonio le cuesta trabajo penetrar. En un momento dado, se retrata la inmoralidad de la época que le toca en suerte a Liduvina, las guerras, los enfrentamientos fratricidas, la división del Papado la impudicia de los papas… así que ‘el ejército de Dios’ se pone en movimiento, y entre las mujeres la entrega es mayor. (…)
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La Quimera, Blog de Julia Escobar