«¡Señor, Señor, en qué mundo me has hecho vivir!» Entrevista con Julia Escobar (1)

 

Julia Escobar es escritora, traductora y crítica literaria. Su vida profesional ha girado en torno al libro, de forma que los ha escrito, traducido, comentado, editado e incluso vendido, pues en el pasado fue también editora y librera. Como escritora, ha publicado los poemarios Fluyen permanentes (premio Francisco de Quevedo), Tiempo a través, ambas publicadas en la editorial Pre-Textos y Arritmias (de próxima aparición), dos novelas, Nadie dijo que fuera fácil (Edhasa) y La asamblea de los muertos (Pre-Textos) y una tercera, San Judas 27. Autora de numerosas traducciones por las que ha recibido los premios Stendhal y Juan Rulfo. Ha sido directora de Programación de la Casa de América desde 2006 hasta 2013 y es Caballero de la Orden de las Artes y las Letras de la República francesa. @lahijadeaugusto. Web: la quimera (nadie dijo que fuera fácil)

 

José María Marco – “¡Señor, Señor, en qué mundo me has hecho vivir!” ¿Te suena esta frase?

 

Julia Escobar – San Policarpo, siglo II, obispo de Esmirna. Un testigo de la pasión de Cristo de segunda generación. Le desesperaban tanto los cismas y las herejías que surgían de todos lados que cada vez que se enteraba de algo nuevo clamaba al Cielo diciendo: “¡Dios, mío! ¡Dios mío! ¡En qué época me has hecho vivir!” Flaubert, que se hacía cruces por la estupidez de sus contemporáneos, le tomó como santo patrón y todos los 23 de febrero se reunía con Guy de Maupassant y otros amigos, a celebrar “la san Policarpo” de forma harto rabelesiana.

JMM – ¿De verdad no has tenido la tentación de escribir un “tontario”, como el de Flaubert? La actualidad, o la (post)modernidad dan para muchos y tú tienes los conocimientos, el humor y el dominio de la lengua… Sería fantástico.

JE – Evidentemente. De hecho en mi blog La Quimera he ido colgando algunas perlas y no pierdo ocasión de hacerlo siempre que puedo. Ahora, bien mirado, es tarea ímproba y algo arrogante porque nadie es tan tonto que no pueda decir algo interesante ni tan listo que no pueda decir una estupidez.

JMM – Sé que tú también celebras la San Policarpo cada año, el 23 de febrero…

JE – Con un grupo de amigos, de cómplices mejor dicho. Es un doble homenaje: a San Policarpo y a Flaubert. No puedo decir que haya cuajado pero se hace lo que se puede. Hemos llegado a ir a Valladolid en una ocasión a reunirnos con José Jiménez Lozano en tan magna ocasión.

JMM – Y también hemos intentado recordar todos los años lo que llamas, con buenas razones, el asesinato de Luis XVI…

JE – Claro que sí, es una deuda moral que la humanidad entera tiene contraída con esa infamia. Camus decía que era un crimen abominable y así es. Forma parte de las fechas que nunca olvido, aunque en modo alguno intente equipararlas: la Shoah, el 11S, el 11M, cada una es única y su dosis de horror y abominación intransferible.

JMM – Me parece que no has traducido a Flaubert, pero entre los grandes de los grandes, sí que lo has hecho con Colette, Jabès, Rimbaud, Ponge, Verne… Salvo Verne, aunque no estoy muy seguro, son autores particularmente difíciles.

JE – No creas, Verne tiene lo suyo, pues te topas a menudo con las peores dificultades de la traducción científico-técnica que a pesar de la “normativa” son muy numerosas. Colette es la peor de todas, en el sentido de la dificultad me refiero. Aunque Michaux, Rimbaud y Jabès se las traen. Soy un poco masoquista y desconfío de las traducciones que no me plantean dificultades. Una vez tuve que traducir a Françoise Sagan y creí morir de desesperación.

JMM – En 2002 ganaste el Premio Stendhal por una traducción de Michaux…

JE – Fue una gran alegría porque es un premio que te dan tus colegas, y además un premio instituido por Consuelo Berges, la traductora de Stendhal y de Proust. Nadie ha mejorado esas traducciones y eso que lo han intentado traductores muy avezados. Ese mismo año me dieron el Premio Internacional de Traducción Juan Rulfo, concedido en Francia, también por profesionales.

JMM – Estudiaste en el Liceo Francés de Madrid. Aun así, no saliste con aversión hacia la literatura francesa…

JE – En absoluto. Salí con gran amor por la literatura española.

JMM – Incluso eres Caballero (caballero, género masculino) de la Legión de Honor.

JE – No, la Legión de Honor no, ya me gustaría. Es una simple orden intermedia, la de las Artes y las Letras. Es muy significativo que no se les haya ocurrido una versión femenina de la condecoración. Dama es muy sencillo y adecuado, digo yo. Siempre bromeo diciendo que eso de que me hayan hecho “caballero” es una manera indolora a la par que honrosa de cambiar de sexo.

JMM – Yo también estudié en el Liceo Francés, en Madrid. Salí bien formado, claro está, pero creo que no me he recuperado nunca de la experiencia y sigo intentando quitarme de encima algunos rasgos de carácter… liceísticos, la arrogancia por ejemplo. ¿Cómo volviste tú a nuestro país?

JE – Cierto, Luis Martín Santos, en Tiempo de silencio, saca a un personaje del que dice algo así como: “Fulanito, estropeado por su Liceo Francés”. Sin duda era un colegio muy elitista y, de hecho, muy particular, al menos en mi época. Mis condiscípulos eran en su mayoría, extranjeros, hijos de embajadores, de exiliados, de judíos, todo muy cosmopolita. En mi clase estaban la nieta de Révész, la hija del psiquiatra López Ibor, la del profesor Antonio Truyol, la nieta del diplomático chileno Enrique Lynch, la hija del poeta y embajador colombiano Eduardo Carranza, que fue luego una poetisa muy conocida, Mercedes Carranza, y unas cuantas niñas de familias judías, Rachel Mayer, Diana Talarewitz… Me reconocerás que eso marca una diferencia.

JMM – Sí, claro.

JE – He contado lo que supuso para mí ir a casa de mi amiga Mayer a una tierna edad; fue una verdadera iniciación, el olor de la comida, la comida misma, los familiares de Rachel, tantas cosas diferentes a las que constituían mi entorno doméstico, tan castizo.

JMM – Te han interesado algunos autores, como Galdós o Emilia Pardo Bazán, a la que has dedicado mucho trabajo.

JE – Galdós es insoslayable. Empecé muy pronto a leerlo y a quedarme con la boca abierta. Primero los Episodios nacionales –es inevitable- que volví a leer íntegros en 2008, como homenaje a la guerra de Independencia. Luego pasé a las novelas contemporáneas, con el asombro de encontrar en él a uno de los grandes entre los grandes. Doña Emilia vino después y me cautivó por entero, en particular su inteligencia, su perspicacia y la aplastante seguridad en sí misma. Siempre hay algo nuevo que decir sobre ellos, entre otras cosas porque tampoco se conoce del todo de su vida, como pretenden algunos eruditos de esos que secuestran datos. Hace unos años me encargaron una biografía divulgativa que empecé con gran entusiasmo y acabó en proyecto ya que la editorial cerró la colección para la que la habían encargado antes de publicar nada, creo que sólo una de las biografías contratadas. Algún día tendré que volver sobre ella.

JMM – Vamos a hablar un poco de tus novelas. La primera (que conozco) es Nadie dijo que fuera fácil (1999). ¿Hay algo de autobiográfico en la protagonista Lourdes Melgar? ¿Y en la trama?

JE – No, ni Lourdes Melgar ni su familia tienen un solo rasgo mío ni de los míos. Creo que te equivocas, mi banco de pruebas es Gloria Arde. En la familia materna de Gloria concentro algunos de mis recuerdos de infancia y de mi experiencia como hija de los que perdieron la guerra. Ella estudia en el Liceo Francés, está afectada de intelectualitis aguda, rayana en la pedantería, etc., etc. Y se casa con el hijo de una familia bien, de origen y educación totalmente distintos.  Es una novela que tenía que escribir precisamente para transmitir todas esas vivencias “revolucionarias” infantiles, mi pasado izquierdista, por así decirlo, genético, como decía Jaime Salinas para diferenciar a los izquierdistas “parvenus” de los que lo habíamos mamado aunque, la verdad, no sé si era exactamente su caso. Me divertí mucho escribiéndola pero soy consciente de que no es una joya literaria precisamente.

JMM – ¡Está muy bien! Y es muy entretenida…

JE – …Me entregué más en La asamblea de los muertos y, por supuesto, en mis libros de poemas.

[Continuará]

 

Ver también «Zola en España»