Charla francesa

American Vertigo, Bernard-Henri Lévy. Barcelona, Ariel, 2007, 360 págs.

 

American Vertigo plantea un desafío, por no decir un problema, que es término más llano y trivial, al lector español. Bernard Henri Lévy (a partir de aquí BHL), el conocido ensayista francés, lo publicó primero en inglés, en una editorial norteamericana, traducido del francés, como es natural. Así los norteamericanos pudieron comprobar la visión que un francés “anti anti norteamericano”, como se define el propio autor, tenía de su país. Le agradecieron que no los tratara con el desprecio que suele ser común entre europeos, le manifestaron su agradecimiento por la curiosidad demostrada, pero no se reconocieron en el retrato.

 

No es para menos. En 2003 BHL había escrito un libro, que provocó alguna polémica, sobre el asesinato por los yihadistas de Daniel Pearl, el periodista del Wall Street Journal. Aquel reportaje llamó la atención y la revista Atlantic Monthly decidió hacerle un encargo al autor: volver sobre las huellas de Tocqueville por Estados Unidos y escribir luego un ensayo, un libro de viajes sobre la experiencia. Era una propuesta irresistible para quien, como BHL, siempre ha manifestado su simpatía por al menos una parte de la gran herencia liberal francesa, en particular Tocqueville. BHL convertido en BH… Tocqueville, ahí es nada.

Al final, el viaje no siguió con demasiada precisión los pasos del autor de La democracia en América. Una pena. Sobre todo, BHL tiene una actitud muy distinta de la de Tocqueville. Tocqueville era muy joven cuando su único viaje a Estados Unidos. Estaba intrigado por aquel experimento, completamente inédito en la historia de la humanidad, de una república democrática. Así que se sumergió en lo que para él era casi inconcebible: una sociedad democrática, compuesta de individuos libres e iguales, con las mismas oportunidades.

La profundidad del análisis de Tocqueville procedía de una actitud carente de prejuicios ante los dos sentidos del término “democracia”: el político (las elecciones, etc.) y sobre todo el social, que el joven escritor caló como pocos lo han hecho desde entonces. Tocqueville se coló en la intimidad de un país y una sociedad que le eran ajenos. Y los retrató con la seriedad de un clásico.

BHL, a pesar de su simpatía por la “democracia americana”, no muestra la misma actitud, ni parece tener gran interés en comprender desde dentro la mentalidad norteamericana. Apunta aquello que a un europeo, y en particular a un francés, más le llama la atención. No está mal, pero en general se queda en el espectáculo: alguna megaiglesia, algún “mall”, las grandes convenciones de los partidos, los mormones, los amish, un jefe indio, una conversación con Hillary Clinton en la que, obviamente, es más importante el entrevistador que la entrevistada… De impresiones que se adivinan confusas, poco o mal informadas, saca conclusiones a veces finas, otras extravagantes y las más de las veces divagatorias, como mucho ensayo francés escrito en los últimos años.

Total, que a los norteamericanos no les interesó demasiado esta colección de anécdotas y ocurrencias, bastantes de ellas pretenciosas.

A los franceses, la cosa les resultó más previsible. Se conocen bien a su BHL y saben lo que pueden esperar. La visión de Estados Unidos, aunque va a contracorriente de la aplastante conciencia de superioridad que suelen tener muchos de nuestros vecinos con respecto a “l’Amérique”, corrobora en buena parte los tópicos que desde Francia se suelen cultivar sobre ella. Y también lo que piensan de BHL, promotor extraordinario de su marca. A estas alturas, Tocqueville y cualquier posibilidad de reflexionar sobre la evolución de la democracia en América desde aquel viaje pionero no es ya más que un recuerdo, un simple pretexto para una charla de sobremesa parisina.

Así que queda por dilucidar lo que de interesante puede tener American Vertigo (no cabe título menos “tocquevilliano”, dicho sea de paso) para un lector español. Pues bien, una vez suprimida la verborrea y las ocurrencias con pretensiones, queda… un francés en Estados Unidos. Pero no un francés cualquiera, uno de los muchos que están huyendo al otro lado del Atlántico para salir del asfixiante intervencionismo de su país como otros huyeron antes de la opresión religiosa, sino uno que parece no tener nada que perder escribiendo una cosa o la contraria.

Hay buenas anécdotas, que BHL cuenta con gracia. La del policía fanático de Tocqueville que le perdona una multa cuando el autor le cuenta lo que está haciendo en Estados Unidos vale el volumen entero. Pero otros libros, como el Ciao, America!, del periodista italiano Beppe Severgnini, resultan mucho más entretenidos y, sin tantas ambiciones, proporcionan más información. Los hay que, como los ensayos de Julián Marías, demuestran mayor clarividencia. El primero debería ser traducido y los segundos, reeditados con urgencia. A ver si Amando de Miguel, que ahora anda por allí, se anima a escribir un libro con más enjundia.

Libertad Digital, 17-01-08