Estolidez de rebaño

Con ese pragmatismo y ese gusto por la libertad que les caracteriza, y que los demás países europeos hace tiempo que perdimos, si es que los tuvimos alguna vez, los ingleses decidieron suspender a partir de ayer lunes (“Freedom Day”) casi todas las restricciones derivadas del covid. Hay razones económicas, porque un país como el Reino Unido, con una economía de servicios, no puede salir adelante y seguir garantizando la prosperidad -y un nivel de empleo cercano al 100%- poniendo obstáculos a la circulación de las personas. También hay razones médicas. Se sabe que a estas alturas el mayor riesgo de hospitalización recae sobre quienes no se han vacunado, o bien porque no han tenido oportunidad de hacerlo o porque su fanatismo les impulsa al suicidio y al desprecio hacia los demás. También se sabe que, aunque existe el riesgo de reinfección después de la vacunación, es poco probable que la enfermedad, en tal caso, alcance una gravedad peligrosa. Teniendo en cuenta todo esto, la decisión del gobierno británico resulta racional y perfectamente defendible.

Otra cosa, claro está, es que se echen las campanas al vuelo, como por dos veces ha hecho ya el gobierno español, y se decrete con euforia impostada que ha llegado el momento de “disfrutar” (el verano pasado) y el de “las sonrisas” (este mismo). Eso es estafar a la población, que es la actividad preferida de nuestro gobierno, al tiempo que no asume las consecuencias de las propias políticas (que se traspasan a las Comunidades), ni se facilita una estrategia general ante el covid. El gobierno español confía, evidentemente, en una opinión noqueada a medias por el social podemismo y el trauma de la enfermedad y que no sabe, o no quiere, adoptar decisiones sobre su propia vida y su propia salud.

Seguiremos por tanto jugando a las polémicas entre Comunidades y Estado central (eso que desde Rodríguez Zapatero se llama ampulosa y ridículamente el “gobierno de España”) y divirtiéndonos con cierres, perimetrajes, jueces dedicados a hacer política o a tomar decisiones sanitarias, y políticos que no tienen la más remota idea de por qué adoptan las decisiones que toman. Todo, menos hablar claro a la ciudadanía, exponer mediante campañas masivas de publicidad los riesgos que corremos todos si no respetamos ciertas reglas (que nada tienen que ver con las restricciones), e invitar a la población a asumir su responsabilidad.

Se habla sin parar de “ciudadanía”, incluso en los comportamientos que menos tienen que ver con la política ni con la cosa pública. Ahora bien, cuando llega al momento de llevar a la práctica esa “ciudadanía”, lo que se nos dice es que debemos “disfrutar”… a la espera de lo que se nos ordene. El vocabulario político español siempre depara sorpresas. Federalismo, por ejemplo, no es unir, sino separar lo que está unido. Con el asunto de la ciudadanía pasa lo mismo. No es ejercer el control sobre la propia vida teniendo en cuenta el bien común. Es esperar a que te digan en qué consiste ese bien común, no decidir, no pensar nunca. Y sobre todo, ser feliz.

La Razón, 20-07-21