Totalitarismos

El diccionario de la Real Academia afirma que el fascismo y el nacionalsocialismo son regímenes totalitarios. Lo omite, en cambio, en la definición de “comunismo”. Con ocasión del aniversario del nacimiento de Lenin, alguien cayó en la pequeña diferencia. Y en las redes sociales se puso en marcha una de esas “movidas” que son capaces, al menos en apariencia, de cambiar el mundo real.

Totalitario es un régimen político en el que el Estado abarca la sociedad entera. No existe margen de libertad fuera del alcance del Estado, ni para los individuos ni para las empresas ni para las asociaciones o instituciones. Igualmente totalitarios son el comunismo y el nazismo, versión alemana del fascismo, que a su vez es una corriente política que sintetiza sindicalismo y nacionalismo. El nacionalismo, que quiere anular a la persona en una identidad colectiva nacional, con rasgos que todos deben cumplir, es particularmente proclive al totalitarismo. Un régimen nacionalista aspira a abarcar el conjunto –la totalidad- de la realidad social para crear, o recrear, ese biotipo de raíz racial o, como se dice hoy en día étnica o, mejor aún, cultural.

Antes del nacionalsocialismo, el comunismo, que se hizo con el poder en Rusia en 1917, definió las características propias de un régimen totalitario. Se trataba de dar los pasos que condujeran a la instauración del paraíso que había anunciado el marxismo. Llegaba el final de la Historia, un final ineluctable dictado por la lógica misma de los tiempos. Los comunistas, representantes de los proletarios, eran los encargados de aprovechar políticamente las contradicciones del capitalismo para crear de nuevas una sociedad perfecta. Nada podía quedar fuera de su alcance. Todo es política.

Hitler y los responsables del régimen nazi, que iba a instaurar el Tercer Reich como culminación de la Historia alemana, admiraban a los comunistas. Copiaron el terror como instrumento sistemático, las técnicas de exterminio, las matanzas en masa como herramienta política. Compartían su odio al cristianismo y al judaísmo. Tanto el comunismo como el nazismo son, efectivamente, religiones políticas, incompatibles con las tradicionales. Antes del enfrentamiento, de hecho, Hitler y Stalin colaboraron, entre otras cosas en el exterminio de la población polaca.

Luego los comunistas se reconvirtieron al antifascismo profesional. El antifascismo se convirtió en su principal seña de identidad, más allá de una propuesta cada vez más evidentemente averiada. Pero la propaganda no cambió los hechos, y desde el punto de vista de la definición del totalitarismo, nazismo y comunismo resultan idénticos.

La Razón, 24-04-18