Postverdad. La utopía realizada

El nuevo mundo en el que vivimos desde la revolución tecnológica se caracteriza, en lo comunicativo, por el flujo perpetuo de información, 24 horas sobre 24 los siete días de la semana. El acceso a la información es barato, gratis muchas veces. También es universal y barato, sin apenas barreras, el ingreso en el mundo comunicativo. Lo que antes estaba jerarquizado, sujeto a filtros y organizado por núcleos concentrados de autoridad, es ahora abierto y horizontal. Tampoco hay ya una visión del mundo generalmente aceptada: la información, como la propia sociedad, está fragmentada en canales, antes se llamaban esferas, que se superponen sin la menor pretensión ambición de armonía y globalidad. Se elige lo que a cada uno le gusta.

Vista así, la nueva situación parece la realización de los anhelos antiautoritarios de tiempos del 68. Al menos en la información y en la comunicación, se ha realizado la utopía de un mundo sin fronteras, sin barreras, sin jerarquías, sin autoridades – sin autoridades que no estén sometidas al escrutinio y al rendimiento de cuentas perpetuo- y donde reina como soberana absoluta la decisión del individuo, que puede convertirse en fuente de información y alcanzar un poder antes inconcebible con sólo desearlo y ponerse.

Se podía esperar, en consecuencia, que quienes han hecho suyo el legado antiautoritario de los años 60 y 70 manifestaran su satisfacción por lo que está ocurriendo. Probablemente nunca llegaron a pensar en una realización tan perfecta de lo que en su día fue un anhelo inalcanzable.

No es así, sin embargo. Resulta que el nuevo modelo comunicativo –y el mundo que le da soporte y que contribuye tan decisivamente a crear y recrear- está viciado. En vez de hechos, ahora se prefieren las narrativas o los relatos, elaborados sin contraste con la realidad. En vez de criterio, fundamento de cualquier elección racional, priman las emociones, los impulsos sentimentales que llevan a la pérdida del control sobre uno mismo. Sobre los argumentos, se impone la seducción. En vez de la búsqueda personal, que requiere esfuerzo y capacidad para discernir, nos dejamos llevar por algoritmos que nos lo dan casi todo hecho. Así que en lugar de una comprensión cabal de la realidad, nos encerramos en una burbuja informativa que sustituye la comunicación por el solipsismo, la curiosidad por la autorreferencialidad, y la participación por el voyeurismo. Sobre Sócrates han vuelto a triunfar los sofistas. De ciudadanos conscientes, hemos pasado a consumidores compulsivos y del “empoderamiento”, que ha durado bien poco, a los “influencers”.

Total, que estamos peor que antes. Es el mundo de la postverdad, donde los sujetos ni siquiera mienten porque no saben lo que es la verdad, ni la distinguen ya de la mentira –ni les importa, cabría añadir.

¿Qué ha pasado para que la utopía libertario-republicana se haya transformado en esta pesadilla donde votan quienes no saben lo que votan y deciden los que no saben cuáles son sus propios intereses? (…)

Seguir leyendo en Floridablanca, 03-07-16