Obama y la nueva ciudadanía

Rafael Rubio y José María Marco

Cuadernos de pensamiento político, nº 38, mayo de 2013

Desde que en Estados Unidos se consagrara el sistema bipartidista se han producido largos periodos caracterizados por unos resultados electorales similares. Estas secuencias temporales, de una duración de entre 30 y 40 años, venían definidas habitualmente por una serie de elementos de cambio respecto al periodo anterior, no sólo en el signo político. En todos ellos se aprecia la importancia de un cambio generacional y demográfico, con actitudes y creencias renovadas, y la evolución de las tecnologías de la información (Winograd y Hais, 2007; I).

 

Un nuevo “realineamiento”

Tras los resultados electorales de 2008 se ha empezado a hablar de un nuevo cambio de “era electoral” fundado en la incorporación masiva a la política de la generación del milenio (nacida entre 1982 y 2003, también conocida como la de los “nativos digitales”), y acompañado de un cambio en la sociedad, la política y el gobierno norteamericanos. Siguiendo con los patrones históricos que caracterizan estos cambios (V.O. Key 1955; Schlesinger 1922), esta “nueva era” se confirmaría con la reciente reelección de Barack Obama como Presidente de los Estados Unidos de América.

Estos periodos se caracterizan, electoralmente, porque durante los mismos un mismo partido político triunfa en ¾ partes de las elecciones presidenciales. De esta manera podríamos hablar de los siguientes periodos a lo largo de la historia de los Estados Unidos:

– 1828-1856 (6/8)

– 1860-1892 (7/9)

– 1896-1928 (7/9)

– 1932-1964 (7/9)

– 1968-2004 (7/10)

En cada uno de estos periodos el partido dominante construyó su hegemonía sobre coaliciones electorales distintas, con particularidades sectoriales, demográficas y geográficas. Los cambios, que pueden tardar dos o tres elecciones en consolidarse, suelen producirse en un momento de crisis y provocar que el partido más débil en la era anterior se convierta en el predominante (salvo en 1896 cuando el Partido Republicano continuó en el poder, aunque con una agenda y unas alianzas radicalmente diferentes a las anteriores).

Si nos centramos en el último periodo, y aunque algunos autores han puesto en duda que se haya producido el surgimiento de esta nueva era (en particular por el control demócrata del Congreso durante buena parte de estos últimos años), veremos cómo, tras la apabullante derrota de Goldwater en 1964 y la llegada de Ray Bliss a la presidencia del Partido Republicano, se produce un cambio del apoyo al Partido Demócrata hacia el Partido Republicano tanto en el Sur del país (Sun Belt), como en las Rocky Mountains y el Prairie West.

Desde el punto de vista de las alianzas, uno de los grupos que había sostenido la mayoría demócrata de manera casi unánime, “los católicos”, divide bruscamente sus preferencias. La clase media –así definida por ingresos y por educación- aumenta su apoyo al Partido Republicano. Algo similar ocurre en el plano generacional, donde irrumpe la generación del Baby boom, y en la agenda política, donde el New Deal da paso a una posición claramente conservadora, centrada en los valores tradicionales, y construyendo coaliciones donde los asuntos sociales, relacionados con la fe y los valores, tienen mucho más peso que los económicos o de clase. La desconfianza hacia el Estado, la defensa a ultranza de la libertad personal (aun a costa de la desigualdad económica) y el patriotismo han definido de manera clara el conservadurismo mayoritario que se ha mantenido en Estados Unidos durante los últimos 40 años (Marco, 2007).

A esto contribuyeron diversos factores: el liderazgo de políticos como Goldwater y en especial Nixon, que desplazó hacia el Sun Belt el eje del Partido Republicano, un creciente trabajo intelectual en torno a think tanks como Cato o Heritage, revistas como National Review, medios de comunicación, una adecuada financiación a cargo de una poderosa maquinaria de recaudación así como una eficaz labor organizativa de coordinación de movimientos con agendas diferentes como ATR, NRA o la Christian Coalition. (Norquist, 2008)

Este proceso, que se iría consolidando durante la década de los 70, vino acompañado de la radicalización del Partido Demócrata que impulsó hacia el Partido Republicano, no sólo a los blancos del sur (indignados por la aprobación de la Ley de Derechos Civiles en 1964) sino también a la clase media, hostil al giro izquierdista de los demócratas (Micklethwait y Wooldridge, 2004: 26) ridiculizados por los republicanos como el partido de la “Amnesty, Acid and Abortion”. El Partido Demócrata se vio reducido a un partido de minorías y grupos centrados en un único asunto, ya fuera este el aborto, el feminismo, los derechos de gays y lesbianas, el control de armas, la defensa del medioambiente, los sindicatos o los intereses de los “trial lawyers”. Con frecuencia, estos grupos entraban en conflicto entre sí, y lejos de coordinarse para defender un programa común competían por la financiación y la elección de candidatos favorables a su agenda, aunque esto supusiera eliminar candidatos demócratas con más posibilidades electorales. En resumen, preferían hacer lobby por sus asuntos ante los demócratas que intentar construir una mayoría social bien articulada (Armstrong y Moulitsas: 2006: 37-70). Aunque estos grupos no eran los mayoritarios dentro del partido, suponían la cara más visible e influyente del mismo, el filtro a través del que llegaba la información demócrata al votante medio. Como consecuencia de estas luchas, el Partido Demócrata ha conocido serias dificultades durante este periodo para posicionarse de una manera clara y para proponer una agenda política que fuera más allá de intentar defender, habitualmente con poco éxito, una serie de posiciones logradas durante el New Deal.

 

El cambio social

La situación empezó a cambiar en 2001, con la llegada del empresario Terry McAuliffe a la presidencia del Comité Nacional Demócrata (Democratic National Committee). McAuliffe estableció una estructura financiera saneada (McAuliffe, 2007). En el plano organizativo, la “sorprendente” derrota de John Kerry, y especialmente la campaña desarrollada por Howard Dean, fue sin embargo capaz de articular un grupo inédito de activistas demócratas, poniendo las bases de una organización que, en los 50 Estados, se atrevía a cuestionar el mapa político establecido en el último periodo. El propio Howard Dean la reforzaría como Presidente del Partido Demócrata. Fue en esta misma campaña donde los demócratas entendieron y supieron aprovechar políticamente la revolución tecnológica (Trippi, 2005). Los resultados se empezaron a ver en 2006, cuando el Partido Demócrata volvió a obtener la mayoría en el Congreso y en el Senado. Ahora bien, fue Obama el que, tras su victoria en las primarias, logró sacar partido de todas estas novedades en su campaña de 2008 (Harfoush,2009).[1]

Sin restar importancia a los aspectos técnicos lo que marca claramente la diferencia es el nuevo mapa social que emerge en 2008. Lo más determinante es el peso que adquieren determinados grupos demográficos[2] como los jóvenes[3], los hispanos[4] o las mujeres solteras[5]. Entre el 17% de los hispanos, el 23% de las mujeres solteras y el 8% de los jóvenes, sólo estos tres grupos representan casi la mitad de los que acudieron a votar (un 44% en 2008 y un 48% en 2012), frente al descenso de otros grupos como los blancos (8,3 millones menos) o los afroamericanos (1 millón menos), y su apoyo mayoritario a Obama explicaría buena parte del resultado. Se trata de minorías que en gran medida no comparten el clásico modelo cultural americano. Al dar relevancia a una nueva agenda en la que los temas económicos (educación, cambio climático, el seguro de salud, la reforma migratoria, la posición exterior de Estados Unidos) resultan determinantes. También cuestionan el modelo establecido quizás por motivos diferentes, pero con una contundencia similar en todos los casos.

Otro de los sectores demográficos entre los que se observa un cambio de escenario es el de los grupos religiosos. Es cierto que los republicanos siguen siendo mayoritarios entre los blancos, ya sean protestantes o católicos. Aun así, el peso de los latinos, especialmente entre los católicos, ha aumentado hasta alcanzar prácticamente la mitad. Además, existe un gran número de católicos contrarios a la doctrina de la Iglesia en temas como la anticoncepción, el aborto o el matrimonio entre personas del mismo sexo[6]. Todo esto ha propiciado que, a pesar de las críticas de la jerarquía eclesial hacia las políticas de Obama, el Presidente, evitando el enfrentamiento frontal, haya logrado también obtener más apoyos que Romney entre este grupo que representa hoy al 25% de la población.

La consolidación en 2012 del patrón de participación electoral de 2008 ilustra el hecho de que el cambio demográfico en Estados Unidos va acompañado de un aumento de la participación de las minorías, especialmente entre la comunidad afro-americana y la hispana. En las elecciones del 6 de noviembre la suma de estas dos minorías representó el 28% del total de los votantes, aproximadamente igual a su peso demográfico. Los hispanos votaron en un 71% a favor del presidente (más que el 67% de 2008) y los afroamericanos en un 93% (un par de puntos menos que en 2008). De ahí que la abundante distancia que Romney obtuvo entre la población blanca (un 20% de diferencia) fuera insuficiente para atajar la diferencia del 24% que Obama logró entre las minorías. En este nuevo mapa de poco ha servido a Romney superar el apoyo de grupos demográficos tradicionales, que hasta ahora resultaban determinantes, como los hombres (cuatro puntos), los católicos blancos (siete puntos) y los judíos (nueve puntos).

El apoyo de estos grupos al Partido Demócrata se basa en una serie de principios comunes, aunque tremendamente difusos, pero, sobre todo, a una construcción a la contra, inicialmente frente a los gobiernos de George W. Bush y actualmente frente a los republicanos. El tono, conciliador y muchas veces poco consistente, se combina con una hostilidad cada vez mayor. En el caso de los hispanos, la retórica anti-inmigrante ha dejado una profunda huella. Entre las mujeres solteras, los comentarios agresivos de algunos candidatos republicanos sobre temas relacionados con el aborto también han resultado sumamente costosos. Muchos han apuntado a los jóvenes como una de las causas más importantes de este cambio. La generación de los nacidos entre 1980 y 1994, conecta especialmente con Barack Obama y salió a la calle masivamente para hacer campaña. Se trata de una generación más diversa, la más educada e interconectada de la historia y, según algunos, con mayor conciencia social.[7]

Todos comparten cierto aire de revancha al que han sabido incorporar a los más desfavorecidos económicamente. Comentarios como el de Romney acera del 47% no ayudan a mejorar la situación de los republicanos.[8] Juntos presentan a los republicanos como la última resistencia hacia la América de la igualdad y las minorías, donde el multiculturalismo y el relativismo se presentan como valores supremos. Su modelo es cada vez más manifiestamente el Estado de bienestar europeo, -indudablemente idealizado-, con el consiguiente incremento de la acción del gobierno en la economía, mayor participación ciudadana en la política y mayor integración social de los asuntos étnicos y raciales. Los debates sociales pierden peso en beneficio con los debates económicos, situando el referente para la identificación partidaria en los intentos por acabar por las desigualdades a través de la intervención estatal. Con esta perspectiva, la crisis se presenta como una gran oportunidad para consolidar una mayoría social estable.

Otro de los cambios llamativos ha sido el geográfico. En 2010, tras la renovación del censo que se renueva cada diez años, se modificó el número de votos electorales de una serie de Estados. El cambio aparentemente favorecía a los republicanos, que vieron cómo cuatro Estados en los que habían ganado en las últimas tres elecciones incrementaban el número de votos en el colegio electoral (Arizona +1, Georgia +1, South Carolina +1, Utah +1, Texas +4), mientras que sólo perdían en dos estados (Lousiana -1 y Missouri -1), al contrario que los demócratas que vieron como, con la excepción de Washington (+1) los votos de sus estados disminuyeron (Illinois −1, Massachusetts −1, Michigan −1, New Jersey −1, New York −2, Pennsylvania −1). Por otra parte, en los Estados que cambiaron el sentido de su voto en el curso de estas tres elecciones se produjo un equilibrio, mientras Florida ganó 2 y Nevada ganó 1, Iowa perdió 1 y Ohio 2.

Desde el punto de vista de los resultados electorales, se experimenta un cambio en los Estados situados al sur de las Montañas Rocosas (Colorado, Nevada, Nuevo México), que solían votar republicano hasta 2008 y ahora parecen ser inabordables para el GOP, con ventajas demócratas del más del 5%, causadas por el crecimiento de la población hispana en la región. Algo similar, aunque por motivos distintos, ocurre en Iowa y Virginia, que en 2008 votó a un demócrata, por primera vez desde 1964. Aunque más ajustado, es destacable también el cambio en Florida y Ohio que también han apoyado al candidato demócrata en 2008 y 2012, donde el peso de los jóvenes cubano americanos podría haber sido determinante.

Para hacer posible el establecimiento, y la posible consolidación de estas alianzas, junto al cambio demográfico y social, ha sido clave la irrupción de una nueva generación de tecnologías de la información, algo que como veíamos al principio suele ser un elemento presente en todos los cambios de periodos a los que nos referíamos anteriormente. Pese a que el Partido Republicano fue pionero en el uso de estas tecnologías en campaña electoral, con ejemplos como la recaudación online que John McCain realizó en las primarias del año 2000, o el manejo de la base de datos, clave en las elecciones de 2000 y 20004, el Partido Demócrata ha sido capaz de aprovechar a fondo las posibilidades de estas tecnologías yendo mucho más allá de la propaganda y poniéndolo al servicio de la organización electoral, tanto del partido como de la campaña, la movilización de voluntarios, y, sobre todo, la creación de grupos de apoyo que, gracias a las nuevas tecnologías, durante la legislatura se mantienen activos en apoyo de la agenda del Presidente.

Las perspectivas apuntan a que, de consolidar estos apoyos, la supremacía del Partido Demócrata durará muchos años. Si miramos los datos totales, veremos cómo el peso de estos grupos va en aumento. Hoy en día nacen más niños hispanos que blancos, y todos los meses 67.000 hispanos se convierten en votantes. Se calcula que en 2050 los hispanos serán mayoritarios en Estados Unidos.[9] Aunque no es descartable un cambio en la orientación electoral de grupos como jóvenes y latinos, como ya ocurriera con irlandeses o italianos llegados a Estados Unidos a principios del siglo XX, esta vez pensamos que su mentalidad, en temas como la sanidad, la educación gratuitas o el papel del Estado, es mucho más cercana a las posiciones demócratas que, por su parte, no tienen visos de cambiar.

 

Las políticas de la administración Obama. La nueva ciudadanía

Del análisis de las elecciones presidenciales de noviembre de 2012 se deduce que, se hable o no de “realineamiento”, Obama y su equipo han conseguido que los sectores que le votaron en 2008 empiecen a formar una coalición nueva en la historia de Estados Unidos. También territorialmente, la gran estrategia republicana iniciada en los años 60 y 70 está agotada.

Como es lógico, las políticas de este segundo mandato van a servir para consolidar esta coalición que en 2008 estaba iniciándose y que ahora parece ya formada. Tal como explicó el Presidente Obama en los primeros párrafos del discurso sobre el estado de la Unión, la reducción del déficit no es la prioridad de su administración. Obama aceptó la necesidad de un esfuerzo en este sentido, pero dejó claro que no será ese el objetivo que le marque el rumbo de su segunda y última legislatura. El objetivo clave sería una “economía en crecimiento que cree empleos de calidad, empleos propios de la clase media”. En el debate entre austeridad y medidas de crecimiento, la administración demócrata escogió su estrategia desde 2008. Como esta opción le ha proporcionado resultados aceptables –con un crecimiento del 2,3% en 2012 y una tasa de desempleo del 7,9% en enero de 2013- no parece probable que la vaya a abandonar.

En contra de lo que el discurso liberal conservador ha venido manteniendo tradicionalmente, el gobierno pasa a ser, si no toda la solución, sí al menos parte fundamental de esta.[10] La reforma sanitaria es uno de los grandes símbolos –y a la vez herramientas- de este compromiso. Con el resultado electoral de 2012, Obama sale lo bastante reforzado como para culminar una reforma que cambiará la sociedad norteamericana. No parece exagerado afirmar que dentro de unos años, cuando la casi totalidad de la población esté cubierta por un seguro, resultará difícil de entender la situación en la que se ha vivido hasta que entró en vigor la Health Care Act, en la que algo más del 16% de la población (en torno a los 50 millones de personas) de uno de los países más desarrollados y ricos del mundo carece de seguro sanitario (datos del U.S. Census Bureau). Con esta reforma, la administración Obama habrá acabado reforzando la clase media. Si todo sale según lo previsto, quedará atrás una sociedad más libre, pero también más desigual y más tensa.

El papel del gobierno y de los Estados aumentará con la inversión en reforma, modernización y construcción de nuevas infraestructuras, un campo en el que un país tan avanzado como Estados Unidos viene siendo deficitario desde hace mucho tiempo, con consecuencias directas en el desarrollo de grandes regiones y en el nivel de vida de la población. La energía marcará otra de estas grandes líneas de la nueva administración Obama. La economía y la autonomía energética de Estados Unidos le proporcionarán los argumentos necesarios para reconciliar las aspiraciones ecologistas y las posibilidades que plantean las nuevas tecnologías –en particular el “fracking” o fracturación hidráulica-, así como para continuar la explotación de recursos energéticos más tradicionales en Norteamérica. En otro orden de cosas, el gobierno está dispuesto a tomar la iniciativa para agilizar el crédito, desatascar definitivamente el mercado de la vivienda y facilitar el acceso a la vivienda.

El gobierno ya ha tomado la iniciativa en cuanto a la subida del salario mínimo hasta los nueve dólares la hora, un gesto destinado a los jóvenes y, según explica la administración, a ayudar a salir de la pobreza a millones de familias. El argumento utilizado es que la subida del salario mínimo aumenta el empleo.[11] Va a hacer un esfuerzo en educación, abriendo un terreno hasta ahora casi inédito en Estados Unidos, como es la escolarización de niños menores de seis años, en la que el Estado se compromete a ayudar a las “familias de clase media”. También se prevén reformas en la enseñanza media, en línea con la Formación Profesional alemana, y en la superior, para facilitar el acceso a la universidad.

Obama insiste también en la necesidad de abordar el problema de la violencia, para lo que prevé necesario cambiar la actual permisividad. Los obstáculos son muy grandes –desde el propio texto constitucional hasta la cantidad de armas en posesión de los norteamericanos-, pero las recientes matanzas, que contrastan con la caída de la violencia en Estados Unidos, proporcionan un argumento difícil de rebatir. Uno de los puntos centrales de la política norteamericana en los próximos meses será la legalización de los once millones de inmigrantes ilegales que pueblan Estados Unidos, en su mayoría de origen latinoamericano, en nombre de la justicia y de la equidad. La opinión pública ha cambiado en los últimos años, y es de esperar que tan sólo se discutirá la forma en la que la legalización se llevará a cabo.[12]

Se ha hablado mucho, y con razón, de la nueva Norteamérica de las minorías a la que Obama está dando carta de naturaleza. No se trata sólo de una cuestión estadística, la misma que lleva a constatar que la población blanca está a punto de convertirse en una minoría más, aunque sea la “minoría mayoritaria”, en la sociedad norteamericana. Se trata sobre todo de un nuevo planteamiento, que conduce a la sustitución de lo que hasta aquí había funcionado si no como modelo, sí al menos como pauta. La afirmación de que la normalidad no existe porque todos somos, en una medida u otra, minoritarios, se empezó a abrir paso en los años sesenta y setenta como un elemento corrosivo, al tiempo que emancipador. Mientras este paradigma fue percibido como un elemento “contracultural”, de oposición a la cohesión de la sociedad norteamericana, esta nueva forma de definir la naturaleza de la sociedad constituyó un obstáculo para los demócratas, que, en parte y como ya hemos dicho, hicieron de ella un instrumento para alcanzar cuotas de poder dentro del campo demócrata.

Obama ha logrado invertir la situación. Evidentemente, no va a dejar de lado las políticas de identidad, aunque si se quedara en eso, es posible que los demócratas continuaran en una guerrilla de oposición. Lo importante es que ha conseguido enraizar el discurso identitario en una nueva reivindicación de la ciudadanía, de matices vagamente republicanos, que insiste en la responsabilidad de todos hacia el bien común, en el compromiso, en la participación.[13] El yo característico del discurso minoritario se ha convertido naturalmente en un nosotros: el mismo que abre la Constitución norteamericana. De rechazo, el gobierno deja de ser solamente la garantía de las reglas de juego –en el mejor de los casos- o, en el peor, un elemento del que desconfiar. Al contrario, se carga de contenido moral y se convierte en el espacio por naturaleza de lo público. La diversidad, lo que hasta ahora era subversivo e inquietante para una parte muy amplia de la sociedad, ha pasado a ser la garantía misma de la cohesión social. Lo que resultaba radical es ahora moderado, e incluso adopta algunos matices conservadores. De hecho, se identifica con la posición de centro.[14]

Se comprende también la posición estratégica que ha ocupado un asunto, en apariencia marginal, como es el matrimonio entre personas del mismo sexo. Constituye el signo inmediatamente comprensible de que las aspiraciones de quienes componen la nueva sociedad no van hacia la disolución del lazo social, sino a su reforzamiento. Y a la inversa: quienes pretenden limitar el matrimonio a los heterosexuales de distinto sexo aparecen, y aparecerán cada vez más a partir de ahora, como aquellos que se oponen a la auténtica estabilidad de la sociedad, basada en la “democratización”, por así decirlo, de la institución social básica que es la familia.

Obama ya había conseguido desactivar y darle la vuelta a otro de los grandes obstáculos con el que habían tropezado los demócratas, como era su identificación con actitudes críticas con la religión, en línea con las posiciones alternativas que dividían al propio partido desde finales de los años 60. El hecho era tanto más paradójico cuanto que Carter y Clinton, los dos únicos demócratas que han precedido a Obama en la Casa Blanca desde 1968, son personas de profunda vivencia religiosa. Eso no podía evitar, sin embargo, que la posición de su partido fuera percibida como contraria a la propia identidad de la cultura norteamericana, en la que la religión ocupa un papel central.

Obama, una figura con una evidente significación mesiánica por su carácter de primer presidente negro, consiguió revertir la tendencia al colocar el acento, no en la secularización –frente a religiosidad- sino en el pluralismo como la forma genuinamente norteamericana de vivir la religión en el espacio público. Habiendo realizado este gesto, quedan anuladas las contradicciones. Los “agnósticos” o los “no creyentes” se integran también en la raíz de la sociedad norteamericana y en su propia identidad como sociedad en contacto con la trascendencia. Pasan a ser una faceta más de unos Estados Unidos a los que, en cierto sentido, Dios ha bendecido con el don de la diversidad. A partir de ahí, ninguna referencia a la religión está de más. Al revés. Lincoln, más allá de su papel en el cierre de la imperdonable herida del racismo, recobra desde aquí su auténtica dimensión profética.

El punto más enigmático de este cambio es el de su repercusión en la naturaleza misma de la “cosa pública” en Estados Unidos. Tocqueville se preguntó en su día dónde estaba el Estado en aquella sociedad nueva, íntegramente democrática. El Estado, efectivamente, no aparecía, o no aparecía al menos tal como Tocqueville, y nosotros mucho después de él, lo conocemos. Existe el gobierno, claro está, y las agencias gubernamentales. Todas han ido creciendo en el siglo XX: las incrementó el New Deal de Roosevelt y la Gran Sociedad de Johnson. Nunca han sido recortadas. Aun así, no ha existido, ni siquiera después de la puesta en marcha de estos grandes programas intervencionistas, una entidad de orden metafísico, tanto como político, que resuma en sí misma la unidad y la coherencia de una sociedad que, sin él, correría el riesgo de deshacerse en la anomia. Está por ver si la nueva ciudadanía propuesta por Obama y respaldada por el voto (y la adhesión) mayoritaria de los norteamericanos cambia esta realidad. De ser así, es probable que cualquier otro cambio de los que hemos visto en estos años quede en segundo plano.

 

El programa republicano

La estrategia de la nueva ciudadanía, tal como quedó expuesta en el discurso del juramento de la Presidencia en enero de 2013 con el recurso algo más que retórico al “We the People” que abre el texto de la Constitución norteamericana, es también un instrumento político de acoso al Partido Republicano. Obama es un presidente activista, como lo es todo su equipo y su administración al completo. Lo es hasta el punto de que, sin necesidad de hacerlo explícito, su estrategia y su posición –la agenda, el “frame”– constituyen un cuestionamiento sistemático de las posiciones ideológicas y políticas del republicanismo. (Una de las consecuencias de esta actitud es sacar de quicio, literalmente, a sus oponentes: véase el Tea Party.)

Todos los puntos del programa tal como lo fue exponiendo en la campaña electoral y, muy en particular, en la segunda parte del discurso sobre el estado de la Unión, tienen un reverso automático: ahorro e independencia energética frente a despilfarro y dependencia del exterior; mejora y ampliación de las infraestructuras frente a dejadez e incuria; calidad educativa e integración frente a abandono y consolidación de ghettos; innovación frente a arcaísmo; pluralismo y tolerancia frente a intransigencia; igualdad frente a privilegios; solidaridad frente a individualismo; igualdad y “fairness” frente a egoísmo…

El acorde triunfal llega cuando Obama consigue enraizar todos estos conceptos positivos en su visión de la identidad norteamericana. Así como los Estados Unidos de Obama son una potencia benévola, dispuesta al diálogo y ajena a cualquier pulsión belicista (como es natural, los recortes en Defensa van a alcanzar una dimensión histórica), también responden mucho mejor que cualquier otra definición a la auténtica naturaleza de Estados Unidos. Obama, otra vez sin necesidad de hacerlo explicito, diseña una potencia distinta, que responde más que nunca a su propio ser. La famosa “excepcionalidad” norteamericana se ha mudado de bando. La primera campaña electoral de Obama sugirió que Estados Unidos debería convertirse en un país normal. Obama no se va a limitar a eso. Está consiguiendo que Estados Unidos pase a ser el paradigma de la nueva normalidad, una normalidad sin hegemonías. Desde esta perspectiva, las expresiones que equiparan los Estados Unidos de Obama a una (pionera) sociedad post racial y post partidista merecen una especial atención. Es a partir de ahí desde donde Obama concibe un nuevo consenso: la coalición que le apoya –a diferencia de la que ocurría con la de Clinton, en la que los blancos seguían siendo centrales- le permite una actitud más agresiva.

En el campo republicano ya están notando los efectos de esta estrategia. El rebrote del republicanismo protagonizado en 2010 no ha conseguido crear un movimiento lo bastante sólido como para contrapesarla, más bien al revés. La candidatura Romney-Ryan puso todo el acento en la economía, cuando lo que estaba en juego en las elecciones presidenciales de 2012 era algo más: diferentes instrumentos para conseguir la recuperación económica, pero también, y sobre todo, la redefinición de la identidad y de la sociedad norteamericana. Tras la toma de posesión y el discurso sobre el Estado de la Unión, ya han empezado los movimientos. Algunos gobernadores republicanos empiezan a aceptar la reforma sanitaria,[[15] otros notables del republicanismo se han manifestado a favor del matrimonio entre personas del mismo sexo[[16] y buena parte del partido, e incluso de la opinión liberal conservadora, ha decidido dejar de lado la oposición frontal a la legalización de los inmigrantes sin papeles (algo, por cierto, que Reagan llevó a cabo por iniciativa propia en 1986). [[17]

De haber cometido menos errores, es posible que los republicanos hubieran conseguido, al menos, retrasar la oleada de cambio encabezada por Obama. Ahora la situación se plantea con toda crudeza. Los republicanos y la opinión liberal conservadora se enfrentan a la necesidad de responder con sus propias propuestas a una estrategia que desbarata las posiciones que habían mantenido desde los años 70 hasta hace poco tiempo y las identifica con un mundo pretérito, caracterizado por la discriminación, la injusticia y el egoísmo, el mismo mundo que condujo a la crisis financiera y económica. Obama no es el primer presidente populista de Estados Unidos, pero por primera vez ha conseguido dar verosimilitud a una actitud de sospecha generalizada hacia quienes destacan: por primera vez en Estados Unidos, las actitudes socialistas no andan lejos. Para una renovación del discurso y las actitudes liberal conservadoras en Estados Unidos, es posible que no baste con rectificar los errores y reintegrar el gran tema de las minorías en la argumentación clásica. Seguramente será necesario recomponer esta y someter los principios esenciales, -que no tienen por qué haber caducado-, a un nuevo cuestionamiento que les lleve a tener en cuenta los retos culturales y políticos que le plantean la nueva actitud demócrata o, como gustan de decir los partidarios de Obama, la actitud progresista.

Esta actitud idealiza el Estado de bienestar europeo, tomado como modelo en el momento preciso en el que las sociedades europeas están comprobando que es insostenible. Ni la “fairness” ni la apelación a la justicia, por otro lado, garantizan el crecimiento económico del 3 o el 4% que la economía norteamericana necesita para pagar los compromisos sociales y económicos de su Presidente. Por eso, es probable que el intervencionismo de la administración Obama acabe deteriorando la economía: la deuda se puede disparar (más aún). El activismo gubernamental, así como las rigideces y las regulaciones introducidas dificultarán también la recuperación: habrá que subir los impuestos (y no sólo a “los más ricos”). Aun así, aunque sea por su especial flexibilidad y por el papel que ocupa en la economía mundial, la economía norteamericana, que ha ido sorteando la crisis desde 2007, puede seguir haciéndolo a partir de aquí. Incluso en el peor de los casos, como es una vuelta a la depresión, hay que tener en cuenta que difícilmente el electorado norteamericano respaldará a quien no sea capaz de ofrecerle un proyecto atractivo, basado en el optimismo y en la fe en la capacidad del ser humano para superarse y conseguir sus objetivos mediante el trabajo constante y honrado. Desde esta perspectiva, los liberales y conservadores norteamericanos se enfrentan a un reto que no conocían desde hace cuarenta años.

 

Bibliografía

Armstron, Jerome y Moulitsas, Markos Crashing the Gate. Chelsea Green, Vermont, 2006.

Graff, Garrett M. The First Campaign. Globalization, the Web and the Race for the White House. Farrar, Straus and Giroux, New York, 2007

Key, V.O. “A Theory of Critical Elections”. Journal of Politics 17. 1955

Marco, José María. La nueva revolución americana. Ciudadela, Madrid, 2007.

Micklethwait, John y Wooldridge, Adrian. The Right Nation. A Study of Conservatism in America, Penguin Books. New York, 2004.

McAuliffe, Terry. What a party!! Thomas Dunne Books, New York, 2007.

Norquist, Grover G. Leave us alone. Morrow, New York, 2008.

Rubio, Rafael, “Quiero ser como Obama”, Cuadernos de pensamiento politico, 21. Madrid, 2009

Schlesinger, A.M New Viewpoints in American History. New York: Macmillan. 1922.

Trippi, Joe. The Revolution will not be televised. Democracy, the Internet, and the Overthrow of Everything. HarperCollins, New York, 2004.

Winograd, Morley y Hais, Michael D. Millennial Makeover. Rutgers University Press,New Jersey, 2008.

 

[1] Un resumen de cómo Obama fue capaz de poner las reformas de la estructura del Partido Demócrata al servicio de la campaña se encuentra en Rubio, 2009.

[2] Los datos de 2008 provienen de la encuesta CNN/Mitofsky/ Edison, los de 2012 se han obtenido de la encuesta realizada por Democracy Corps and Greenberg Quinlan Rosner entre 1,001 votantes.  La encuesta fue realizada entre el 5 y el 7 de noviembre y presenta un margen de error +/- 3.10 puntos. Los datos coinciden con otras encuestas publicadas posteriormente como la de Edison Research of Somerville, N.J., for the National Election Pool, a consortium of ABC News, Associated Press, CBS News, CNN, Fox News, y NBC News.

[3] La generación del Milenio (18-29) supuso un porcentaje mayor que en 2008 de los votantes (18-19). Aunque su voto sigue favoreciendo a Obama, la distancia ha pasado de 34 (66-32) a 22 puntos (60-38) porcentuales. Además los votantes blancos por debajo de los 30 años prefirieron a Romney (52-44).  Un cambio considerable respect a 2008 donde Obama logró entre estos votantes el 54% de los votos frente al 44% de McCain.

[4] Con un peso muy similar entre los votantes (10-11). En 2012 el número de votos de Barack Obama en este grupo se incrementó en 850.000, experimentando porcentualmente un aumento de seis puntos pasando de 36 (67-31) a 42 (71-29).

[5] En 2012 constituían el 23% del censo electoral, frente al 20% de 2008. El 67% apoyó a Obama frente al 33% que lo hizo con Romney, descendiendo un poco la distancia respecto a los 40 puntos de diferencia de 2008 (70-30).

[6] El Pew Forum on Religion and Public Life, señala como el 74% de los católicos norteamericanos apoya la anticoncepción y el 58% el aborto. Citado por Uria, Ignacio, “Las inmensas minorías”, Nuestro Tiempo, 11-12, 2012 Págs. 30-31.

[7] Entre 2000 y 2006 se triplicaron los candidatos para un programa social como Teach for America; algo similar sucedió con los Peace Corps que alcanzó su cifra más alta en 30 años. (M. Graff, 2007:12)

[8] En una reunión interna, Romney habló del 47% de la población que depende del gobierno y votaría a Obama. Ver http://www.youtube.com/watch?v=M2gvY2wqI7M.

[9] El apoyo de Obama entre estos grupos ha disminuido levemente de 69-30 en 2008 a 67-32 en 2012, pero la diferencia sigue siendo muy grande.

[10] Para estos puntos programáticos, ver la segunda parte del “State of the Union Address”, 12-02-13.

[11] Paul Krugman, “Raise That Wage”, The New York Times, 15-02-13. http://www.nytimes.com/2013/02/18/opinion/krugman-raise-that-wage.html?_r=0. Para el conjunto del debate, “Bid on Minimum Wage Revives Issue That Has Divided Economists”, The Wall Street Journal, 12-02-13, http://professional.wsj.com/article/SB10001424127887323511804578300702588937498.html?mg=reno64-wsj.

[12] Laura Meckler, “The GOP’s Immigration Dilemma”, The Wall Street Journal, 24-02-2013, http://professional.wsj.com/article/SB10001424127887323864304578316162381248872.html?mg=reno64-wsj.

[13] George Lakoff, “How the State of the Union Worked”, Huffington Post, http://www.huffingtonpost.com/george-lakoff/how-the-state-of-the-unio_b_2693810.html

[14] Según Lakoff, “77 percent of listeners approved of the speech, 53 percent strongly positive and 24 percent somewhat positive, with only 22 percent negative. When that deep progressive frame is understood and accepted by a 77 percent margin, the president has begun to move America toward a progressive moral vision”. Ibid.

[15] “The GOP’s ObamaCare Flippers”, The Wall Street Journal, 04-02-2013. http://professional.wsj.com/article/SB10001424127887324539304578261814186243452.html?mg=reno64-wsj

 

[16] Sheryl Gay Stolberg, “Republicans Sign Brief in Support of Gay marriage”, The New York Times, 25-02-13. http://www.nytimes.com/2013/02/26/us/politics/prominent-republicans-sign-brief-in-support-of-gay-marriage.html?nl=todaysheadlines&emc=edit_th_20130226.

[17] Charles Krauthammer, “Immigration – the lesser of two evils”, The Washington Post, 22-02-2013, http://articles.washingtonpost.com/2013-02-21/opinions/37222141_1_legal-status-immigration-bill-lawful-prospective-immigrant