La Marseillaise

La Marsellesa la compuso el militar Rouget de Lisle en julio de 1792, poco después de que Francia declarara la guerra a Austria. El nombre se debe a los voluntarios marselleses de la Guardia Nacional, que la cantaban cuando entraron triunfantes en París.

 

Canto patriótico y de guerra, llama al derramamiento de la sangre de aquellos que vienen a invadir a Francia: sangre impura que fecundará los surcos de la tierra francesa. A finales del siglo pasado, la claridad de las imágenes llevó a pensar en un cambio en la letra. El proyecto no tuvo éxito, aunque el gusto actual por el eufemismo ha conseguido que el sentido, bien explícito, casi caiga en el olvido.

Nada tuvo de extraño que se pusieran a cantarlo los espectadores que salían del Estado de Francia después del partido amistoso entre la selección de fútbol francesa y la alemana, tras conocerse lo ocurrido en París, y en las cercanías del mismo estadio, esa noche.

Cobraría un sentido fiel al original si de aquí a un tiempo el ejército francés –no forzosamente en solitario- llegara a Siria dispuesto a acabar con la matanza y apoyar a un gobierno capaz de preservar un orden mínimamente civilizado. En las actuales circunstancias, y en vista de la ola de buenos sentimientos y de buena conciencia que va a barrer Europa en los próximos días, La Marsellesa va a sonar extraña.

Cierto que es en esencia un himno defensivo. No atacamos si no nos atacan antes. También lo es que promete una respuesta implacable, a tono con sus acordes marciales.

La Marsellesa no fue la única marcha que aspiró al honor de convertirse en el himno de Francia. Hubo otra, muy popular en la época y hoy olvidada, El despertar del pueblo, que llamaba a los franceses a levantarse contra el terror revolucionario.