Miguel Ángel Quintanilla sobre «Una historia patrótica de España»

Cuadernos de Pensamiento Político, nº 33, enero-marzo 2012

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Afirma José María Marco: “Los españoles culminaban una empresa de ocho siglos, completamente utópica cuando arrancó. España volvía a ser íntegramente Europea y occidental. Había sido su voluntad y su elección.” (p.162). Y también: “El motivo de la curiosidad de los europeos es que nuestros antepasados querían recomponer el hilo que los unía a la cultura griega.” (p.163); “El siglo XI y el principio del XII vienen a ser en Europa como un segundo renacimiento, después del carolingio del siglo IX. Como una prueba de la voluntad de continuidad de la cultura europea, entonces se pusieron las bases de otro renacimiento en el que se crearon y se consolidaron algunas de las grandes instituciones occidentales.” (p.168); “A los conquistadores, a los pobladores y a los primeros frailes les gustaba España, y querían verla crecer al otro lado del Atlántico. Como es natural, crearon algo distinto, pero español en su raíz. Ese resultado era inconcebible sin la voluntad de recrear allí una nueva España y anclar un continente entero en Occidente.” (p.238); “En las familias, entre los amigos, en el trabajo, los españoles se enfrentaron al dilema de vivir en perpetua guerra civil o perdonar. Eligieron el perdón.” (p.556) Las cursivas no se encuentran en el original. Sin embargo, creo que ayudan a comprender una de las dos claves esenciales de la magna obra que José María Marco ha escrito con el título de Una historia patriótica de España.

 

Esa primera clave se encuentra, a mi juicio, en la idea de que la historia de España es el resultado de empeños, de elecciones, de decisiones. Es decir, de personas, que son las que se empeñan, eligen y deciden. Empeños que habitualmente han tenido una razón moral. España ha existido en la medida en que los españoles han querido hacerla existir, rescatarla cuando estaba perdida, darle continuidad y legarla como algo valioso, que no es lo mismo que útil. La historia de España no es sólo la obra de quienes miraron adelante, pero si es “historia”, una forma de vida en común extensa en el tiempo que se pueda relatar, es por quienes miraron adelante. Para dejar atrás y para llevar consigo, para no ser y para ser. Sólo se comprende esa historia si se mira como ellos la miraron cuando la estaban haciendo, y porque, pese a todo, la voluntad de continuidad se ha sobrepuesto en cada caso a las voluntades de disolución, que son también historia de España.

Lo que cuenta Marco es lo que los españoles han hecho para seguir teniendo historia. Es, obviamente, toda una impugnación a cualquier tentación historicista: no hay necrolatrías, no hay una España necesaria, no hay una España eterna; no hay una esencia española que haya permanecido inmutable a lo largo de los tiempos y en la que se pueda descansar de la responsabilidad de seguir dando existencia a España, si se quiere que la tenga. Hay, sencillamente, españoles con voluntad de continuar siéndolo a su modo, personas que “abrazan su circunstancia y la salvan”. Marco dignifica lo ordinario, lo sencillo, lo que está ahí mismo, lo que todos podemos ser. Muestra una clara incomodidad ante la historia como colección de hechos excepcionales, y también ante lo exquisito, ante lo supuestamente sofisticado, ante lo snob y la elite. No hay mitos nacionales. La suya es una historia popular y creo que, en un sentido no confesional, profundamente católica.

La segunda clave esencial de la obra de José María Marco se halla, en mi opinión, en lo siguiente. No sólo escribe una historia patriótica en el sentido de que cuente el patriotismo de otros, lo hace también en el sentido de que él mismo desarrolla con su libro un ejercicio de patriotismo. Es decir, un empeño personal a favor de España. Escribe la historia del patriotismo, pero al hacerlo afirma su propia voluntad de sumarse a ese esfuerzo de siglos, con humildad y mediante una elección consciente. Porque la forma en que Marco cree que se debe actuar ahora, a la altura de 2011, para salvar su propia circunstancia histórica –la de todos nosotros- es ejecutar un inmenso acto de hermanamiento y de perdón hacia todos cuantos han formado parte de la historia de España, que es lo que hace en su libro. Con ello pretende conjurar un peligro cierto de fractura nacional, de pérdida de los lazos de fraternidad o familiares, de polarización e incluso de odio entre españoles. Eso es lo que nos amenaza y contra eso decide actuar. Todo este libro está maravillosamente escrito -José María Marco escribe muy bien-, pero los capítulos finales alcanzan una densidad moral y una “amabilidad” excepcionales al relatar nuestra Transición y la elaboración de nuestra Constitución de 1978, e incluso las legislaturas transcurridas desde entonces. Marco ha afirmado haber pensado en escribir esta obra hacia 2005. Por entonces, como muchos, quizás creyó por un instante que lo que exigía el patriotismo era tomar partido y elegir bando frente a quien fuera. Pero, quizás, él, como muy pocos, supo que eso condenaba a su patria, supo que eso significaba la quiebra de la nación. Y, por tanto, supo que no era eso lo que debía hacer. En su lugar decidió escribir durante años hasta completar Una historia patriótica de España. Ser patriota español no es buscar enemigos que por contraste realcen el compromiso propio, es actuar inteligentemente para que España sea el país que queremos que sea, y pueda serlo para todos. Es tener voluntad de recomponer “el hilo que nos une”, un esfuerzo por hacer que los lazos no se rompan.

A izquierda o a derecha, Marco se ha propuesto responder a cada historia de partido y bandería con un abrazo. Y lo consigue. No secciona la historia, no disfraza lo que no encaja ni maquilla nada, la acepta tal cual es. No necesita que sus compatriotas piensen como él para quererlos. Al contrario, puesto que en ocasiones no puede comprenderlos sólo puede mantenerse junto a ellos por afecto. Se impone la obligación de quererlos como españoles, de reconocerles siempre esa condición y de reservarles su sitio en la mesa común. Aunque no quieran. Y si dan un paso más allá, él lo da también, y redefine la anchura nacional para que sigan cabiendo. Porque esa es la verdad de la historia de España.

Si patriotismo es el amor a la realidad de nuestro país, eso significa amar también los errores, las miserias, los fracasos e, incluso, la maldad. La patria de la que habla Marco es una patria real, completa, con sus luces y sus sombras. Es lo que somos. Sólo así es posible amar humanamente, también amar al propio país, si se acepta amar todo lo que quisiéramos no ser o no haber sido. No busca una España perfecta, no la pretende. ¿Qué virtud habría en amar una patria perfecta? La virtud está en amar la imperfección y buscar la perfección. Si el patriotismo ha de ser virtud, y lo es, ello implica sacrificio.

No abronca a los muertos, no los exhuma para hacer sobre ellos juicio alguno. Para él los cementerios son realmente campos santos. Hace una lectura bondadosa de nuestra historia, pero absolutamente verdadera. No es bondadosa porque oculte el mal sino porque lo perdona. No es tolerante ni distraído en la asignación de responsabilidades sino compasivo. Lo que parece proponernos, por tanto, es algo simple de comprender pero difícil, casi un programa de vida. Si queremos hacernos cargo de nuestra historia, de toda ella, debemos respetar dos virtudes: un compromiso radical con la verdad y un compromiso radical con la humanización de la verdad.

Lo que dice Marco sobre nuestra historia hace comprensible nuestro éxito constitucional y democrático. Si nuestra historia ha podido llegar a ser la de una nación que ordena su convivencia como lo hace, si pese a todo seguimos juntos y seguimos bien, entonces es que tiene razón: “Nuestra democracia es la culminación de una historia de siglos en los que nuestros compatriotas se esforzaron por dar a nuestra patria lo mejor de sí mismos. España es ese esfuerzo, continuado durante miles de años, un tesoro inagotable de generosidad, ambición, carácter y sacrificio, un tesoro inagotable y sagrado.” (p. 614)

Esa sacralidad, ¿en qué consiste? España está “consagrada”. Consagrada a los que vendrán y a la memoria de quienes la han hecho llegar hasta nosotros. Aquí sagrado se opone a lo que exige el nacionalismo de “su” nación tribal. La patria española es la manifestación de la amplitud semántica de la palabra humano, las expresiones de humanidad –o inhumanidad- que han tenido lugar unas junto a otras a lo largo de los siglos entre españoles. Y el patriotismo es un hermanamiento personal con ese insondable caudal de humanidad, de experiencias y memorias. Eso es sagrado porque la vida humana lo es. Este patriotismo es “un grado supremo de civilización” (p. 607) no de tribalización.

Por un instante, el discurso sobre la nación que expone Marco muy al final puede confundir a quien lea sin estar avisado de que el autor no pretende de esa palabra una resonancia constitucional o institucional, no se mueve en el territorio de la teoría del Estado, sino más bien en el territorio de las almas de los hombres. Nación de naciones no es aquí más que suma de afectos.

Al escribir este libro José María Marco quizás quisiera estar incorporándose a la infinita sucesión de pequeños actos cotidianos con los que se ha hecho España, tan sencillos como la aguadora de Goya que ilustra la portada –que no está ahí por casualidad. Pero en realidad ha logrado un hito cultural y moral. Ha logrado una obra ejemplar que es una proyección de sí mismo, de quien ha elegido ser, para poder servir a su patria como mejor sabe hacerlo. Con lo que ha escrito quizás quisiera poder ser uno más entre muchos. En realidad, lo distingue como uno entre muchos.