A vueltas con el relato nacional

José Varela Ortega. España, Un relato de grandeza y odio. Barcelona, Planeta, 2019, 1087 págs.

Los españoles, al menos las clases pensantes y progresistas, que son las que dan el tono al resto, suelen andar preocupados por lo que en los demás países se piensa de ellos. Les pasa algo parecido a los rusos, aunque los rusos no suelen aceptan una mala opinión de los demás y la combaten con empeño. Aquí ocurre algo muy distinto. Hasta hace muy poco tiempo, la opinión ajena triunfaba sobre todo si no era positiva. Aún más, siempre pensamos peor de nosotros mismos que los demás, y siempre pensamos que los demás tienen una peor opinión de nosotros que la que de verdad tienen. Lo han demostrado una y otra vez los estudios sobre la imagen de España realizados por el Real Instituto Elcano.

En parte, ese uno de los temas del último libro publicado por el profesor José Varela Ortega, buen conocedor de la España de la Restauración, y titulado “España. Un relato de grandeza y odio”. Es un trabajo monumental, de ambición enciclopédica y erudición exuberante y barroca, como los incisos y los paréntesis que dificultan un poco la amenidad de la lectura. (Comentario aparte merecen las citas y las expresiones en francés: apenas hay alguna libre de su correspondiente errata.)

El repaso por la imagen de España se inicia en el período comprendido entre el final del siglo XV y el del siglo XVII: dos siglos en los que, con los Reyes Católicos y luego bajo la dinastía Habsburgo, los españoles cierran el ciclo de la Reconquista, crean la historia europea y dan forma a un sistema político global, reflejo a su vez de un mundo de verdad, y por primera vez, globalizado. Es la etapa de lo que en el libro se llama el “español militante”, que tendrá su contrapartida en la Leyenda Negra, de la que tanto se ha hablado en los últimos tiempos. A diferencia de lo que vino luego, el “español militante” no se tomaba en serio esta propaganda, aunque a veces se esforzó por desmentirla y otras –como es el caso de Antonio Pérez y Fray Bartolomé de las Casas- contribuyó a crearla.

Viene luego el siglo XVIII, en el que la imagen de España cambia y en vez del “español militante” se impone, gracias a la ofensiva propagandística y crítica de los ilustrados, la del “español indolente”, ajeno a la modernidad, indiferente a los progresos de la razón y la ciencia. En el siglo XIX, cambia la valoración. Después de la Guerra de Independencia –muy bien analizada en el estudio- surge otra vez la imagen de un español (o mejor dicho, de un pueblo español) militante, rebelde a las imposiciones de fuera, incluidas las que traían el racionalismo y la cultura europea. Una imagen romántica y exótica de España, sintetizada en las leyendas sobre el bandolerismo, los tópicos taurinos y el estereotipo de Carmen, la femme fatale que triunfa sobre la de la esposa abnegada y republicana que retrató Beethoven en Leonora, la protagonista de otra ópera, en este caso Fidelio.

En la última parte del siglo XIX, esta valoración positiva se cobra su precio, y a qué coste… Lo que era vitalidad, rebeldía y autenticidad se convierte otra vez en apatía, ahora ya con matices de decadencia e incluso de degeneración, en parte en relación con la derrota del año 1898. Bien es verdad que sobrevive la visión romántica, como se comprueba cuando llegue la Guerra Civil y España se convierta en el escenario mítico de la lucha entre democracia y fascismo, una operación de propaganda que, como ha subrayado Stanley G. Payne, ha sobrevivido, asombrosamente, a las muchas fantasías políticas del siglo XX.

Varela Ortega no se interesa por la forma en la que esta imagen de España, en particular la finisecular, pasa a ser el material del que se alimenta la ideología nacionalista, en particular de los franceses, por ejemplo en Maurice Barrès, tan leído en España. Lo que parece atraso es, en realidad, participación en una de las corrientes ideológicas más importantes del siglo XX. Al hacerlo así, Varela Ortega soslaya también la pregunta –auténtico agujero negro de la historiografía española- de la causa y el significado de la imagen negativa que los españoles tienen de sí mismos, más allá de la hipótesis, demasiado sencilla, de la supuesta vigencia de la Leyenda Negra. Tampoco resulta muy convincente el “relato” de la España normal o normalizada, tan propio de las elites de los años 80 y 90, después de la reinstauración de la democracia y la integración en la futura Unión Europea. Se entendió en su momento, aunque contribuyó a dejar sin abordar muchas cosas –entre ellas el nacionalismo, precisamente.

En cualquier caso, el estudio de José Varela Ortega es tan amplio y toca tantos asuntos (desde la pintura a la religión, pasando por el comercio y las formas políticas), que sería injusto pedirle más. Destacan, como ya ha quedado dicho, los capítulos dedicados a la Guerra de la Independencia, escenario del que surge una imagen de España que muchos siguen empeñados en destruir. También resultan fascinantes los de la conquista de América, con toda su grandeza, su belleza y también los desastres que trajo consigo. Una obra oportuna en un momento en el que la imagen y el “relato” español están más presentes que nunca en el debate público.

La Razón, 17-09-19