La Navidad, contra la indiferencia

Isaías (65, 25) dice que llegará el día en que el lobo y el cordero pastarán juntos y en que el león, como el buey, comerá paja. Para los cristianos, ese día llegó con el nacimiento de Cristo en un pequeño pueblo cerca de Jerusalén. Ni que decir tiene que no por ello reina la paz desde entonces. Para más paradoja, no podemos dejar de recordar, al tiempo que celebramos lo ocurrido aquel día, en la muerte que le estaba reservada a aquel niño y a sus seguidores: el día 26 la Iglesia celebra la memoria de san Esteban, el primer mártir cristiano, lapidado, mientras la cara se le iluminaba como la de un ángel, luego de contar a sus verdugos, una vez más, la historia trágica del pueblo de Israel.

Desde el principio, el significado de las fiestas de la Natividad combina la pureza infinita de la llegada al mundo de quien es capaz de perdonarlo todo, el inocente absoluto, con el del sufrimiento que le estaba reservado. Y sin embargo, los cristianos consideramos que la profecía de Isaías se cumple en ese mismo instante, como a partir de ahí se fueron cumpliendo otras muchas de las formuladas en las Escrituras judías, que pasan a ser también las de la nueva religión.

De lo que nos habla Isaías no es por tanto de la realización de una utopía de felicidad, ajena al designio divino que nos hizo limitados y libres. Lo que plantea, tal como la comprendemos desde los Evangelios, es una nueva realidad: la vida santa, porque santificada queda la vida del ser humano desde el mismo momento de la Encarnación, tal y como muestran los hechos ocurridos en torno al nacimiento de Dios hecho hombre.

Jesús mismo formulará la posibilidad de una vida santa… sin manual de instrucciones, como todas sus enseñanzas. Pero es que su encarnación, su inaudita irrupción en la historia de los seres humanos, ha abierto un mundo nuevo. Un mundo en el que las leyes de la naturaleza y las leyes y los actos de los seres humanos, tan difíciles de entender, tan dolorosos tantas veces, quedan iluminados desde dentro por la misericordia y el amor del Señor. Sin salir de este mundo, desde entonces vivimos también en el Reino de Dios, el que anunció el profeta.

Y en ese Reino, que convive con el de este mundo no siendo el mismo, están también todos los que en este año trágico nos han dejado, como están los que nos habían dejado antes, aquellos cuyo recuerdo hace de estas fechas algo cada vez más doloroso a medida que van pasando los años, sin que eso empañe la alegría de la celebración. Este año el desconsuelo será mayor porque son muchos los que tienen la seguridad de que no se hizo todo lo posible por salvarlos. Cuántos inocentes habrán perdido la vida por la incompetencia, el sectarismo, la indiferencia de los gobernantes… Será un acicate más para perdonar y cumplir, siguiendo su palabra y su ejemplo, lo que la llegada del Señor nos sigue enseñando.

La Razón, 23-12-20

Ilustración: Annibale Carracci, Madonna del silenzio.