La España católica

Los días de Navidad no han perdido para los creyentes su carácter religioso, y sin embargo la festividad la celebra todo el mundo, cristiano o no cristiano, con un despliegue arrollador de festejos y compras que aunque poco o nada tienen que ver con su significado primero, no dejan de estar relacionados con la idea de la Natividad. No ocurre lo mismo con la Semana Santa, como apuntaba hace poco un jesuita en un artículo publicado en un periódico norteamericano. Es cierto que mucha gente se toma unos días de vacaciones, pero aquí el motivo religioso suele estar olvidado. Tampoco ha dado pie a grandes tendencias de consumo, salvo las monas o los huevos de Pascua, que no son gran cosa, aunque tengan gracia. (Otra cosa son las torrijas, claro.)

 

Sin duda que esto está relacionado con el carácter radicalmente religioso de lo que se celebra en la Semana Santa, que es la Pasión, la muerte y sobre todo la Resurrección de Cristo. Son motivos y hechos a los que nadie puede permanecer indiferente, pero tienen una dimensión tan intrínsecamente cristiana que hace muy difícil sacarlos de esta esfera. En particular la Resurrección, el momento clave, sigue siendo tan difícil, tan escandaloso, que incluso los Evangelios presentan un Jesucristo que se hace presente físicamente, como no podía ser menos, pero que incorpora al tiempo una dimensión distinta, que los discípulos no consiguen entender y se manifiesta en esa forma tan misteriosa –y tan realista, por otro lado- en la que Cristo está y al tiempo no lo está del todo, o sólo es reconocible a ratos.

Por todo esto, las manifestaciones públicas de la Semana Santa cobran un valor muy particular. Allí donde aparecen, como ocurre en nuestro país, indican la naturaleza creadora –de cultura y de materia social- de la religión cristiana. Ese carácter no se ha perdido y sigue estando vivo en la cultura, en la sociedad y en la mentalidad de los españoles. Es cierto que todo está, o parece, muy secularizado el resto del año o en cuanto se dejan atrás las procesiones y las celebraciones diversas de la Semana Santa española. Y sin embargo, la presencia en la calle de las imágenes religiosas, el ritual procesional, ciertas ceremonias en las iglesias siguen ejerciendo una atracción que no parece explicarse sólo por la espectacularidad.

Lo que hay aquí es una sociedad que no deja de ser cristiana, católica en nuestro caso. Eso coloca en una posición especial al Estado y a sus representantes, porque en la doctrina oficial laica el Estado debería abstenerse en materia religiosa. Es algo imposible en una sociedad como la española. Es una realidad complicada, sin duda, pero el hecho no debería ser visto como una reliquia de un pasado que se niega a acabar de desaparecer. Al revés, debería ser considerado como una riqueza que actualiza la auténtica aspiración laica, que no consistía en acabar con la religión en la sociedad, ni con todo lo que la religión ha fundado en sociedades como las nuestras, en particular las católicas. Lo que quería evitar, mediante la abstención del Estado, las tendencias al monopolio, las intransigencias, los enfrentamientos.

Se entiende así que cuando el poder político ensaya maniobras laicistas para reducir el alcance de las manifestaciones religiosas de Semana Santa, buena parte de la sociedad española reaccione con energía, haciendo públicas sus creencias, y el resultado final sea una popularidad aún mayor de esas mismas celebraciones, por ejemplo la procesión del Cristo malagueño de la Buena Muerte con la participación de la Legión. (Se recordará que los incendios y los saqueos de mayo de 1931 acabaron con casi todo el patrimonio artístico y arquitectónico eclesiástico de Málaga.) Los testigos de lo ocurrido en la Segunda República recuerdan el mismo fenómeno, que también ocurrió en tiempos de Rodríguez Zapatero. Que España no sea ya íntegramente católica no quiere decir que haya dejado de serlo del todo.

En vez de ver en esta realidad un residuo que se espera ver desaparecer con el tiempo, y que hay que contribuir a que desaparezca para abrir paso a una sociedad (supuestamente) moderna, esta presencia de lo puramente religioso en la sociedad española debería ser vista como una riqueza. Que la sociedad española no acabe de secularizarse del todo abre posibilidades nuevas en un momento como el actual, cuando las democracias liberales tienen que pensar de nuevo la presencia de la religión, o las religiones. La religión proporciona sentido a la vida y a la muerte, que forma parte intrínseca de la vida. Saca al individuo de su ensimismamiento, le ofrece identidades fuertes pero abiertas y llena de belleza las calles.

 

Ilustración: Domingo de Resurrección en Astorga.